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Esta vez el Gobierno es guarnición, el plato principal se servirá en el Congreso
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Josep Martí Blanch

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Esta vez el Gobierno es guarnición, el plato principal se servirá en el Congreso

La aritmética parlamentaria, que exige que todo el bloque político que apoyó la investidura vote en la misma dirección cualquier propuesta legislativa, limita el margen de autonomía de los flamantes ministros

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Álex Zea)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Álex Zea)
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No es un Gobierno continuista, aunque este sea uno de los adjetivos que ha utilizado Pedro Sánchez para definirlo. El suicidio-asesinato de Podemos hace imposible que esa palabra sirva para calificar al nuevo Ejecutivo.

Con la hegemonía de Yolanda Díaz en el flanco más izquierdista del gabinete, el presidente se asegura intramuros la confortabilidad de la que no pudo disfrutar durante el mandato pasado. Que el paso obligado a la clandestinidad de los morados estuviese ya amortizado informativamente no impide que ahora que ya tenemos la orla entera de los ministerios no insistamos en la importancia de este extremo.

La extracción de la muela de Podemos es la mejor noticia para la boca de Pedro Sánchez. Ante una legislatura que ya sabemos mucho más complicada que la anterior, con muchas carpetas situadas en la estantería de lo imposible, asegurarse que el nivel de discrepancia en el seno del gabinete fuese más digerible resultaba imprescindible. La expulsión de Podemos es el mejor protector de estómago para el Gobierno. Otra cosa distinta es lo que suceda con esos cinco diputados morados en el Congreso.

El matrimonio Pedro Sánchez y Yolanda Díaz está bien avenido y lo suficientemente engrasado para poder pactar las canas al aire que a cada uno de ellos les resulte imprescindible protagonizar con el ruido sin estridencias, ni más ruido del estrictamente necesario. Ha habido gobiernos monocolor socialistas en la historia de nuestra democracia con más disparidad de criterio en su seno que el que hoy en día conforman el PSOE y Sumar.

La segunda consideración es que estamos ante un Gobierno de perfil Yes Man. Esta terminología la utiliza el profesor emérito de IESE Josep Tàpies para referirse a los miembros de los consejos de administración de las empresas privadas cuya principal aportación es mover la cabeza afirmativamente para decir siempre que sí a lo que propone quien está al mando de la compañía.

Trasladado a la política, el sentido es el mismo. No hay nadie en este Gobierno con suficiente peso político o profesional para plantear no ya pulsos, sino amables y leales discrepancias a la presidencia. Este es un Ejecutivo del tipo "Sí señor, señor!".

La tendencia al caudillismo es cada vez más acusada y se manifiesta sean cuales sean las siglas a las que nos refiramos. Pero las circunstancias particulares de cada formación política refuerzan o endulzan esa tendencia común.

En el caso del PSOE, Sánchez ha conseguido no tener que contentar a nadie de su partido que no sea él mismo. Las lecturas sobre una supuesta representación de espacios socialistas más conservadores en figuras como Margarita Robles son únicamente ejercicios de voluntad para explicar cosas que no son. En el Gobierno, no hay más que sanchismo convencido o sanchismo interesado, pero sanchismo pétreo al fin y al cabo. El socialismo crítico es una entelequia desde el punto de vista institucional y pesa tan poco que no requiere ni la mínima cortesía. También eso es una buena noticia para el presidente del Gobierno. Es su Gobierno. En el sentido más literal de la expresión.

Pedro Sánchez ha atribuido a su nuevo gabinete un alto valor político. Traducido, quiere decir que el tono dialéctico de sus integrantes ha de dar continuidad al que utilizó el presidente en su discurso de investidura. Por eso, el componente tecnócrata ha cotizado a la baja en las elecciones de los nombres y asignación de carteras. Es un Gobierno para guerrear con la oposición. No solo para defenderse, también para jugar al ataque.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de investidura. (EFE/Javier Lizón) Opinión
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El mejor ejemplo de ello es la incorporación del exalcalde de Valladolid Óscar Puente, a quien veremos con toda seguridad replicando a la oposición en el Congreso en nombre del Ejecutivo, al tiempo que manejará políticamente un ministerio de mucho impacto a través del talonario y la prebenda en las comunidades autónomas.

Pero más allá de los múltiples niveles de análisis que permite la puesta de largo del nuevo Gobierno, lo fundamental es en esta ocasión lo limitada que va a quedar la iniciativa ministerial a la hora de impulsar la acción de gobierno a través de los ministerios.

La aritmética parlamentaria, que exige que todo el bloque político que apoyó la investidura vote en la misma dirección cualquier propuesta legislativa, limita —¡y de qué manera!— el margen de autonomía de los flamantes ministros. Por eso, en esta ocasión la foto de familia del gabinete por sí sola no es otra cosa que guarnición. El plato principal se servirá durante toda la legislatura en el Congreso.

No es un Gobierno continuista, aunque este sea uno de los adjetivos que ha utilizado Pedro Sánchez para definirlo. El suicidio-asesinato de Podemos hace imposible que esa palabra sirva para calificar al nuevo Ejecutivo.

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