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La escuela fracasada y sus culpables
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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La escuela fracasada y sus culpables

El deterioro del sistema educativo, particularmente del público, es un hecho. El informe PISA avala la afirmación, pero la observación directa —dar clase— resulta todavía más clarificadora

Foto: Foto: EFE/Luis Tejido.
Foto: EFE/Luis Tejido.
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En la mayoría de los casos

la épica de los viejos tiempos

se reduce a que éramos más jóvenes.

Tres versos del poema Los viejos tiempos, de Karmelo C. Irribaren, para escribir del informe PISA y el tocar fondo de la educación en España. Un desplome que no puede disimularse. Los peores datos desde que la biblia de los ránquines educativos (al margen de las críticas que su metodología pueda merecer) empezó a publicarse en 2003.

Lo de empezar con poesía quiere ser una vacuna personal, quién sabe si efectiva, contra la tentación de idealizar la escuela del pasado. Es muy fácil caer en ese error. Como lo es también considerar que las críticas al modelo actual de enseñanza, por severas que sean, responden únicamente a una mirada nostálgica, añorada y azucarada del tiempo pretérito. Para entendernos, se puede estar claramente a favor de que los profesores tengan herramientas eficaces para mantener el respeto y la disciplina en el aula —cosa que ahora no tienen— sin echar de menos a los docentes que en los años setenta todavía utilizaban la violencia física y verbal para hacerlo.

El deterioro del sistema educativo, particularmente del público, es un hecho. El informe PISA avala la afirmación, pero la observación directa dar clase resulta todavía más clarificadora. Los profesores, el mejor termómetro, así lo acreditan mayoritariamente. En algunas zonas del país, el sistema ha colapsado directamente. En Cataluña, que es lo que servidor de ustedes conoce con mayor detalle, hay escuelas que ya no pueden cumplir con la función de centro educativo porque se han convertido en una extensión del Departamento de Bienestar Social y Atención a la Infancia. Este cambio, insistimos que muy visible en algunas ciudades y municipios, se ha producido por la presión de la inmigración sobre el sistema. No hay juicio de valor en la afirmación. Es simplemente el reconocimiento de un hecho. Negar este extremo es querer eliminar la realidad, no explicarla. ¿Es fácil arreglarlo? No. Y no depende en mayor medida de la escuela, que en este punto es una simple damnificada a la que no se le facilitan recursos suficientes para manejar una situación que tenderá a empeorar.

Foto: Vista de los alumnos del IES Alonso Quijano. (EFE)

Otro elemento que perjudica el rendimiento de nuestros escolares, guste o no oírlo, es la inclusividad. Pues añade mucha complejidad al aula y una exigencia de recursos de los que no se dispone en la mayoría de los centros educativos. En las comunidades que como Cataluña apostaron a tope por la inclusividad, los resultados son decepcionantes y muy preocupantes. El perjuicio es para todos. Tanto para los alumnos comunes como para aquellos a los que acompaña algún tipo de discapacidad que, por sus características, no es compatible con el normal desarrollo de una clase sin contar con personal educativo de apoyo. Un personal de apoyo a todas luces insuficiente para el grado de inclusividad que se practica en muchas escuelas.

En el suma y sigue, toca añadir la excesiva voluntad de experimentación de las corrientes pedagógicas que hace ya décadas decidieron que todo el poso metodológico del pasado debía ser quemado en una hoguera. El punto de inflexión fue la Logse y a partir de ahí se cogió carrerilla.

Para construir un hombre nuevo, se necesitaba una escuela nueva. Y a ello se aplicaron y se aplican diligentemente sus gurús y teóricos. Desde sus atalayas de asesores y expertos, experimentan nuevos programas permanentemente y leen la cartilla a los docentes que sí se ponen delante del toro —el alumnado— en las aulas. Las matemáticas afectivas o pretender que se aprenda a leer por imantación de manos son un buen ejemplo de ello. El profesorado ha quedado al desnudo, a la intemperie. La transmisión de conocimiento ha dejado de ser algo prioritario.

Demasiados padres comportándose como aspirantes a director de colegio

Hay más cambios sociales que ponen en dificultades a la escuela. Algunos países han empezado a eliminar la digitalización de las aulas para volver a los libros y a los formatos clásicos de aprendizaje tras concluir que los perjuicios son mayores que los beneficios. En España, apenas hemos iniciado este debate. Resulta urgente. También el referido a los dispositivos móviles que el alumnado puede llevar o no al colegio. Cada vez parece más claro que son un factor de distracción más que de aprendizaje.

No todo acontece en el aula. Hay otro tipo de disrupciones que han alterado el ecosistema escolar, y no precisamente para bien. El niño emperador, moneda corriente en la España de hoy, lo es porque la relación de los padres con su escasa prole se dibuja de este modo. De resultas de ello, la autoridad del profesor también se ha resentido. Las familias han dejado de confiar de manera natural en los docentes. Ahora examinan permanentemente sus capacidades, métodos y validez profesional para determinar si están a la altura de lo que sus hijos merecen. Puede argüirse que esto es simplemente exigencia y preocupación por la educación de los hijos. Cierto. Hasta que se excede el límite de lo razonable. Demasiados padres comportándose como aspirantes a director de colegio o profesor sustituto.

También afecta negativamente a los centros educativos —a su función de transmisión de conocimiento, habría que matizar— que se hayan convertido en el lugar en el que han de solucionarse todos los problemas de nuestra sociedad. Los plantes interdepartamentales de los gobiernos, ya sean climáticos, de género o de cualquier otra índole, siempre acaban incluyendo la escuela como lugar en el que experimentar con el alumnado en detrimento del programa y del temario clásico. Y al final las horas son las que son. Y lo que se dedica a un asunto no puede dedicarse a otro.

Los cambios sociales que han transformado la escuela, como la inmigración o el niño emperador, seguirán acentuándose

La lista no pretende ser exhaustiva. Ya se adivina que no hay una solución única ni tampoco fácil. ¿Más recursos económicos? Seguro que son necesarios, pero no serán nunca suficientes. Tampoco es posible reiniciar el sistema, convirtiéndolo en una tabula rasa desde la que edificar de nuevo.

Los cambios sociales que han transformado la escuela, como la inmigración o el niño emperador, seguirán acentuándose. El déficit de atención como daño atribuible a la digitalización tampoco va a desaparecer, como demostramos con nuestro ejemplo los adultos, que ya no estamos en edad de escolarización.

Podríamos centrarnos en aquellas cuestiones que sí son al menos abordables. La evaluación de los resultados que se obtienen con determinadas metodologías sería una de ellas. Puede que con ello nos ahorrásemos seguir adentrándonos en algunos caminos que prometían el oro y el moro cuando eran solo teoría, pero que puestos en práctica han resultado una estafa con todas las letras. Nos conformaríamos con eso. Aunque ya sabemos por la experiencia previa que quizá sea pedir demasiado.

En la mayoría de los casos

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