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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Todos contra el BBVA (de momento)

Tendremos que esperar unos días para comprobar hasta qué punto la belicosa y coincidente unanimidad política de hoy es meramente coyuntural por la inminencia de la cita con las urnas o si, por el contrario, deviene estructural

Foto: Vista de la antigua sede del BBVA en la Plaza de Cataluña de Barcelona. (EFE/Quique García)
Vista de la antigua sede del BBVA en la Plaza de Cataluña de Barcelona. (EFE/Quique García)
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Apúntese el BBVA el honor de haber conseguido lo que ningún otro en mucho tiempo: la casi unánime coincidencia de la orla política e institucional en alguna cosa. Ayer sucedió. Y el hacedor del milagro ha sido el banco presidido por Carlos Torres y su opa hostil para absorber el Banco de Sabadell, el castillo de Pep Oliu.

El Gobierno, a través del Ministerio de Economía, dos presidentes de comunidad autónoma -Carlos Mazón del PP y Pere Aragonès de ERC-, Yolanda Díaz y otros cargos de Sumar y sus confluencias, los aspirantes a la presidencia de la Generalitat -incluyendo Alejandro Fernández del PP-, explicitaron su oposición a la operación con más o menos virulencia, sumándose a las patronales catalana y valenciana que ya vienen pronunciándose totalmente contrarias al proyecto desde el primer día. La CEOE, fiel a sus equilibrios, se ha puesto a tocar el violín.

Este segundo intento de absorción del Banco de Sabadell por parte del BBVA parece la historia de un despropósito. Se inicia con un periodista precipitando desde Londres la confirmación de una operación que debía mantenerse todavía en secreto y prosigue con el envío de mails privados por parte del Sabadell a la CNMV para desembocar finalmente en la total y absoluta animadversión entre las partes con la formalización de la opa hostil.

Atrás queda el pálpito general de las primeras reacciones de quienes siguen la actualidad bancaria, considerando que en esta ocasión la cosa debía estar más o menos hablada y consensuada porque si no resultaría incomprensible que el BBVA se lanzase sobre su presa favorita por segunda vez tomando el riesgo de fracasar de nuevo.

En todo caso, ciñámonos a la política. Olvidemos la necesidad del BBVA de apuntalar en casa parte de su negocio para corregir la excesiva dependencia de México, por un lado, y de la evolución económica y política de la imprevisible Turquía, por el otro. Tantos informes de prospectiva política que se pagan desde las altas instancias financieras, para acabar presentando una opa belicosa a tres días de unas elecciones tan relevantes como son las catalanas. No por su dimensión autonómica, sino por la onda expansiva que pueden tener en el conjunto del tablero político e institucional español en la presente coyuntura política. Uno cree, en su bendita ignorancia, que en el mundo del dinero todo obedece a la razón y al cálculo milimétrico. Pero resulta que no, que los banqueros también están hechos de carne, huesos y decisiones mejorables, como el resto de los mortales.

No obstante, como a las cabezas pensantes del BBVA se les reconoce inteligencia y capacidad, lo que viene dándose por hecho ahora es que antes de lanzarse por el tobogán de la opa hostil, la entidad presidida por Carlos Torres ha allanado el camino. Así vino a confirmarlo él mismo ayer en su intervención, dando a entender que tiene, al menos apalabrada, la aceptación de alguno de los accionistas significativos del Banco Sabadell para generar un efecto arrastre y también el visto bueno informal del Banco Central Europeo, el ojo del gran hermano supervisor que todo lo ve y alcanza antes de que suceda. Esto, de hecho, es lo más relevante.

Foto: Carlos Torres, presidente de BBVA, y Josep Oliu, presidente de Sabadell. (EC/H. Bilbao/Morell)

Porque en este momento de la operación, las instancias españolas tienen entre poco y nada que hacer, otra cosa es decir, sobre la opa. Pueden, claro, utilizarse las instituciones del Estado para hacer activismo entre los inversores de referencia del Banco Sabadell y abonarse a la hostilidad contraria a la operación. Incluso amenazar a futuro, con más fogosidad que fundamento, con la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia.

En términos políticos, lo sustantivo será comprobar si esta extraña unanimidad contraria a la absorción se mantiene a partir del lunes y más allá, una vez se hayan contado los votos de las elecciones catalanas. Solo entonces sabremos si toda la fanfarria dialéctica de las declaraciones de ahora se mantiene en el tiempo con igual o mayor virulencia.

En elecciones, cada voto cuenta. Y la perspectiva de un cierre masivo de oficinas bancarias en Cataluña, acompañado de las inevitables cartas de despido también masivas, no es un buen material de campaña. Así que, aunque sea por simple cálculo partidista, era más que previsible el posicionamiento claramente contrario de los diferentes partidos y de las instituciones que cada uno de ellos tiene en sus manos. También del Gobierno de España, que se había mostrado más o menos cauto hasta que el BBVA dio a conocer que pasaba a ejecutar la operación en términos ya nada amistosos.

Tendremos que esperar unos días para comprobar hasta qué punto la belicosa y coincidente unanimidad política de hoy es meramente coyuntural por la inminencia de la cita con las urnas o si, por el contrario, deviene estructural porque el Gobierno de Pedro Sánchez hace definitivamente suyos los sólidos argumentos que han puesto sobre la mesa principalmente las asociaciones empresariales valenciana y catalana.

Mientras tanto, en Fráncfort, el gran hermano supervisor estará más tranquilo que un aficionado del Real Madrid en una eliminatoria de la Champions. Al gendarme bancario todo lo que huela a concentración le parece estupendo.

Apúntese el BBVA el honor de haber conseguido lo que ningún otro en mucho tiempo: la casi unánime coincidencia de la orla política e institucional en alguna cosa. Ayer sucedió. Y el hacedor del milagro ha sido el banco presidido por Carlos Torres y su opa hostil para absorber el Banco de Sabadell, el castillo de Pep Oliu.

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