Pesca de arrastre
Por
Tocata y fuga de Puigdemont
El 'show' del 'expresident' sí consigue una de las cosas que pretendía, que no es otra cosa que fijar un imaginario entre los suyos sobre la ilegitimidad del Gobierno de Salvador Illa en la Generalitat
A la hora de escribir estas líneas, el pleno de investidura de Salvador Illa está suspendido temporalmente a la espera de la decisión de la Mesa del Parlament sobre si darle continuidad o no. También se ha anunciado que los Mossos citarán a declarar a Jordi Turull, secretario general de Junts, para que se explique por el nuevo episodio de fuga de Carles Puigdemont con el que se sospecha que ha colaborado. Un mosso está detenido por facilitar esa desaparición y se especula con más detenciones entre agentes de los Mossos d'Esquadra. Pero da igual cómo vayan a evolucionar estas cuestiones para hacer balance de lo sucedido este jueves en Catalunya y lo que va a suceder en los próximos meses. Lo fundamental, si acaso, ha quedado todavía más claro. Y nada de lo sustancial cambia: Illa será presidente.
La primera consideración de la aparición-desaparición de Carles Puigdemont ha de ser forzosamente político-policial. Es una demostración práctica de que cuando las instituciones se degradan es difícil, si no imposible, embridar ese enviciamiento que ha devenido estructural. El Departamento de Interior debería dimitir en pleno por el papel de los Mossos d'Esquadra. No hay nivel profesional suficiente entre los mandos actuales de ese cuerpo ni entre los uniformados ni entre los responsables políticos. El episodio Puigdemont lo certifica una vez más.
No crean que esta crítica deriva del operativo, que también. Es sobre todo el ir y venir de los últimos días, con la política primando sobre las cuestiones que deberían ser la única obsesión de un cuerpo con las atribuciones de policía judicial. Primero, insistiendo sobre la proporcionalidad con la que actuarían, para después acabar montando un operativo teatralizado y exagerado que parecía más pensado para detener a un Osama Bin Laden resucitado. Operativo que, como ha quedado demostrado, no le ha evitado el mayor de los ridículos a la policía catalana, que tenía prevista una detención blanca cuando Puigdemont intentase entrar en el hemiciclo. La primera víctima del desaguisado, una vez más, la calidad del autogobierno ejercido.
Segunda consideración: la excursión de Puigdemont se ha saldado con un recibimiento popular más que moderado. Cataluña no se ha paralizado en absoluto y la movilización de simpatizantes del expresidente ha sido más bien poca cosa. Una representación teatral televisada. Quienes creían que el retorno del expresidente, aunque fuera a través de un aparecer-desaparecer, actuaría como detonante y nuevo punto de inflexión de la política catalana, erraban. Puigdemont tiene fuerza, sí, pero hace tiempo que únicamente dentro de su burbuja. El resto de la sociedad catalana, incluyendo buena parte del independentismo, ya vive al margen de sus tribulaciones. Puede alterar todavía el guion televisivo de muchas jornadas, pero no está ya en condiciones de provocar una movilización popular que altere significativamente el devenir de las cosas.
Tercera consideración: la aparición-desaparición de Puigdemont es el mejor escenario para el PSOE, si se confirma que el expresidente de la Generalitat ha emprendido el camino de regreso hacia el extranjero. Le evita al Gobierno de Sánchez posicionarse, más allá del episodio concreto de este jueves, al tiempo que evita la presión sobre el Tribunal Constitucional para que se posicione rápido sobre la ley de amnistía. El show Puigdemont, en términos políticos, habrá sido una vistosa bengala en el cielo político, pero sin recorrido para alterar devenir alguno en el corto plazo. Es manejable para el PSOE en clave española y también para el PSC y ERC en la dimensión catalana. También lo es para Junts, que puede seguir jugando a hacer el gamberro con una mano, al tiempo que se prepara para practicar la oposición en Cataluña con un argumentario que vaya más allá de la cuestión nacional. Los junteros seguirán pellizcando a Sánchez. Pellizcos que duelen, pero que no matan.
