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¿Independencia o gestión? La primera guerra de las elecciones catalanas será el marco de campaña
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Josep Martí Blanch

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¿Independencia o gestión? La primera guerra de las elecciones catalanas será el marco de campaña

En la Cataluña de 2024 el comodín 'España' ha dejado de existir y el independentismo no goza ya de la inmunidad que proporcionaba fiarlo todo a la culpabilidad del estado

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (Europa Press/Lorena Sopêna)
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (Europa Press/Lorena Sopêna)
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El inicio de la campaña electoral catalana (formalmente precampaña) ha coincidido con la rebelión de funcionarios y trabajadores de las cárceles catalanas por el asesinato de una cocinera a manos de un recluso en el presidio tarraconense de Mas d’Enric. A debate el modelo penitenciario catalán y el exceso de buenismo de los responsables políticos de esta área de gestión gubernativa. De propina, 4.000 presos confinados en sus celdas porque no puede garantizarse el normal desarrollo de la vida carcelaria.

En tiempos no muy lejanos una crisis de estas características, al igual que la sequía o cualquier otra problemática que afectase a la Generalitat se hubiera gestionado, por ridículo que pueda parecer desde el presente, apelando a las virtudes de una futura Cataluña independiente en la que todos los problemas desaparecerían por arte de birlibirloque.

Pero en la Cataluña de 2024 el comodín 'España', la carta mágica que permitía esquivar todas las responsabilidades, ha dejado de existir y el independentismo no goza ya de la inmunidad que proporcionaba fiarlo todo a la culpabilidad del estado.

Naturalmente, el victimismo, descontados asuntos como el de la financiación autonómica que sigue proporcionando argumentos sólidos para su práctica, sigue siendo un ingrediente básico de la cocina soberanista. Pero ya no es posible presentar un proyecto político que se pretenda ganador en unas elecciones sin pagar el peaje de mojarse en cuestiones sectoriales (seguridad ciudadana, emigración, educación, fiscalidad, infraestructuras, etc). Ya no vale fiarlo todo al eje identitario, ni de un lado ni de otro.

Lo anterior, que al lector puede parecerle una perogrullada, es un cambio de rasante fundamental respecto al pasado reciente. Y resulta conveniente entenderlo para saber qué alteraciones de alcance han operado en la sociedad catalana en los últimos años y también en los partidos. Y para comprender por qué la primera guerra de esta campaña electoral es la del marco conceptual en el que finalmente vaya a desarrollarse.

La preferencia de la ciudadanía por el marco de la gestión y las políticas sectoriales se veía claramente reflejado en el último trabajo de proyección electoral del Centro de Estudios de Opinión (CEO, el CIS de la Generalitat) publicado en noviembre del año pasado. Es una estimación demasiado lejana, pero que hasta que aparezcan nuevas encuestas solventes sigue siendo la referencia más válida.

Ya no es posible presentar un proyecto que se pretenda ganador en unas elecciones sin pagar el peaje de mojarse en cuestiones sectoriales

Y lo que indicaba el CEO era que el premio gordo de unas elecciones catalanas sería para los socialistas -de 33 diputados actuales a una horquilla de 39-45- gracias a la machacona insistencia de Salvador Illa y su “gobierno en la sombra” de que Cataluña necesita gestión, gestión y gestión. Apuntaba también un leve castigo para ERC y su manera de gobernar -que podía repetir sus 33 diputados, perder hasta cuatro o ganar uno-. Y censuraba a lo grande el proyecto irredentista de Carles Puigdemont, que pasaba de sus 32 actas actuales a una horquilla entre 19 y 24. Por debajo, gran recuperación del PP (de 3 a 12-17), descenso de Vox (de 11 a 6-9) y de la CUP (de 9 a 4-8), mejoría de los comunes (de 8 a 10-14) y desaparición de Cs (de 6 a 0). Algunas encuestas de medios con una muestra mucho más reducida que han empezado a publicarse estos días mantienen la gran ventaja del PSC, pero sitúan la diferencia entre ERC y Junts en mínimos, o a los junteros por encima de los republicanos.

Partiendo de esta fotografía, se entiende que la campaña socialista iniciada este fin de semana pasado con un congreso, insista en orillar la cuestión independentista y más ahora que está virtualmente aprobada la ley de amnistía. Al PSC le conviene centrarlo todo en la promesa de una gestión eficaz, la mejora de los servicios públicos y la superación del callejón sin salida del independentismo. Ese es el marco de campaña que le viene como anillo al dedo a Salvador Illa. Y de ahí su esfuerzo por rehuir cualquier provocación que le obligue a salir de esa cuadrícula narrativa. Cuadrícula que se resume en pasar página con un presidente no independentista que se ocupe al 100% de las cosas de comer. Pase lo que pase, no vamos a cambiar de estrategia, sentenció ayer el candidato socialista.

