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Generación porno: el sexo extremo, nuevo tutor de los niños y jóvenes españoles
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Josep Martí Blanch

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Generación porno: el sexo extremo, nuevo tutor de los niños y jóvenes españoles

Conviene actuar contra esa pandemia que se ha propagado a través de las pantallas en los últimos años y que está convirtiendo a los españoles más jóvenes en futuros miembros de la primera generación porno de la historia

Foto: Foto: Pixabay/Luisella Planeta Love Peace.
Foto: Pixabay/Luisella Planeta Love Peace.
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Un país que no puede proteger a los más indefensos es un pésimo lugar. Niños, adolescentes y ancianos son los grupos de población más frágiles de nuestra sociedad. Así que, de entrada, cualquier iniciativa gubernamental encaminada a blindar su espacio de seguridad frente a la invasión de terceros, directa o indirectamente, merece ser tenida en consideración.

Por eso, el anuncio de Pedro Sánchez (que ha comenzado a materializarse en el Consejo de Ministros de este martes) referido a la voluntad de su Gobierno de aprobar una ley para proteger a los menores del porno en internet es pertinente. Conviene actuar contra esa pandemia que se ha propagado a través de las pantallas en los últimos años y que está convirtiendo a los españoles más jóvenes en futuros miembros de la primera generación porno de la historia.

Veremos cómo se desarrollan los trabajos y en qué queda el texto anunciado cuando vea la luz. Pero, para ser optimistas, aunque solo sea por una vez, podría darse el caso de que en esta ocasión —y esto también sería noticia— una iniciativa legislativa pensada para favorecer el interés de los menores de edad no pretenda en paralelo laminar o sustituir el poder de los padres para educar y formar a sus hijos. En este sentido, si la ley se hace bien, puede convertirse en una valiosa herramienta para ayudar a los progenitores a ampliar el espectro de vigilancia sobre los más pequeños y jóvenes en una cuestión que a ellos les resulta imposible cubrir con plena efectividad.

Porque, seamos sinceros, siendo verdad que la primera responsabilidad a la hora de tutelar el acceso a los contenidos digitales es de los padres, también lo es que estos están pidiendo a gritos ayuda ante la incapacidad de actuar como policías las 24 horas al día. Y hay que echarles una mano, porque la gran industria del porno está ahí para colarse por cualquier rendija en la intimidad de los críos ante el menor descuido. Y hoy la legislación ampara a los responsables de ese sórdido submundo que es la industria del comercio de carne humana.

Foto: Imagen de archivo de un joven con su ordenador. (Pixabay)

Sánchez ha tenido cuidado en su anuncio en que no pueda atribuírsele voluntad moralizante. “No es moralismo”, ha dicho el presidente. No sea que a alguien se le ocurra llamarlo represor y antiguo. Se equivoca el líder socialista. Sí estamos ante una cuestión de moralidad. Y no hay motivos para escurrir el bulto.

La futura ley no será más que un parche. Aunque, digámoslo también, un parche necesario. Eso es así porque los poderes públicos y también los adultos con nuestro ejemplo llevamos tiempo equivocándonos en conjunto en el modo en que educamos a nuestros niños, adolescentes y menores en un asunto tan importante como la sexualidad.

Foto: El uso del móvil puede ser un problema entre los más jóvenes (chaay_tee para Freepik)

Se educa, este es el enfoque mayoritario de las instituciones, a través de planteamientos que presentan la sexualidad como algo puramente mecánico y narcisista, con el añadido del acento higienista para proteger la salud física, que no la mental. El deseo individual y el derecho a satisfacerlo como motor principal de la acción. ¿Qué puede salir mal?

Una manera de enseñar que, llevada a las últimas consecuencias, ha sido de gran ayuda para que el porno ganara la batalla de la legitimidad y de lo considerado bueno simplemente porque hay mercado. A fin de cuentas, nada más mecánico, narcisista e higiénico —ya se encargan los lobbies de esta industria de insistir sobre esto último— que el porno. En cambio, se dedica poco tiempo o ninguno a insistir sobre la dimensión humana —más allá de lo físico— de las relaciones sexuales y su impacto emocional en los individuos. No sea que vayan a llamarnos moralistas y retrógrados, como teme el presidente.