Cuarta consideración: el show de Carles Puigdemont sí consigue una de las cosas que pretendía, que no es otra cosa que fijar un imaginario entre los suyos sobre la ilegitimidad del Gobierno de Salvador Illa en la Generalitat.
Esta película ya se vivió en el periodo en 2003-2010, en el que también a José Montilla se le intentó negar el pan y la sal de la legitimidad presidencial. El objetivo es apuntalar la idea del presidente socialista de la Generalitat como un intruso en un espacio institucional que no debería ocupar por españolista. Y al mismo tiempo destruir a ERC por colaboracionista y “botiflera”. En el periodo 2003-2010 este modo de hacer tuvo éxito. ERC acabó con 10 diputados cuando CiU recuperó la institución con 62 actas con Artur Mas como cabeza de lista. Ahora viviremos un intento de que eso suceda más rápido, pero lo que se busca son idénticos resultados.
Quinta consideración: aunque ERC sigue en sus trece -eliminar a Puigdemont de la orla definitivamente con la apuesta por Salvador Illa-, el nuevo presidente de la Generalitat no tendrá ni muchos menos un mandato tranquilo y asegurado. La ambición de los pactos firmados entre socialistas y republicanos en el terreno de la financiación es de tal magnitud que si no se concretan en un tiempo razonable y acorde a las expectativas creadas, harán imposible que pueda mantener el apoyo a Illa. Máxime cuando la decisión solo ha sido ratificada por el 53% de las bases republicanas. El congreso de ERC en noviembre será fundamental para determinar cuál es el camino que emprende este partido. En todo caso, Illa caminará durante su mandato permanentemente sobre un alambre. Nada nuevo en política, por otra parte. La máxima es: cuando lleguemos al puente veremos cómo lo cruzamos. De momento, ganar tiempo.
Sexta: también queda claro que la amnistía, cocida en el fuego rápido de una investidura, sin el mínimo de aceptación por parte de la oposición y con una guerra sin cuartel entre parte de la judicatura y el ejecutivo, tiene en Carles Puigdemont un punto ciego. Por un lado, él lo pone imposible -con su actitud, comportamiento y discurso- y, del otro lado, se ve con demasiada claridad la intención de algunos actores que solo buscan abortar la efectividad de la ley, en su caso concreto con argumentos de lo más peregrinos. La tocata y fuga del expresidente de la Generalitat permitirá que todos ellos puedan seguir con normalidad al absurdo juego del gato y el ratón. Sigue ganando el ratón. Aunque el espectáculo, por vistoso que resulten guion e interpretaciones, tenga cada vez menos audiencia. Es cada vez más un asunto de obsesiones personales y políticas. No solo en el caso de Puigdemont.
Séptima y última: como estoy lejos, he llamado a una muestra significativa de mi agenda, gente sin cargos ni obligaciones profesionales relacionadas con la política, pero que se moviliza en los días históricos. Quería saber dónde estaban mientras se sucedía el espectáculo. La mayoría en la playa disfrutando de sus vacaciones. Aunque no lo parezca, consideren esta última consideración como la más importante y la que aporta mayor información.
A la hora de escribir estas líneas, el pleno de investidura de Salvador Illa está suspendido temporalmente a la espera de la decisión de la Mesa del Parlament sobre si darle continuidad o no. También se ha anunciado que los Mossos citarán a declarar a Jordi Turull, secretario general de Junts, para que se explique por el nuevo episodio de fuga de Carles Puigdemont con el que se sospecha que ha colaborado. Un mosso está detenido por facilitar esa desaparición y se especula con más detenciones entre agentes de los Mossos d'Esquadra. Pero da igual cómo vayan a evolucionar estas cuestiones para hacer balance de lo sucedido este jueves en Catalunya y lo que va a suceder en los próximos meses. Lo fundamental, si acaso, ha quedado todavía más claro. Y nada de lo sustancial cambia: Illa será presidente.