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Junqueras y Puigdemont: "Camina o revienta"
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Josep Martí Blanch

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Junqueras y Puigdemont: "Camina o revienta"

Uno y otro comparten un mismo patrón de comportamiento. La no aceptación, aun habiendo transcurrido ya siete años y medio, del absoluto fracaso del proyecto político que intentaron llevar a la práctica en 2017

Foto: El presidente de ERC, Oriol Junqueras. (Europa Press/Kike Rincón)
El presidente de ERC, Oriol Junqueras. (Europa Press/Kike Rincón)
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Teruo Nakamura fue el último soldado que combatió en la II Guerra Mundial. No se rindió hasta 1974. Un año antes lo había hecho Hiro Onoda. Ambos hicieron la guerra al servicio del ejército imperial nipón y vivieron casi tres décadas ajenos a la rendición japonesa de agosto de 1945.

La testarudez de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras tras los resultados de las elecciones del domingo permite compararlos con esos dos soldados que estuvieron treinta años en la inopia.

Uno y otro comparten un mismo patrón de comportamiento. La no aceptación, aun habiendo transcurrido ya siete años y medio, del absoluto fracaso del proyecto político que intentaron llevar a la práctica en 2017.

Y aunque ni se dirijan la palabra entre ellos desde entonces, lo cierto es que son más parecidos de lo que ambos desearían. Los dos viven convencidos de que los ciudadanos catalanes están en deuda con ellos. Que su paso por prisión, en el caso de Oriol Junqueras, o el hecho de vivir en Bélgica desde 2017, en el de Carles Puigdemont, no puede haber sido en balde. Que tanto sacrificio ha de merecer algún tipo de recompensa.

Foto: El candidato de Junts a la presidencia de la Generalitat, Carles Puigdemont. (EFE/David Borrat) Opinión

Sus carreras políticas, a las que la debacle del soberanismo en las urnas de hace cinco días debiera poner fin, han de continuar sí o sí. En su cabeza no cabe otra posibilidad. De ahí que ambos deban darle la espalda a la realidad, negarla por visible e indiscutible que resulte. Solo ellos son los únicos y verdaderos mesías. Clavados en la cruz de la cárcel y del exilio. Obligados a competir entre ellos, puesto que mesías solo puede haber uno. Y ambos viviendo en una realidad paralela. Tan convencidos están, como buenos mesías, del valor performativo de su palabra.

Esto lleva siendo así desde hace años. Pero desde el escrutinio del pasado domingo la estampa ha adoptado el aire de una pornográfica impostura. Y ayer, con la comparecencia de ambos con motivos diferentes, el espectáculo, particularmente en el caso de Oriol Junqueras, se tiñó de un patetismo grotesco y estrafalario.

Junqueras va a dimitir como presidente de ERC después de las elecciones europeas para intentar volver a recuperar el cargo en el congreso que los republicanos van a celebrar en noviembre. Como si la debacle de ERC no fuera con él, el bueno de Junqueras pretende calzarse las deportivas para pasearse por Cataluña a explicar a los militantes del partido que no pueden echarlo. Que aún le deben la oportunidad de ser el candidato a presidente de la Generalitat cuando esté indultado y en condiciones de hacer una campaña como dios manda. Esta prórroga la pide quien dice no tener apego a los cargos y que lleva 14 años -desde 2011- al frente del partido. De fondo lo ya apuntado. ¿Acaso no estuve tres años en la cárcel? ¿No me debéis una oportunidad?

La decisión de Junqueras empuja a su partido a la guerra civil, salvo que de aquí a noviembre se le convenza para que su adiós se torne definitivo. Eso es lo que intentará la secretaria general del partido, Marta Rovira, y tantos otros cuadros de ERC que, incluso siendo devocionarios y amigos de Junqueras, consideran a estas alturas que su líder ha perdido el norte definitivamente.

El volcán en erupción que es ERC, más allá del 'show' de Oriol Junqueras, tiene su derivada en el largo camino que se ha abierto hasta la hipotética investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat.

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Pere Aragonès no recogerá ni el acta de diputado, Marta Rovira ha anunciado su adiós y Junqueras también se va, aunque espera volver.

Así que la decisión política más complicada a la que se enfrenta el partido -investir o no a Illa- va a tomarse mientras sus dirigentes afrontan una situación de absoluta provisionalidad. El hecho de que se hayan quedado sin candidato efectivo ante una hipotética repetición electoral, y la certeza de que un nuevo paso por las urnas los desangraría más todavía, lleva a pensar que lo que les conviene es apoyar esa investidura y que la razón acabará por imponerse.

Pero ayer, incluso los favorables a esta decisión se mostraban pesimistas respecto a las posibilidades de que acabe siendo así. “Si me preguntas hoy, no habrá investidura. Apuéstalo todo al no”, fue la respuesta que expresada de formas diferentes se recogía en las llamadas a los cuadros de ERC. Bien es cierto que algunos consideraron que todo es cuestión de tiempo. Y añadieron que confían en que a medida que avancen las semanas deba cambiarse esa apuesta para acabar dando el sí a Illa.

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Por su parte, Puigdemont sigue en sus trece. Ligada su supervivencia política a conseguir la presidencia de la Generalitat, se empeña en hacer creíble su apuesta de ser presidente de la Generalitat convenciendo primero a ERC para que le apoye, y después al PSC para que se abstenga siguiendo órdenes de la Moncloa. No parece que esté en condiciones de conseguir ni una cosa ni la otra, y las dos son necesarias.

Lo que chirría en la apuesta de Puigdemont no es que sea ilegítima, puesto que es tan legítima como cualquier otra, sino el discurso que la acompaña que es totalmente irreal, una ficción solo creíble para los más fieles. Su indisimulable mesianismo le impide advertir que ya ha caído del caballo. Catalunya no ha votado su restitución, no ha apostado por un gobierno independentista y las únicas mayorías absolutas existentes en el Parlamento son la suma de las izquierdas (PSC, ERC, Comunes) o la de PSOE, PP y Vox, esta última de imposible cocción.

Foto: Manifestación independentista en una imagen de archivo. (Reuters/Albert Gea) Opinión

La estrategia que Puigdemont tenía pensada ya durante la campaña exigía mejores resultados de los republicanos y que la diferencia de votos y escaños entre él y Salvador Illa fuese mucho menor. Pero ahí sigue Puigdemont, erre que erre. Ayer ya señaló que Junts no tiene reparo en que deban repetirse las elecciones.

Para creerse un mesías uno ha de estar convencido de que en algún momento obrará el milagro del pan y los peces. En eso andan Junqueras y Puigdemont. Se equivocan el mundo y los electores, no ellos. Saben lo que los demás desconocen: que su palabra viene directamente de Dios.

Teruo Nakamura fue el último soldado que combatió en la II Guerra Mundial. No se rindió hasta 1974. Un año antes lo había hecho Hiro Onoda. Ambos hicieron la guerra al servicio del ejército imperial nipón y vivieron casi tres décadas ajenos a la rendición japonesa de agosto de 1945.

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