Pesca de arrastre
Por
Ganadores y perdedores de la amnistía
Ayer fue día de discursos. Y como era de prever, los escuchamos de toda clase y condición. De los más tremendistas hasta los más eufóricos
A la espera de su publicación en el BOE, además del inevitable alto grado de imprevisibilidad en su aplicación cuando inicie su recorrido en los tribunales, la ley de amnistía es ya una realidad.
Ayer fue día de discursos. Y como era de prever, los escuchamos de toda clase y condición. De los más tremendistas hasta los más eufóricos. Con el Congreso partido en dos se hizo real la paradoja advertida por la Comisión de Venecia en su informe sobre la ley de amnistía.
En particular sobre el hecho de que una norma de supuesta vocación conciliadora resulte, llevada a la práctica, tremendamente divisiva en todos los ámbitos sociales, desde el político al judicial, pasando por el mediático.
Hemos escrito reiteradamente sobre los errores de bulto que han acompañado desde el principio la ley de amnistía finalmente aprobada. También quienes como un servidor hemos defendido en este oasis de pluralidad que es El Confidencial la necesidad, virtudes y beneficios de una solución política que, en la línea de los indultos, acelerasen el regreso a la normalidad política y social de Catalunya y del resto de España
Pero si esta ley fuese una obra, no hubiera obtenido el visado en ningún colegio de arquitectos. Tiene taras de concepción, gestación y parto. En la concepción, el error de base es que su planteamiento obedeció a una necesidad personal, no social: la investidura de Pedro Sánchez. También los indultos germinaron por igual necesidad, pero se tuvo entonces inteligencia política para madurarlos en el tiempo y acompañarlos de una narrativa de perdón a alguien que aceptaba su parte de responsabilidad en lo sucedido. Esta vez la narrativa ha sido justo la contraria.
En lo que atañe a la gestación, la malformación de la amnistía radica principalmente en ser una norma negociada y redactada a la carta por los propios beneficiarios de la medida. Y en lo referido al parto, es una equivocación haberla planteado con la voluntad de convertirla en una afrenta permanente a los contrarios de la medida. Sin ningún ánimo de pactar, como mínimo, la desavenencia con una parte de la oposición. Un planteamiento imposible tanto por la premura, la narrativa con la que se ha construido la argumentación para vestir la ley y, sobre todo, por presentar la norma su principal impulsor, Pedro Sánchez, como la piedra angular del muro divisorio que anunció en su discurso de investidura: a favor de la amnistía los demócratas, en contra los antidemócratas. Un verdadero despropósito.
Estos serían, resumidos, los dislates protagonizados por los impulsores de la norma. Pero también entre los opositores toca señalar el error de la exageración y la sobrerreacción. Como también que desde algunos sectores de la magistratura se haya querido convertir su natural y comprensible oposición a la ley en un bajarse al barro para jugar al gato y al ratón con el poder legislativo en la búsqueda de resquicios que hagan inaplicable la medida de gracia a la gran bestia negra de todo este asunto: Carles Puigdemont.
Pero como la ley es ya una realidad, y aunque queden todavía por descubrir las sorpresas derivadas de su aplicación, no tiene ya mucho sentido reiterarnos en lo tantas veces ya opinado.
Mejor desbrozar los vehementes discursos de parte que acompañan su aprobación para intentar aclarar quienes figuran entre los vencedores y vencidos tras la aprobación de la ley. La tesis, ahí va por avanzado, es que tanto unos como otros, ganadores y perdedores, son en diferentes grados y por distintos motivos los mismos. Intentaré explicarlo.
ERC y Junts, junto al resto del independentismo con algunas excepciones, presumieron ayer de una gran victoria. Y es verdad que la han obtenido en la medida que este ha sido su principal objetivo político desde el día después de la fake declaración de independencia. Toda su energía política desde entonces se ha enfocado a la consecución en una primera fase de los indultos y la amnistía en segunda vuelta.
Su victoria tiene también, gracias al PSOE, una variante narrativa, de relato político muy sustancial. La proporcionan los preámbulos de los acuerdos de investidura firmados con ERC y en especial con Junts. Preámbulos que aceptan la mirada y argumentación secesionista del conflicto. Y que permiten a republicanos y junteros recrearse en tres falsas afirmaciones: no haber renunciado a nada, que no existió delito alguno ni en 2017 ni con posterioridad a esa fecha y que es el estado el que finalmente rectifica sus errores. Por último, hay que añadir a la mochila de la victoria los beneficios individuales para más de 400 personas que se derivan de la amnistía aprobada.
