Pesca de arrastre
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Unas elecciones sin pregunta: Cataluña sigue en el diván
La sequía no es solo meteorológica, afecta también a la capacidad de los catalanes -da igual de qué opción política- de ilusionarse y vivir con intensidad el futuro político de su comunidad
La teoría: las campañas sirven para informar al ciudadano de los distintos programas y que este, una vez digerido el material, emita un voto razonado a favor de la opción política que a su criterio defenderá mejor sus intereses y los del conjunto.
Y cuando acabe de reír, la práctica: las campañas sirven para que los partidos batallen entre ellos en el intento de imponer una única pregunta preñada de cuanta más emotividad mejor. Una pregunta que consiga agrupar el sentir ciudadano alrededor de esa cuestión para que sea dirimida a través del voto.
Esa pregunta se formula de forma diferente según quien la plantea, pero remite a lo mismo.
La del 23-J era plebiscitaria sobre la continuidad de Pedro Sánchez al frente del Gobierno. El PP la pronunciaba de esta guisa: ¿Quiere acabar con Sánchez? Y el PSOE de esta otra: ¿Acaso quiere que gobierne la ultraderecha? Enunciados para una misma cuestión.
A veces siglas minoritarias logran hacerse un hueco con interrogantes alternativos que hacen diana. Cuando lo consiguen rompen el tablero
El resto de las formaciones políticas de cierta entidad pueden añadir variaciones y matices al enunciado sin alterarlo. Eso sí, sucede a veces que siglas minoritarias pero con potencial emergente, consigan hacerse un hueco planteando interrogantes alternativos que hacen diana. Cuando lo consiguen rompen el tablero. Eso es lo que sucedió en su día con Ciudadanos (¿quieren regenerar España?) Podemos (¿quieren acabar con la casta?) y Vox (¿quieren la España de antes?) cuando fueron novedad.
El objetivo de un buen comité de campaña es acertar con la pregunta que, a la manera de Arquímedes, permite mover el mundo. Y es a partir de esta certeza que los partidos catalanes llevan ya días librando la batalla por imponer cada uno la suya. Que sea esa, y no la de otros, la que se convierta en el motor de campaña.
Solo que a medida que pasan las semanas va quedando claro que en esta ocasión la 'gran pregunta' va camino de no existir. La sociedad catalana sigue en el diván, noqueada todavía políticamente por el pasado reciente. La sequía no es solo meteorológica, afecta también a la capacidad de los catalanes -da igual de qué opción política- de ilusionarse y vivir con intensidad el futuro político de su comunidad. Sigue sobrevolando la convicción de que la embarcación embarrancó y que todavía no es posible abandonar el astillero, donde sigue reparándose sin mirar el reloj.
La gran pregunta se busca. Lo intentó Puigdemont el día que anunció su candidatura: "¿Queréis restituirme?" Pero con el paso de los días ha abierto el compás. Y aprovechando el anuncio de su número dos, una empresaria catalana que hasta ahora hacía las Américas, ha formulado otro interrogante habiendo visto que con el primero no es suficiente: "¿Queréis que se gestionen bien las competencias autonómicas?".
También hace probaturas continuas el actual presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. Hasta ahora ha ensayado ya con tres cuestiones: "¿Queréis un pacto fiscal?", "¿queréis un referéndum pactado?", "¿queréis una consejería específica de lengua catalana?", sin que ninguna haya provocado el menor movimiento en los sismógrafos.
El socialista Salvador Illa sigue con su pregunta inamovible: "¿Queréis pasar página?" Con igual y limitado efecto, aunque lidere las encuestas con una ventaja cómoda.
El PP a lo suyo que no es otra cosa que castigar a Sánchez: "¿Quieren que Cataluña sea su cementerio?"
Vox, En Comú Sumem y CUP no participan en el concurso y van a remolque de los demás.
Parafraseando a Joan Manel Serrat, cada loco con su tema. La precampaña circula por múltiples carriles sin que nadie consiga imponer al resto cuál va a ser el interrogante principal.
Esto es así porque hasta la fecha nadie va a jugar decididamente al terreno de juego del otro. Excepto Puigdemont, que busca el cuerpo a cuerpo con insistencia con Aragonès e Illa, nadie se da por aludido con las interpelaciones del otro.
Pero sucede también, y esto quizás sea lo más importante, que el ambiente generalizado es de incredulidad entre una ciudadanía que está muy escarmentada. Un escarmiento que en estos momentos, en el pasado no fue así, se traduce más en indolencia que en enfado.
Naturalmente, todas las siglas mantienen su ejército de acólitos, ya sean militantes o simplemente votantes. Pero en el conjunto se detecta un aire de desidia. De tal forma que la lluvia de la precampaña, de momento moja más bien poco, a excepción de la semana en la que apareció la borrasca Puigdemont en el cielo electoral. El ambiente de fondo sigue respondiendo a un escenario que mezcla el agotamiento, el desconcierto y la resignación.
La prueba de que este es el ambiente es que, a puerta cerrada, en las sedes de todas las siglas en liza se sigue con especial interés la apuesta que en condiciones normales es siempre la más inverosímil para un aficionado al juego: la repetición electoral tras el 12-M.
Una cosa es que el regreso a las urnas a modo de segunda vuelta no pueda descartarse nunca y otra muy diferente que entre los implicados se considere el escenario más probable. Quizás sea así porque cuando una campaña la acaban presidiendo muchas preguntas en lugar de una, aumentan las posibilidades de que todas queden sin respuesta. Lo que vendría a ser más de lo mismo. Poco más de un mes para cambiarlo.
La teoría: las campañas sirven para informar al ciudadano de los distintos programas y que este, una vez digerido el material, emita un voto razonado a favor de la opción política que a su criterio defenderá mejor sus intereses y los del conjunto.
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