La gran amenaza a este imaginario de campaña no proviene de ERC. Los republicanos están obligados, en tanto que detentores de la presidencia y del Gobierno de la Generalitat, a defender su gestión y pedir el aval en forma de votos para continuarla. Solo que al mismo tiempo han de bailar, como independentistas, también en la pista del eje identitario. Los de Oriol Junqueras son por paradójico que pueda parecer, dado que el Gobierno acostumbra a proporcionar ventaja, quienes se enfrentan a un marco de campaña más difícil de manejar. Como Gobierno son fácilmente atacables por su gestión y como independentistas por su falta de vehemencia en comparación con Junts. De ahí que su plan de acción realista en estos momentos no sea ganarle las elecciones al PSC, sino mantener su representación actual y asegurarse repetir en la segunda posición por delante de Junts.

Foto: Pere Aragonès en un acto esta semana en Barcelona. (EFE/Andreu Dalmau)

Quien sí tiene todo el interés e incentivo para alterar el marco de campaña es Carles Puigdemont. Y la coincidencia de la amnistía de Pedro Sánchez, sumada a la convocatoria repentina de elecciones, le ha regalado esa posibilidad. Puigdemont es un mago en el arte de monopolizar la atención. Unos días de precampaña han bastado para que todos los focos se centren en él, en cualquier apunte que haga en redes o en las declaraciones de sus colaboradores más cercanos.

El próximo jueves Puigdemont anunciará con toda probabilidad su candidatura a presidente de la Generalitat. Y a partir de ahí tratará de darle la vuelta a la campaña para situarla en el eje identitario y con el horizonte de la independencia como elemento capital del debate político de aquí a las elecciones.

De que consiga su objetivo depende en buena medida el devenir de la campaña y también que las proyecciones electorales manejadas hasta la fecha sufran una alteración considerable. Y a preparar este cambio de escenario se han dedicado desde el día que Pere Aragonès anunció las elecciones él mismo, el abogado Gonzalo Boye y el secretario general de Junts, Jordi Turull.

Foto: Aragonès convoca elecciones anticipadas. (Europa Press/David Zorrakino) Opinión
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En realidad tiene un camino muy fácil para conseguirlo. Aunque quizás le resulte demasiado arriesgado en sus cábalas. Basta con que se plante en Cataluña los primeros días de campaña sin la amnistía formalmente aprobada, prestándose a una detención e ingreso en prisión por un corto espacio de tiempo. Si eso sucediese se acabó la campaña. Desaparece de la ecuación el marco de gestión de Illa y ERC funde a negro en notoriedad por la vorágine de los acontecimientos.

En este hipotético escenario es probable una gran arcada de emotividad entre el soberanismo que permitiese mejorar ostensiblemente los resultados de Junts. Las elecciones pasarían a ser una batalla Puigdemont-Illa con ERC invisibilizada. Aunque a decir verdad, y a pesar de que altavoces junteros amagaran con este escenario la semana pasada, ni la trayectoria de Puigdemont, ni el precario escenario de acuerdos en el tablero español con Pedro Sánchez, hacen fácilmente viable una operación de este calibre.

La opción más plausible sigue siendo que Puigdemont anuncie su candidatura y haga campaña desde Bélgica o el sur de Francia -Cataluña norte en el imaginario independentista-, postergando su regreso a la aprobación definitiva de la amnistía. A diferencia de las elecciones de 2017 y 2020, la diferencia esta vez sería la garantía de regreso tras los comicios con la ley de olvido penal ya en vigor. Como prueba de que esta vez sí estaría dispuesto a reintegrarse definitivamente en la vida política española estaría el gesto de renunciar a encabezar las elecciones europeas, dejando escapar la inmunidad de la que goza como europarlamentario.

Foto: El íder del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), y el presidente del PP de Cataluña, Alejandro Fernández. (EFE/Archivo/Andreu Dalmau)

Pero si este es todo el combustible que ofrece Puigdemont, hay que señalar que no es de suficiente octanaje como para alterar sustancialmente el marco de campaña centrado en las políticas sectoriales. Quizás sí para matizarlo, pero no para sustituirlo. Además, Puigdemont deberá explicar qué le ofrece al votante soberanista un hombre que ha defendido desde Bélgica la validez del 1-0 y de su declaración de independencia y que ahora pretende presidir una Generalitat autonómica con acuerdos cerrados con el PSOE en el Congreso.

La batalla entre los dos marcos de campaña es la primera a librar en estas elecciones. Puigdemont ha de arriesgar demasiado para imponer el suyo. Solo el “martirio”, aunque fuese temporal, le proporcionaría esa baza.

El inicio de la campaña electoral catalana (formalmente precampaña) ha coincidido con la rebelión de funcionarios y trabajadores de las cárceles catalanas por el asesinato de una cocinera a manos de un recluso en el presidio tarraconense de Mas d’Enric. A debate el modelo penitenciario catalán y el exceso de buenismo de los responsables políticos de esta área de gestión gubernativa. De propina, 4.000 presos confinados en sus celdas porque no puede garantizarse el normal desarrollo de la vida carcelaria.

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