Pero esas victorias se engloban en una derrota de carácter más general del independentismo. La amnistía es la celebración de un gol por parte de quien ha perdido el partido. Siendo cierto que ni el independentismo ha desaparecido ni va a hacerlo, lo es también que su oferta política se ha demostrado ya plenamente inviable, sus liderazgos están plenamente amortizados (esto será más visible a partir de la aplicación efectiva de la amnistía, salvo que se produzcan escenarios como la detención de Carles Puigdemont en cuanto este se decida a regresar) y su apoyo social está en mínimos en comparación con el inicio del proceso, como se vio en las últimas elecciones autonómicas.
La victoria de la que presumen ERC y Junts es la de quien celebra conservar los brazos habiendo perdido las piernas. La composición actual del Parlament de Catalunya es el mejor ejemplo. Ayer, cuando ambos partidos expresaban que conseguida la amnistía ahora toca el referéndum, olvidaban que en la cámara catalana hay ahora más diputados contrarios a un referéndum que a favor.
El PSOE también se sitúa formalmente entre los vencedores. Pedro Sánchez sigue en la Moncloa y su partido ha convertido Catalunya en su nuevo granero electoral, como viene certificando el último ciclo electoral que finalizará el próximo 9 de junio. Pero también hay que contarlo entre los derrotados. Su poder autonómico, aunque Salvador Illa acabe siendo investido, ha quedado ciertamente deteriorado y la amnistía aún no se ha examinado en las urnas -más allá de Catalunya, puesto que ni en Galicia ni el País Vasco influyó en los resultados. La factura que ya pagó el PSOE con los indultos puede engrandecerse cuando llegue el momento. Todo el esfuerzo de Sánchez por situar la batalla actual en el binomio demócratas-antidemócratas tiene como objetivo anular su pérdida de credibilidad derivada de la amnistía. Añádanle que la virtud principal que se atribuye al presidente del Gobierno -caer siempre de pie- sigue teniendo validez, solo que a cambio de convertir su presente mandato en un via crucis parlamentario.
Entre los perdedores formales PP y Vox. Aunque también eso admite matización. No se puede gobernar España mucho tiempo sin contar en la ecuación con Cataluña. Y siendo cierto que Cataluña es más que el independentismo, también lo es que esta familia política tiene suficiente peso electoral como para que deba contarse con un mínimo de su complicidad en muchos de los variados escenarios que siempre acaba presentando la aritmética parlamentaria del Congreso.
Ahora que estas formaciones independentistas van derivando, aunque a veces no lo parezca, hacia una formulación más nominal que práctica del que ha sido en la última década su gran objetivo -la independencia-, se vislumbran en el largo o no tan largo plazo, posibilidades que resultaban inimaginables hace un tiempo y que hoy todavía son difíciles de visualizar. Uno de ellos es que tarde o temprano se retomará la colaboración entre la derecha española y la catalana, ya explorada en otros momentos. La plena normalización de Cataluña será, cuando se asiente, también una buena noticia para el PP.
En cuanto a Vox, solo hay que apuntar que como partido especialista en sacar provecho de los escenarios de cuanto peor mejor, una amnistía divisiva como la que se ha aprobado le permite mantenerse sine die en el discurso más tremendista. En competencia, eso sí, con algunas voces del PP empeñadas en clonar el discurso de los de Santiago Abascal.
Más allá de las siglas, los ciudadanos. Hemos perdido, todos, un tiempo precioso metidos en un callejón sin salida durante una década. Sometidos permanentemente a pruebas de estrés. La amnistía es la penúltima, puesto que sigue siendo demasiado aventurado arriesgarse a escribir que será la última. Y sí, es una ley mal fecundada, mal gestada y peor nacida. Pero de su ya inevitabilidad quizás nos convenga centrar la mirada en los beneficios que de ella pueden derivarse. ¿El principal? La posibilidad de alejarnos de la lógica de vencedores y vencidos y empezar de nuevo. Aunque para ello resulte imprescindible el paso a la reserva definitiva de algunos protagonistas de esta década perdida. Con la amnistía, si es efectiva, esto está definitivamente más cerca.
No debiéramos engañarnos. El conflicto sigue ahí, ahora nuevamente en periodo de latencia. Ojalá este paréntesis -imposible determinar cuándo volveremos a cerrarlo- sirviese para, desde la lealtad de todos con todos, hallar una buena solución a las tensiones territoriales que permitiera ir más allá de la conllevancia orteguiana. Lamentablemente, no va a ser así. Al nacionalismo catalán le cunde electoralmente el enemigo español, igual que a una parte del constitucionalismo le renta agitar el espantapájaros catalán a conveniencia para sacar rédito electoral periódicamente.
A la espera de su publicación en el BOE, además del inevitable alto grado de imprevisibilidad en su aplicación cuando inicie su recorrido en los tribunales, la ley de amnistía es ya una realidad.
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