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Ni dictador ni dinamitador de España. Sánchez es solo una veleta
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Josep Martí Blanch

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Ni dictador ni dinamitador de España. Sánchez es solo una veleta

Hay tres juicios paralelos que se ciernen sobre el precio que Pedro Sánchez ha decidido pagar en esta ocasión: legal, moral y político

Foto: Una mujer protesta durante una manifestación contra la amnistía en A Coruña. (Europa Press/Dylan)
Una mujer protesta durante una manifestación contra la amnistía en A Coruña. (Europa Press/Dylan)
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Sánchez será de nuevo presidente de España gracias al independentismo. Y van tres. La primera, que a veces se olvida, fue a cambio de nada. La exitosa moción de censura a Mariano Rajoy que lo catapultó a la presidencia del Gobierno no hubiera sido posible sin la aquiescencia de Carles Puigdemont y el trabajo de la entonces secretaria general del ya extinto PDeCAT, Marta Pascal, para convencerlo de la tentación inicial de no entrometerse desde Bélgica en la gobernabilidad de España.

En 2020, el independentismo, a través de ERC, presentó ya una factura de importe abultado por los servicios prestados. Los indultos, negociados primero en secreto, y la mesa de negociación política Gobierno-Generalitat anunciada a bombo y platillo, para convertirse después en un zombi sin apenas recorrido, fueron entonces las contrapartidas acordadas.

La tercera, con unos honorarios facturables mucho más elevados, es la que nos ocupa ahora. El precio ya es sabido. Una amnistía de la que ya conocemos el redactado y unos acuerdos políticos de carácter más pragmático en el caso de ERC —dinero y trenes— y más difíciles de medir en este momento, aunque más ambiciosos en el plano teórico y discursivo, en el caso de Junts.

Hay ahí una primera consideración que no admite discusión. Desde 2018 a 2023, el precio del apoyo soberanista al PSOE ha ido incrementándose. Y va a seguir haciéndolo mientras ERC y Junts continúen siendo necesarios para asegurarle la presidencia a un aspirante socialista, o de cualquier otra familia política si algún día se da esa posibilidad.

Hay tres juicios paralelos que se ciernen sobre el precio que Pedro Sánchez ha decidido pagar en esta ocasión: legal, moral y político. Es inevitable la mezcolanza de los tres, incluso para quien haya decidido abstenerse del café y de cualquier otro excitante estos días. Pero concedamos que hacerlo así nos aporta más confusión que claridad. En Cataluña, permítanme la primera persona del plural, tenemos una considerable experiencia sobre el particular.

Foto: Carles Puigdemont el pasado 9 de noviembre en Bruselas. (Reuters/Yves Herman)

El juicio legal atañe al ámbito de los expertos y, más que a ellos, a quienes deberán validar el encaje legal de cuanto vaya aconteciendo. En ese ámbito, tenemos lo que tenemos. La politización de la Justicia es un hecho estructural. Y con esa carencia venimos conviviendo desde que abrazamos la democracia. La naturalidad con la que atribuimos a los jueces un posicionamiento determinado en función de su adscripción ideológica es la prueba del nueve de que esa politización no responde a una invención.

Pero hacemos los cestos con estos mimbres, no con otros. Así que en esta ocasión también nos servirá lo que buenamente determinen quienes tendrán la obligación de pronunciarse y dar validez jurídica a lo que vaya aprobándose, incluida la amnistía, que ya ha empezado a andar en el Congreso.

La aproximación moral es la más divisoria y la más perjudicial. Imposibilita la conversación entre contrarios al tiempo que niega la legitimidad y la presunción de buena fe al adversario, ya convertido en enemigo.

Foto: Josep Borrell. (EFE/Franck Robichon)

La idea, traída a colación para este artículo, es en realidad de Esteban Hernández, quien la utiliza para aproximarse a otras cuestiones en su último libro El corazón del presente (Círculo de Tiza, 2023), que se presenta hoy en Madrid.

