Pesca de arrastre
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¿Esclavismo en la ampliación del Spotify Camp Nou?
Tanta murga con los qataríes y su mundial y resulta que también en España puede echarse mano de la explotación para remodelar uno de los campos insignia de la Liga
Nadie lo diría. Pero eso parece a tenor de la información que recién hemos conocido a través de El Periódico. Nuevas historias de terror laboral que vienen a sumarse a las que ya puso al descubierto el mismo medio hace unos meses. Se trata de un escándalo mayúsculo al que la política, tan dada a participar histéricamente ante cualquier nimiedad, en esta ocasión solo quiere mirar de reojo o ni siquiera eso. La tecnocracia, por su parte, solo parece activarse a través de la inspección de trabajo a medida que el escándalo llega a la opinión pública.
La información destapada señala que una de las subcontratas (Eurobau SRL) de la contratista principal (Limak) de las obras de remodelación del campo del Barça importa peones rumanos a los que hace trabajar sin contrato y en ocasiones sin sueldo. Son unos 300, según explica El Periódico.
Aunque hay más extranjeros de otras subcontratas que también afirman estar en condiciones similares. En el caso que ha visto la luz pública, el procedimiento consiste en traerlos de Rumania prometiéndoles el oro y el moro, instalarlos en un hotel de Calella (a 60 km de Barcelona) y desde allí desplazarlos a diario en bus a la obra para una jornada laboral de 10 horas de lunes a sábado. Cuando la empresa incumple la promesa de pagar cada dos semanas en efectivo el salario acordado y el trabajador se queja, es despedido. Al menos eso es lo que ha sucedido en los casos que ha podido acreditar el medio ya referido.
Hay un primer elemento a destacar en todo este asunto que resulta de lo más paradójico. El mundo de la empresa va sumando cada vez nuevas obligaciones de todo orden y condición burocrática sin que parezca que esta tendencia vaya a frenarse ni a moderarse. Que si planes de igualdad, que si protocolos de inclusión, que si memorias de sostenibilidad, que si control de horarios, etc. En el ministerio siempre hay al menos una cabeza pensante dándole vueltas a una nueva obligación que imponer a las compañías. Y cada nueva imposición, adopte la fórmula que adopte, se celebra desde el poder político como si se tratase de la conquista del derecho de huelga. ¡Un nuevo paso hacia un mercado laboral más justo! La mayoría de las veces puro bla, bla, bla. Humo que adopta la forma corpórea de un nuevo trámite u obligación.
Al final lo que sucede es que tenemos para bollos, pero nos falta para pan. Entre tantos protocolos y planes resulta que campa entre nosotros con asombrosa naturalidad el esclavismo de corte moderno que viola los preceptos más básicos y antiguos del derecho laboral: tener un contrato y cobrar por el trabajo que se hace acorde a lo pactado. Y eso no en una obra cualquiera, sino en una de las más importantes de arquitectura civil de los últimos tiempos. De vergüenza ajena.
Sacarse las pulgas de la responsabilidad de encima es fácil. El Barça, promotor de la obra, puede señalar a Limak, la constructora turca sin experiencia en la construcción de estadios que sorpresivamente ganó el concurso. Y ésta, a su vez, puede patear más abajo en dirección a las subcontratas. Algunas de las cuales, por lo visto, han decidido convertir la legislación laboral en un práctico sustituto del papel higiénico. Pero desentenderse y pensar que sólo el eslabón más bajo de la cadena trófica de la construcción ha de pagar los platos rotos es una actitud tan mezquina como hipócrita.
Resulta que también en España puede echarse mano de la explotación para remodelar uno de los campos insignia de la Liga
Los valores que dice representar el Barça le obligan a ser más exigente y vigilante con la empresa a la que encargó la ejecución del proyecto. Con más motivo cuando hace ya unos meses una macrooperación de la inspección de trabajo, motivada también por informaciones de El Periódico, ya sirvió para detectar irregularidades e ilegalidades en la mitad de las subcontratas que trabajan para Limak. La reincidencia que ahora se ha puesto de manifiesto apunta a una impunidad, real o sentida, por parte de los responsables directos de la remodelación del templo blaugrana que resulta, al menos moralmente, de lo más preocupante.
Tanta murga con los qataríes y su mundial, tanta indignación por la acreditada existencia de los obreros-esclavos construyendo los estadios en los que se jugó ese campeonato, y resulta que también en España puede echarse mano de la explotación para remodelar uno de los campos insignia de la Liga. Vemos con milimétrica precisión la paja en el ojo ajeno. Pero incapaces de advertir la viga en el propio.
Ni la presión del calendario de ejecución comprometido, ni las bajas (temerarias o no de presupuesto), ni las penalizaciones por los retrasos, ni cualquier otra consideración justifica la degradación o supresión de los derechos laborales más básicos de los trabajadores, por precaria que pudiera ser su situación de partida en Rumania.
Y un recordatorio a la política: menos creatividad en la legislación y más exigencia en lo básico
Así que menos indolencia del club, menos desvergüenza por parte de la adjudicataria, más eficacia, productividad y voluntad en la inspección de trabajo. El hecho de que este trío se lave las manos no los convierte en inocentes. Solo impide calificarlos de culpables directos.
Y un recordatorio a la política: menos creatividad en la legislación y más exigencia en lo básico. Eviten que acabe por llegar el día en el que puedan empapelarse los despachos de las oficinas centrales de las corporaciones empresariales con protocolos y planes de lo más pintorescos, si al mismo tiempo ha de colarse por la puerta de atrás un sucedáneo de abuso laboral que creíamos pasado en el tiempo o propio de países lejanos. Tiempos nuevos, tiempos salvajes.
Nadie lo diría. Pero eso parece a tenor de la información que recién hemos conocido a través de El Periódico. Nuevas historias de terror laboral que vienen a sumarse a las que ya puso al descubierto el mismo medio hace unos meses. Se trata de un escándalo mayúsculo al que la política, tan dada a participar histéricamente ante cualquier nimiedad, en esta ocasión solo quiere mirar de reojo o ni siquiera eso. La tecnocracia, por su parte, solo parece activarse a través de la inspección de trabajo a medida que el escándalo llega a la opinión pública.
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