Pesca de arrastre
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Junts no asfixiará a Sánchez, pero le administrará el oxígeno a su voluntad
La legislatura va a seguir de manera indefinida el tipo de recorrido que quedará marcado esta semana por la crucial convalidación o no de los tres reales decretos de marras
Con estos mimbres, no se puede hacer más que este cesto. Así que no hay lugar para la sorpresa. La legislatura es y será lo que anticipábamos: un imposible encaje de bolillos para el Gobierno. Ahora caigo, ahora me levanto. No estamos en el anterior mandato. Aquella aritmética ya lejana incluía a los diputados de Cs y daba margen de maniobra al PSOE para alejarse de los socios de investidura. Además, Podemos estaba en el Ejecutivo, Junts en la oposición y la guerra PSOE-PP se situaba en un estadio inferior al presente. Vino y rosas para el PSOE en comparación con lo de ahora.
Quien ha de entenderlo en primer lugar es Pedro Sánchez. La mejor manera de gobernar, cuando uno está obligado a bailar en tantas pistas a la vez y agradar a tantos al mismo tiempo, no es a través de los decretos ómnibus.
El Ejecutivo siempre tendrá excusas para intentarlo y sacar, como estos días, el comodín del chantaje a sus socios de investidura publicitando los grandes perjuicios y blablablá que se derivarán para todos los españoles en el caso de que estos no le brinden sus apoyos.
Pero lo que el PSOE ha de interiorizar —lo sabe desde el primer día, en realidad— es que el tablero se ha modificado y no precisamente a favor de sus intereses. Podemos en el Grupo Mixto y los siete de Carles de Puigdemont como variable imprescindible en cualquier ecuación obligan al Gobierno a modificar los hábitos de la legislatura pasada.
Lo hemos escrito ya en el caso de Junts. A los de Puigdemont, a diferencia de ERC en el mandato anterior, no les valen las consignas del Gobierno de progreso. A Podemos sí, solo que también está obligado a individualizarse y, a decir verdad, su concepción de lo que es un Gobierno progresista full-equipe es diferente al binomio PSOE-Sumar.
Centrados en los de Puigdemont, es sintomático que después de Navidad el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, cogiera el teléfono para hablar con gente de Cataluña para saber —fuera del entorno político— si había que dar crédito a las amenazas de Junts de votar no a la convalidación de los reales decretos. Determinar si los junteros iban en serio.
En el PSOE hay suficiente inteligencia para saber de antemano que el escenario más confortable para ellos es imposible. La aspiración de gobernar con 121 diputados, previo pago de la factura de investidura, como si medio hemiciclo fuera suyo a partir de entonces, no es viable. Según este dibujo utópico, no debiera haber oposición del PP —porque si la hay y se muestra con ferocidad, es acusada de ultra— y los grupos políticos que dieron su voto en la investidura debieran seguir prestándolo porque cualquier otro escenario es obligatoriamente peor. Unos callados y los otros obligados a sumarse al carro del Ejecutivo. Naíf. Esta legislatura no funcionará así.
En la anterior, ya se vivieron episodios similares al de ahora, pero tardaron más en llegar. Hay que recordar que la mini reforma laboral de Yolanda Díaz salió adelante porque un diputado del PP se equivocó de voto. ERC votó en contra, quería dar un toque serio al Gobierno tras algunos avisos, pero en el fondo Gabriel Rufián sintió alivio cuando advirtió que la medida se aprobaba gracias a la confusión del diputado popular Alberto Casero. Adviertan la diferencia: no verán alivio alguno en la cara de Miríam Nogueras, la jefa de filas de Junts, cuando el PSOE salve una votación si Junts ha decidido que la pierda. Y va a perderlas. Será esta semana, la próxima o la de más allá. Pero va a ocurrir porque forma parte de la estrategia.