En el ámbito de lo moral, no hay concesiones posibles. Es el terreno que abre la puerta al exabrupto y a la pérdida de cualquier posibilidad de entendimiento. El signo de los tiempos para cualquier decisión política. Aplica, claro, a la amnistía y los acuerdos con los independentistas.

Todos los mandatos de Sánchez han sido presididos por esta dimensión moralista. Y ahora no va a ser diferente. Pero también lo ha sido la respuesta de la oposición o de otros actores. España nos roba, Sánchez golpista, PP franquista o tantas otras expresiones similares solo pueden nacer cuando la acción política se da principalmente en esta dimensión.

Foto: El expresidente de la Generalitat de Cataluña Artur Mas. (EFE/Quique García)

Una pelea sin guantes. Vencer o morir. El peor de los caminos. En España, Vox y Podemos serían los máximos exponentes de este modo de entender la política de aire sacerdotal. Pero el virus ha inoculado prácticamente a todo el hemiciclo. En Cataluña, insisto de nuevo, también tenemos experiencia más que acusada sobre ello.

El tercer elemento es el juicio exclusivamente político. Y es ahí donde Pedro Sánchez y el PSOE en particular presentan las mayores flaquezas a la hora de justificar tanto el fondo como la forma que han adoptado sus últimas decisiones.

Su cambio de parecer sobre cuestiones tan relevantes, 180 grados, ni uno más, ni un menos, y, por tanto, asimilable a la falta de convicciones, convierte al PSOE en una veleta, un partido nada fiable, sujeto únicamente a las necesidades de su líder y cuyo objetivo es únicamente gobernar con cualquier programa. Eso hace de esas siglas y del presidente en funciones alguien poco confiable políticamente. Cuando no un cínico directamente.

Pero desde luego no un golpista. Y tampoco un destructor de la democracia o de la unidad de España. No puede obviarse que el nuevo Gobierno saldrá con 179 votos a favor, provenientes de ocho formaciones políticas. Gustarán más o menos, pero democráticas todas ellas.

Puede acusarse a Sánchez de apostarlo todo al frentismo, con lo que ello conlleva de perjuicio para una sociedad, de menospreciar el riesgo de algunas de sus decisiones políticas a largo plazo y de un largo etcétera de señalamientos nada favorables a sus intereses a los que cualquier observador neutral no podría plantear ninguna objeción.

Pero sepan sus críticos que cuando practican el salto al juicio moral más extremo lo blindan ante sus electores, precisamente porque le permiten a él hacer exactamente lo mismo con sus contrarios. Y en esa partida las bolsas de cada uno se cierran sobre sí mismas porque el juicio político deja de ser lo más importante.

Foto: Asistentes a la concentración en contra de la amnistía celebrada este lunes en las inmediaciones de la sede del PSOE en Ferraz. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
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Un último apunte referido a los independentistas. Después de los hechos de 2017, el consenso era, desde fuera del independentismo, que dentro del marco de la Constitución su ideario tenía suficiente recorrido siempre que se ajustase a las reglas del juego. Es el camino que primero ERC y ahora Junts han decidido transitar, aprovechando las ventanas de oportunidad que les proporcionan la coyuntura política, el parlamentarismo y el mal entendimiento entre los partidos de Estado.

Pero si España estuvo alguna vez cerca de romperse, o aproximándose peligrosamente al conflicto civil, fue en 2017, no ahora. Eso también lo sabemos quienes lo vivimos desde el epicentro.

Sánchez será de nuevo presidente de España gracias al independentismo. Y van tres. La primera, que a veces se olvida, fue a cambio de nada. La exitosa moción de censura a Mariano Rajoy que lo catapultó a la presidencia del Gobierno no hubiera sido posible sin la aquiescencia de Carles Puigdemont y el trabajo de la entonces secretaria general del ya extinto PDeCAT, Marta Pascal, para convencerlo de la tentación inicial de no entrometerse desde Bélgica en la gobernabilidad de España.

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