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La Generalitat salva a la Tierra del peligro de la menstruación
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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La Generalitat salva a la Tierra del peligro de la menstruación

El Gobierno catalán ha decidido gastarse los cuartos en la promoción de materiales reciclables para lidiar con el periodo. En paralelo, en renovables, Cataluña sigue a la cola

Foto: La 'consellera' de Igualdad y Feminismos, Tània Verge. (Europa Press/David Zorrakino)
La 'consellera' de Igualdad y Feminismos, Tània Verge. (Europa Press/David Zorrakino)
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Catalunya vuelve al podio. ¡Es la primera! Ha encontrado el gobierno del republicano Pere Aragonès el modo de devolver a los catalanes el orgullo de pertenencia haciéndolos sentir los más avanzados y punteros del mundo en algún asunto referido a la Generalitat. ¿Educación? No es el caso. Como ha dejado bien claro el último informe PISA. ¿Sanidad? Tampoco. La degradación del sistema sanitario a través de la implosión de los centros de atención primaria no permite sacar mucho pecho. ¿Energía renovable? ¡Quía! En ningún lugar el decalaje entre el discurso sobre la transición energética y la realidad es tan visible. ¿Dependencia? Va a ser que tampoco. Aunque deba reconocerse la buena voluntad, de la que por cierto no vive el hombre.

¿Y entonces? La campanada la ha protagonizado la Consejería de Igualdad y Feminismos que comanda la académica Tània Verge. Y es que desde ayer todas las personas que menstrúan pueden acudir a su farmacia más cercana para recoger gratuitamente con su tarjeta del servicio público de salud -y según sus preferencias- bragas reutilizables, copas menstruales o compresas ecológicas para salvar al planeta, a la sociedad y a ellas mismas de la regla.

En ningún lugar del mundo, según la propia consejera, se había llegado tan lejos ni se había demostrado ambición tan desmedida por parte de un gobierno. Aunque también es cierto que nadie se ha preguntado todavía en Catalunya por qué esa posición de liderazgo e innovación política continuaba vacante a estas alturas habiendo tantos sitios en los que este tipo de agenda está mucho más desarrollada que aquí. Sea como sea la Generalitat, así lo cree la institución, da un paso de gigante. ¡Chupitos para todos! El genio catalán está de regreso.

Lo de ciudadanía o personas menstruantes lo escribimos en cursiva porque es así como se desarrolla la campaña para explicar la medida y también es el lenguaje que vienen usando los medios de comunicación públicos de la Generalitat. La palabra mujer ha sido extirpada del repertorio. De paso también vamos acostumbrándonos para cuando sea delito de odio escribir mujer para referirnos a la menstruación, cuando sea que se dé por finalizado el periodo de gracia y acomodación voluntaria a la nueva terminología del que todavía disfrutamos.

Más allá de la cuestión semántica, lo cierto es que la campaña tiene mucha miga. Resume en una sola iniciativa todas las obsesiones de la izquierda academicista que bebe a chorro de la sinrazón que se adueñó en su día de los campus universitarios estadounidenses en cuestiones como el género, la mirada de la persona como una carga para el planeta, la banalización de terminología que hasta hace unos años resultaba precisa -como la violencia, rebautizada como “violencias”, para que sirva igual para un roto que para un descosido- o la complicación hasta límites insospechados de cuestiones fisiológicas de lo más ordinarias.

De saque culpabilización, algo que nunca falla en las apuestas políticas de quienes militan, como Verge, en el cuadrante ideológico en el que nacen estas ideas. La regla como factor de insostenibilidad planetaria. De ahí que el Gobierno catalán haya decidido gastarse los cuartos en la promoción de materiales reciclables para lidiar con el periodo. En paralelo, en renovables, Cataluña sigue a la cola. Pero hemos encontrado ya el modo de compensarlo, colaborando contra el cambio climático a través de la renuncia a las compresas y los tampones. Conviene que las personas menstruantes reciclen los utensilios con los que afrontar la cita con el óvulo desechado. Ni una palabra sobre las lavadoras (consumo de electricidad), agua (sequía galopante), y detergentes (contaminantes) asociadas a este nuevo ajuar que se propone, aunque resulta evidente que la menstruación 0 emisiones no está todavía a nuestro alcance. Siempre quedará confesarse por el pecado ecológico de tener la regla.

Lejos de apostar por un tratamiento integral del fenómeno de la pobreza, aquí de lo que se trata es que cada departamento despunte con su idea

Que no falte la pobreza en la ecuación. En este caso el paraguas que se ha desplegado es el de la “pobreza menstrual”. La segmentación del pobre es algo que apasiona a los impulsores. Solo que alguien debería advertirles que un ciudadano menstruante es pobre o no lo es. Y si por desgracia lo es, va a faltarle de todo: vivienda, calefacción, comida, cuchillas de afeitar, compresas y todo cuanto requiere una vida en condiciones atendiendo al nivel de riqueza de nuestra sociedad.

Pero lejos de apostar por un tratamiento integral del fenómeno de la pobreza, aquí de lo que se trata es que cada departamento despunte con su idea de bombero particular añadiendo un apellido a la carestía extrema para ubicarla en el cajón que más conviene para el lucimiento particular. Ayúdese tanto como sea posible a las personas -menstruantes o no- a quienes su economía no alcanza para acceder a los productos básicos, incluidos los de salud e higiene. Pero dejen de recrearse en el barroquismo de la terminología para justificar políticas de nicho que solo buscan titulares y un lugar en la historia de los inventos del TBO sufragados con dinero público. Como además la campaña se desarrolla bajo el paraguas de la “universalidad” (para todas las personas menstruantes con independencia de su nivel de renta), este argumento de la pobreza viene en auxilio de los impulsores de la iniciativa como un mero adorno defensivo.

Estamos también ante una iniciativa dirigista en grado máximo, como corresponde a todo aquello que impulsan los políticos que pretenden reeducarnos y llevarnos a un nuevo estado civilizatorio al que nos resistimos algunos por ignorantes y reaccionarios. Aunque la campaña en la que se enmarca la iniciativa se haya bautizado como Mi regla, mis reglas; lo cierto es que queda clarísimo que desde el departamento de feminismos de la Generalitat se entiende que hay personas menstruantes responsables y otros ciudadanos menstruantes que siguen viviendo la regla como un viva la virgen cualquiera. Y oiga, ¡esto sí que no!

El último ingrediente del aliño de argumentos con el que se celebra la medida es quizás el menos discutible: la naturalización y aceptación sin prejuicios de la menstruación, la menopausia y el climaterio. Esto es tan razonable como lo sería también una campaña que nos aconsejara manejarnos y conciliarnos, a las personas menstruantes y a las que no, con el ciclo natural de la vida de los humanos. Pero entonces el gobierno de Catalunya no sería el primero en algo. ¡Y estamos tan necesitados de ello a estas alturas!

Catalunya vuelve al podio. ¡Es la primera! Ha encontrado el gobierno del republicano Pere Aragonès el modo de devolver a los catalanes el orgullo de pertenencia haciéndolos sentir los más avanzados y punteros del mundo en algún asunto referido a la Generalitat. ¿Educación? No es el caso. Como ha dejado bien claro el último informe PISA. ¿Sanidad? Tampoco. La degradación del sistema sanitario a través de la implosión de los centros de atención primaria no permite sacar mucho pecho. ¿Energía renovable? ¡Quía! En ningún lugar el decalaje entre el discurso sobre la transición energética y la realidad es tan visible. ¿Dependencia? Va a ser que tampoco. Aunque deba reconocerse la buena voluntad, de la que por cierto no vive el hombre.

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