Los motivos de Junts para actuar de este modo son múltiples. Primero, como bien ha señalado la vicepresidenta del Gobierno María Jesús Montero, los de Puigdemont competirán en breve con ERC en Cataluña en unas elecciones que serán a finales de este año o principios del siguiente. Hay que marcar diferencia con los republicanos, a los que además han estado acusando desde que Oriol Junqueras brindó su apoyo a Pedro Sánchez en 2020 de rendición, de seguidistas y de haber abandonado la independencia como eje de actuación política. Toca, pues, dejar claro que Junts se maneja con el PSOE diferente a como lo hacen los republicanos. Y toca hacerlo rápido y a las primeras de cambio. Objetivo: dejar claro al público independentista que Junts es mucho más exigente en sus planteamientos que ERC y que no va a temblarle el pulso si hay que tumbar medidas de Pedro Sánchez.
Pero hay más cosas. A Junts no le sirve el banderín de enganche del Gobierno más progresista de la historia. Así que la presión ejercida sobre los de Carles Puigdemont sobre la base del daño social teórico que la no aprobación de una medida puede causar es limitada. No es que sean inmunes a este tipo de demagogia, pero pueden resistirla mucho mejor, dados la tipología de sus votantes y su ideario sectorial. Las presiones que se ejerzan desde este ángulo político no son inocuas, pero son mucho menos eficaces que con los republicanos.
Quedan más motivos. Por ejemplo, Carles Puigdemont sigue gobernando su partido desde Bélgica, lugar al que llegó hace más de seis años. Su comprensión de la realidad catalana y española es la propia de alguien que vive lejos. Se mueve en el terreno del ideario y de la estrategia de carácter general, pero sin contaminarse demasiado por las mucho más variadas opiniones y presiones con las que convive a diario quien está en Barcelona. Eso le hace más impermeable y le permite ser más fiel y con más facilidad a sus grandes planteamientos generales. Uno de ellos es que al PSOE no hay que hacerlo caer, pero sí hacerle sudar la camiseta a diario y trastabillarlo de vez en cuando.
Otro argumento es que, a diferencia de ERC, Junts no le debe nada al PSOE que no sea lo conseguido —que no es poco— con los acuerdos de investidura, que no de legislatura. ERC, en cambio, gobierna la Generalitat con el apoyo externo del PSC, que es quien le sigue garantizando que la legislatura en Cataluña siga en pie. Junts, una vez decidió abandonar el Gobierno catalán, no participa de ese intercambio de apoyos políticos que sí abaratan la capacidad de presión de los republicanos a Pedro Sánchez.
El sumatorio de argumentos es más que suficiente para entender por qué la legislatura va a seguir de manera indefinida el tipo de recorrido que quedará marcado esta semana por la crucial convalidación o no de los tres reales decretos de marras. Ayer, el PSOE anunciaba concesiones a Junts y, como hasta el rabo todo es toro, es demasiado pronto para dar por buenos y definitivos los posicionamientos fijados a fecha de hoy. Lo que sí es ya seguro es que este es el ambiente de negociación que va a convertirse en permanente mientras dure la legislatura. Y que el PSOE, sean estas u otras, va a perder votaciones y que algunas no serán menores. Pero eso ya lo sabían, lo sabíamos todos, cuando se firmaron los acuerdos de investidura. Así que sorpresa, ninguna. Solo pasa lo que tenía que pasar.
Con estos mimbres, no se puede hacer más que este cesto. Así que no hay lugar para la sorpresa. La legislatura es y será lo que anticipábamos: un imposible encaje de bolillos para el Gobierno. Ahora caigo, ahora me levanto. No estamos en el anterior mandato. Aquella aritmética ya lejana incluía a los diputados de Cs y daba margen de maniobra al PSOE para alejarse de los socios de investidura. Además, Podemos estaba en el Ejecutivo, Junts en la oposición y la guerra PSOE-PP se situaba en un estadio inferior al presente. Vino y rosas para el PSOE en comparación con lo de ahora.
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