Eso es algo que la ley que ha anunciado Sánchez no puede cambiar, simplemente porque no pertenece al conjunto de cosas que puedan imponerse desde el BOE. Es la propia sociedad la que evolucionará o no hacia nuevos escenarios.

Foto: EC.

En todo caso, esta derivada más de fondo no empequeñece la necesidad de la anunciada ley y de cuantas iniciativas se pongan en marcha para intentar mitigar el daño que supone que pantallas en manos de críos acaben vomitando material no ya inadecuado, sino directamente peligroso para chavales de tan corta edad.

Bajar los brazos no puede ser una opción. Puesto que somos ya conocedores de los efectos que el abuso de la pornografía tiene en algunos de esos cerebros todavía en crecimiento. El desistimiento habitual ante lo tecnológico —¡no se pueden poner puertas al campo!— o el relativismo extremo sobre la supuesta gravedad del presente —¡los adolescentes siempre han consumido porno!— sucumben ante la mínima prueba del algodón.

Sobre lo primero, basta decir que el ejemplo de los países de matriz autoritaria a la hora de castrar el consumo de según qué contenidos en la red demuestra que existen posibilidades restrictivas que también las democracias han de atreverse a explorar para preservar el sano crecimiento de sus niños y menores. Y si esas medidas restrictivas suponen algún tipo de incomodidad para los adultos, como apunta que podría suceder con el certificado de acreditación de la mayoría de edad que están trabajando la Agencia Española de Protección de Datos y la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, considérese un mal necesario si el resultado es la disminución del consumo de pornografía entre los más jóvenes.

Foto: Madre hablando con su hijo preadolescente. (Pexels/Kindel Media)

El otro argumento, “siempre ha sido así”, es una bobada que solo pueden manejar los frívolos. ¿De verdad el 25% de los niños de ocho y 11 años han visto siempre porno? ¿En el pasado el 6,5% lo hacía antes de cumplir los ocho años? ¿Cuándo que no sea ahora uno de cada cuatro niños debía enfrontarse a vídeos porno con violencia física y verbal? ¿Y cuándo un 17% de esos niños debía afrontar décadas atrás escenas extremadamente violentas? Son estos los datos del presente, extraídos del estudio Juventud y pornografía en la era digital: consumo, percepción y efectos, publicado por el Centro Reina Sofía Fad Juventud. ¿De verdad es esto comparable con el pasado? No, no lo es. Ni la cantidad, ni la tipología de lo que se ve, ni la facilidad con la que se accede son comparables a otras épocas y, por tanto, tampoco lo es la influencia sobre la formación. Los que así piensan confunden la revista que compraban a escondidas o la quedada en casa de un amigo cuyos padres se habían ausentado para ver un filme XXX con la omnipresencia del porno que todo lo invade, queriendo o sin querer.

Que el porno siempre va a despertar la curiosidad de los adolescentes y jóvenes es una obviedad. Para ello, cuenta con la ventaja de pivotar sobre lo más básico de nuestra naturaleza. Pero si estamos de acuerdo en que no es lo mismo fumarse un cigarrillo al día que dos cajetillas, aun siendo ambas cosas fumar, no debiéramos hacer el ridículo a la hora de establecer paralelismos entre el pasado y el presente para restar importancia a la pandemia pornográfica que actualmente asola la intimidad de niños y adolescentes.

Y sí es una cuestión de moralidad. No hace falta que nos escondamos.

Un país que no puede proteger a los más indefensos es un pésimo lugar. Niños, adolescentes y ancianos son los grupos de población más frágiles de nuestra sociedad. Así que, de entrada, cualquier iniciativa gubernamental encaminada a blindar su espacio de seguridad frente a la invasión de terceros, directa o indirectamente, merece ser tenida en consideración.

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