Pesca de arrastre
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El precio de Puigdemont era únicamente la amnistía
Puigdemont consigue imponer su narrativa a pesar de que su acuerdo con el PSOE es peor que el de ERC
Amnistía a cambio de investidura. Eso es lo que ha acordado Carles Puigdemont con el PSOE. El resto del pacto es literatura en su versión escrita y verborrea en el formato audiovisual. Desde el punto de vista práctico, tangible, real, el documento formalizado la semana pasada entre republicanos y socialistas es más ambicioso y concreto; y, por tanto, mejor para los intereses de los soberanistas.
Descontada la amnistía, también pactada con ERC, si hemos de ceñirnos al documento que Junts y PSOE suscribieron ayer, no vemos otra cosa que un pacto de los desacuerdos entre ambas formaciones. Eso y un compromiso para negociar sobre posiciones de salida incompatibles entre ellas. Pero, en el fondo, y vale la pena recordarlo, casi nada sustantivamente nuevo si uno recupera la Declaración de Pedralbes de 2019 o el acuerdo de investidura de 2020, pactado entonces únicamente con los republicanos.
No hay referéndum a la vista. No hay cesión del 100% de los tributos a la Generalitat. No hay una excepción para Catalunya para que esta comunidad se salga la Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA). Insistimos, el precio ha sido únicamente la amnistía. Al menos de momento.
Lo que sí nace es otra mesa de negociación —¿cuántas van?— en la que los junteros podrán plantear estas exigencias sin garantía alguna de que vayan a concederle ninguna. Mesa en la que también se sentarán verificadores neutrales para certificar la buena fe de lo que vayan a negociar los presentes. También esta concesión ya se había hecho a ERC, con la salvedad que los republicanos no exigieron que se tratara de perfiles extranjeros.
La dilación de las negociaciones de Junts con el PSOE durante los últimos días supuestamente iba a representar un gran salto cualitativo en comparación con la ley de amnistía pactada con los republicanos. Pero no ha sido así. Al menos en todo aquello que puede medirse.
Es cierto que Carles Puigdemont consigue humillar al Estado obligando a Pedro Sánchez a incluir en el acuerdo escrito que también los casos de lawfare se beneficiarán de la amnistía. Solo que, para que así sea, los supuestos excesos policiales o judiciales deberán ser ratificados por las comisiones de investigación parlamentarias que ya se pactaron para constituir la Mesa del Congreso. Una patada hacia adelante que permite a Carles Puigdemont salvar la cara, pero que se antoja de difícil concreción práctica.
Otro ejemplo es la parte del acuerdo que hace referencia a que las empresas que se marcharon de Catalunya en el momento álgido del proceso separatista regresen a su localización original. Esto no es más que pura narrativa desiderativa. Serán, si algún día sucede, los órganos de gobierno de estas corporaciones privadas los que acabarán decidiendo la reversión de sus decisiones. No el papel que ayer firmaron socialistas y junteros.
En el momento presente, las cesiones del PSOE a Junts se limitan a la amnistía. Ese es el único punto del acuerdo que realmente puede validarse como cierto y novedoso. Lo demás es fastfood argumental para disimular un acuerdo que queda a años luz de las promesas que ha hecho Carles Puigdemont a sus seguidores durante seis años.
¿Quiere decir eso que el PSOE no ha cedido o ha cedido poco?
Ni mucho menos. Pedro Sánchez ha salido de este partido goleado. Y su partido, al menos en el ámbito municipalista, el más cercano al ciudadano, va a pasarlo mal durante un tiempo. Tiempos difíciles para muchos cargos socialistas de a pie de calle. No porque deban temer por su integridad, sino porque les va a resultar imposible mantener un discurso creíble para combatir la interpretación mayoritaria que se ha acabado imponiendo, la de que su partido se ha traicionado a sí mismo para poder mantenerse en la Moncloa.
La goleada a Sánchez, además de la amnistía, se ciñe principalmente a la narrativa y a la puesta en escena de la negociación y el acuerdo final. Puigdemont ha logrado imponer sus intereses. El cuento que se explica es el suyo, no el de Sánchez. Y, en política, el marco interpretativo cuenta y mucho.
A la práctica el expresidente de la Generalitat consegue que un acuerdo peor parezca mejor que el de ERC. ¿Por qué?
Pues porque merecidamente generará más anticuerpos en la sociedad española que, en algunos aspectos tiene motivos para sentirse legítimamente humillada. No por lo acordado. Más bien por el marco de interpretación que Puigdemont ha conseguido imponer, con el beneplácito del PSOE.
Esta era la intención de Junts. Y el proceso de negociación y acuerdo ha fijado el imaginario que pretendía Puigdemont —mantenimiento del conflicto— en contra del que intentaba Sánchez —reconciliación—.
Cada paso negociador se ha desarrollado de tal forma que fuese percibido y entendido como una victoria para el expresidente de la Generalitat y una derrota para las instituciones españolas. Sánchez ha colaborado activamente para que así fuera.
Firmar el acuerdo para investir a Sánchez en el extranjero, negociar con alguien con cuentas pendientes con la ley, que ese alguien sea el encargado de redactar su propia amnistía, que mientras eso sucede se regodee insistiendo en la plena validez del referéndum del 1-O y la declaración de independencia de octubre de 2017, la aceptación del marco mental por parte de los socialistas de que en España ha habido lawfare, los permanentes desaires de Puigdemont en las redes sociales a la Corona o a otras instituciones y un largo etcétera de detalles han creado el marco de rendición y humillación que el PSOE necesitará tiempo para revertir, si es que lo consigue.
Esta gran victoria, la del marco interpretativo, es justo lo que necesitaban Junts y Carles Puigdemont para aterrizar en la política autonomista, que es lo que finalmente ha sucedido en realidad. Tras seis años insistiendo en que ya no había nada que negociar con España porque Catalunya se había independizado en 2017, Puigdemont hace posible una investidura efectiva de un presidente español. Puede que les resulte extraño esta afirmación final, pero Puigdemont, en el fondo, ha doblado la rodilla. Al exigir y aceptar ser amnistiado, acepta la soberanía que reside en el Congreso y vuelve al redil del autonomismo.
Y como resumen ejecutivo quédense con esto: punto final del Proceso I, apuntalado sobre un objetivo inalcanzable. Empieza el Proceso II, ambicioso desde el punto de vista nacionalista, pero de carácter plenamente autonomista en la práctica. El aterrizaje, pase lo que pase con los escollos que deberá superar la amnistía, no tiene vuelta atrás. Aunque las trompetas anuncien lo contrario, Junts se ha bajado del caballo. Cuando amaine el temporal, se verá más claramente.
Amnistía a cambio de investidura. Eso es lo que ha acordado Carles Puigdemont con el PSOE. El resto del pacto es literatura en su versión escrita y verborrea en el formato audiovisual. Desde el punto de vista práctico, tangible, real, el documento formalizado la semana pasada entre republicanos y socialistas es más ambicioso y concreto; y, por tanto, mejor para los intereses de los soberanistas.
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