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A Pedro Sánchez no le sale a cuenta ser presidente de todos los españoles
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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A Pedro Sánchez no le sale a cuenta ser presidente de todos los españoles

Sánchez salió a satisfacer únicamente a los suyos y a humillar al resto de conciudadanos que no comparten ni aprueban su programa de gobierno

Foto: Una manifestante sujeta una pancarta durante una protesta contra la investidura de Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
Una manifestante sujeta una pancarta durante una protesta contra la investidura de Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
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Al menos se cumplió la costumbre parlamentaria de que el líder de la oposición fuese el primero en felicitar al reelegido presidente del Gobierno tras la finalización del debate de investidura. El añadido de Feijóo en medio del apretón de manos con Sánchez —“esto es un error y tú eres el responsable”— es un apunte agrio, pero no debilita la demostración de urbanidad y saber hacer del gallego. De agradecer que para la historia quede al menos un fotograma de cordialidad, aunque venga rebozado de severa gravedad. Había que hacerlo y se hizo.

Después volveremos a las siglas. Pero hay que celebrar y alegrarse primero de las buenas noticias. Y que la ciudadanía madrileña sepa resistirse a la presión ejercida desde la política en favor de la protesta radicalizada lo es. En ese sentido, por mucho que quiera exagerarse, ya sea para sacar provecho por proximidad ideológica con los manifestantes, bien por un victimismo exagerado que aspira en el fondo también a lo mismo desde el otro lado del ring, lo cierto es que en la capital de España ha pasado muy poquita cosa.

En el Congreso, el resumen es aquí paz y después gloria. Más policía que gente. Y por las noches, en la sede del PSOE, el escaso número de manifestantes —por muy contumaces que demuestren ser acudiendo a diario a la cita— es pan comido para la policía. Otro debate sería que para muchos merezca un juicio más severo rezar un rosario en público que acudir a cualquier otra protesta con mochilas llenas de piedras y herramientas para desgajar los adoquines del suelo y lanzarlos a los uniformados.

Hay que cubrirse siempre que uno hace afirmaciones de este tipo. Porque el cisne negro no avisa nunca. Pero digamos que hasta la fecha hemos asistido a la versión más light de lo que algunos preveían o aspiraban que pasase. Y esto dice mucho y bien de los ciudadanos. Digamos, si se permite el humor entre tanta bronca, que nos hemos ahorrado una amnistía futura. Y por supuesto que han de condenarse las pintadas a las sedes socialistas, que dos diputados reciban una lluvia de huevos frescos a la hora del desayuno o cualquier otro acto que incorpore el gen de la violencia o la intransigencia. Pero conviene poner las cosas en perspectiva. Y pasar, lo que se dice pasar, ha pasado entre poco y nada.

De regreso a las siglas, las noticias no son tan positivas. Este periódico vaticinaba en la edición de ayer, a la vista de lo sucedido en el Congreso, que PSOE y PP practicarán una estrategia de tierra quemada entre ellos. Que las dos rótulas sobre las que camina el parlamentarismo en España hagan dejadez de funciones y se nieguen a concederse el mínimo de legitimidad impide desde hace tiempo el normal andar del país. Pero con la agenda gubernamental que ha fijado Pedro Sánchez para esta legislatura, aún va a notarse más. La anterior va a parecernos, vista desde la presente, un empalagoso encuentro de teletubbies.

No hay inocentes. Y salvar a alguien solo puede hacerse desde una posición de parte. Pero hoy, quien merece una opinión particular, en la línea de lo que ya señalaba ayer José Antonio Zarzalejos en su Notebook, es el presidente. Básicamente, porque de quien ostenta los galones de máximo dirigente de un país no solo se espera más, sino que hay que exigirle también más que a la oposición.

Foto: Pedro Sánchez, este jueves en el hemiciclo, con los fotógrafos que cubren la información del Congreso. (Eduardo Parra/Europa Press)

Y el líder socialista ofreció su peor versión. No si se hubiera tratado de un mitin del PSOE. Pero sí en un discurso de investidura que debía abrazar a todos los españoles. Sánchez, en cambio, salió a satisfacer únicamente a los suyos y a humillar al resto de conciudadanos que no comparten ni aprueban su programa de gobierno.

El presidente no tenía por qué tender la mano entera al PP. Pero sí como mínimo un par de dedos. Debió insistir en positivo en la legitimidad de su propuesta, en la defensa argumentada de sus pactos y mostrar un mínimo respeto por los populares. Sucedió lo contrario. Un presidente que sabe estar no es aquel al que no se le mueve un músculo desde el escaño azul que ocupa cuando ha de encajar las críticas de sus oponentes. Es más bien el que, siendo consciente de estar por encima del resto por su condición institucional, practica la generosidad y abunda en el intento de no sobrecalentar el ambiente, con independencia de lo que vaya a hacer el resto.

Sánchez nos ha enseñado más cosas con su investidura. Formalmente, la amnistía, se nos ha dicho, ha de servir para mejorar la convivencia y facilitar el reencuentro entre ciudadanos, particularmente en Cataluña. Y si el efecto acaba siendo el mismo que el de los indultos, así será. Pero el presidente despachó estos argumentos en muy poco tiempo y con pocas palabras. Convirtió la amnistía en poco más que cemento para armar una pared que separe el hemiciclo por bloques. La gran paradoja del discurso de Sánchez es que utilizó una medida que pretende unir para dividir. No estuvo en su papel, con independencia de lo mucho que lo hayan celebrado sus afines.

Podríamos añadir un listado de ejemplos para determinar que desde la derecha vienen también poniendo las cosas difíciles desde hace mucho tiempo. Y que si a uno le llaman traidor, golpista, vendido, fraude y vaya a saber cuántas cosas más, tiene derecho a resarcirse y devolver los golpes con mayor rotundidad si cabe. Todo ello será cierto, sin duda. Pero no hay que dejar de lado una importante salvedad. El presidente lo es de todos, no solo de aquellos que le han votado. Y lo que dijo el miércoles en su discurso es que sí, que de acuerdo, que era y es presidente, pero que solo le interesan los suyos.

Sabíamos que la legislatura sería difícil. Y, por lo que parece, el presidente del Gobierno quiere colaborar activamente en ponérnoslo un poquito peor. Sabe que electoralmente le sale más a cuenta dividir que pegar. De ahí que haya presentado una medida reconciliatoria como la amnistía como si se tratase de un divorcio. Un divorcio que existe. El del propio Sánchez separándose de todos los españoles que no le han votado.

Debería rectificar. Y para ello no hace falta cambiar de ideas ni practicar ninguna concesión con la oposición. Es suficiente con ajustar el tono y la actitud a su rol de presidente. De todos.

Al menos se cumplió la costumbre parlamentaria de que el líder de la oposición fuese el primero en felicitar al reelegido presidente del Gobierno tras la finalización del debate de investidura. El añadido de Feijóo en medio del apretón de manos con Sánchez —“esto es un error y tú eres el responsable”— es un apunte agrio, pero no debilita la demostración de urbanidad y saber hacer del gallego. De agradecer que para la historia quede al menos un fotograma de cordialidad, aunque venga rebozado de severa gravedad. Había que hacerlo y se hizo.

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