Pesca de arrastre
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La bondad farisaica de Zapatero
Tanto prestigio internacional acumulado como lobista de la paz para acabar escondiéndose ante el fraude de las elecciones venezolanas de las que él, en tanto que destacado miembro del Grupo de Puebla, es uno de los observadores internacionales
La continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa tras las elecciones de julio de 2023 sirvió, entre otras muchas cosas, para rehabilitar la memoria de los mandatos presidenciales de José Luis Rodríguez Zapatero.
Obligado en su día a dejar el cargo de presidente del Gobierno con el rabo entre las piernas por la hecatombe electoral que siguió a la económica que él negó hasta el último momento -lo que le supuso la pérdida de toda credibilidad y a la postre el derrumbe en las urnas-, tocaba recuperarlo para que ocupara un lugar en el Olimpo de la política patria.
Zapatero, en esta narrativa, había sido injustamente ridiculizado y sometido a un escarnio impropio que de ninguna manera merecía por su desempeño al frente del gobierno de España. Si la historia ofrecía una oportunidad para resarcirlo, esta no debía desaprovecharse. Y esta llegó con las últimas elecciones generales. Así fue como se construyó, aprovechando la estela de la resiliencia de Pedro Sánchez, la leyenda del expresidente que había sido clave para mantenerlo en la Moncloa. El as en la manga que había levantado el ánimo del votante socialista porque, pasado ya el tiempo, se le reconocía todavía como el buen presidente que había sido.
Es humanamente comprensible querer pasar a la historia con el reconocimiento que uno cree merecer. Nada hay de censurable en el hecho de reivindicarse, directamente o a través de terceros. Y así fue como, asentada como verdad que la participación en la campaña de Zapatero fue imprescindible para que Sánchez repitiese como presidente, tocaba en justo pago, ensalzar el legado sobre sus mandatos. El trabajo estaba hecho: Zapatero había sido injustamente tratado, pero el tiempo pone a todos en su sitio. Y él por fin ocupaba el suyo en el podio. Fue con él que España debutó en la modernidad. Con él empezó todo. Rehabilitación completa.
Solo que el tiempo, ese que pone a cada uno en su sitio, tiene la mala costumbre de no parar nunca. Los días han seguido cayendo uno tras otro, dando una oportunidad tras otra de emborronar cualquier biografía. Y es así que quizás Zapatero vuelve a estar en su sitio. En el de la palabrería hueca que no soporta el peso de la prueba. Tanta bondad, tantos derechos humanos, tanta transformación social al lado de los que sufren, tanto prestigio internacional acumulado como lobista de la paz para acabar escondiéndose ante el fraude de las elecciones venezolanas de las que él, en tanto que destacado miembro del Grupo de Puebla, es uno de los observadores internacionales.
En catalán hay una frase para explicar los silencios aparentemente inexplicables: cuando tienes el culo alquilado no te sientas cuando quieres. Quizás el expresidente solo está en una cárcel emocional de la que le resulta imposible escapar después de tantos viajes y tantas amistades forjadas en Venezuela. O quizás su empanada política obedece a otras circunstancias. O puede que, en la hipótesis más bondadosa, su silencio pretenda explicarse por las bondades que tendrá en el futuro su hipotético trabajo bajo el radar en la búsqueda de una solución democrática para Venezuela.
Pero esto último, aunque fuese lo cierto, es en las circunstancias actuales un error grave de apreciación. Si Zapatero viaja por el mundo, si su negocio como lobista funciona, si el prestigio lo avala como hombre al que llamar y pagar minutas, es porque tiene la tarjeta de expresidente del gobierno español. Su silencio compromete a terceros y sigue siendo, aunque él no lo vea así, institucional, no privado. En su mutis por el foro, hasta que o se demuestre lo contrario, está el aval de un expresidente de España a la dictadura de Maduro y a la conculcación de los derechos más básicos del pueblo venezolano.
Con su rehabilitación como expresidente, la agenda de Zapatero se llenó de actos, presentaciones y charlas. Parecía el hombre del momento. Asistí a dos de ellas en Barcelona. Discursos repletos de optimismo, de buenas palabras, de derechos humanos, de un mundo mejor en el que los malos son finalmente derrotados y el bien, gracias a la acción política de personas como él, acaba triunfando definitivamente en España y en el planeta entero.
Todas esas palabras, con el blanqueamiento por incomparecencia ante la estafa democrática de Nicolás Maduro, se derrumban como un castillo de naipes. Una bondad de parte no es bondad, es otra cosa. Ojalá podamos retractarnos en el futuro con otro artículo en el que debamos reconocer que su silencio tenía una explicación plausible que lo justificaba porque al final acabó beneficiando a los venezolanos.
Pero en el mientras tanto, el ejercicio de confianza que se nos pide es excesivo. Así que de momento nos limitaremos a apuntar que cada exmandatario escoge, gracias al privilegio de haber sido presidente de su país, cuál será su nuevo trabajo y a quienes escogerá como amigos. El excanciller alemán Gerhard Schröder escogió a Putin y el gas ruso. Zapatero al chavismo reencarnado en Nicolás Maduro.
La continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa tras las elecciones de julio de 2023 sirvió, entre otras muchas cosas, para rehabilitar la memoria de los mandatos presidenciales de José Luis Rodríguez Zapatero.
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