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Ni un solo día para honrar de verdad a los muertos
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Josep Martí Blanch

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Ni un solo día para honrar de verdad a los muertos

El temporal de reproches, insinuaciones, acusaciones y cainismo político no atiende a razones ni a otras prioridades que no sean el beneficio-perjuicio político inmediato

Foto:  El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), el president de la Generalitat, Carlos Mazón (i), y la delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Pilar Bernabé. (Europa Press/Jorge Gil)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), el president de la Generalitat, Carlos Mazón (i), y la delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Pilar Bernabé. (Europa Press/Jorge Gil)
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Todos los Santos. Algunos muy recientes y por enterrar. El temporal, la ahora llamada DANA, se ha llevado por delante la vida de más de 150 compatriotas a la espera de saber qué les ha deparado el destino a los que todavía siguen desaparecidos. No habrá mejor día que este viernes para honrarlos, con independencia del credo que cada uno profese. Recogimiento, silencio y cementerios. Un día para celebrar su memoria.

No va a ser así. El temporal de reproches, insinuaciones, acusaciones y cainismo político no atiende a razones ni a otras prioridades que no sean el beneficio-perjuicio político inmediato. Hay que acusar cuanto antes mejor al otro de haber provocado los muertos. Las mortajas, lágrimas y sollozos convertidos desde ya en mercancía política con la que traficar sin vergüenza alguna. ¡Has sido tú! ¡No, has sido tú!

Vienen días para avergonzarse, un poco más, de la política y de la indigencia moral en la que habitan muchos de nuestros gobernantes. A estas alturas, ni la riada más monstruosa que uno pueda imaginar serviría ya para regenerar moralmente a nuestra dirigencia política.

El consuelo, de tontos, es saber que en todas partes -escriba el país que quiera- se cuecen las mismas habas. Las reglas del juego democrático son las que son. Y estas incluyen que ante las desgracias haya asesores de todo tipo imaginando desde el minuto unos escenarios políticos de pérdida y beneficio para sus siglas. Hay que empezar a fijar la historia más conveniente cuando las nubes todavía están descargando lluvia. Mientras los valencianos intentaban todavía salvar sus vidas y sus bienes braceando entre un fango nada metafórico, ya había gente tirándose los platos por la cabeza.

Foto: Vehículos arrastrados por el agua en Picanya. (EFE/Biel Aliño)
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Inútil sacar el pie de rey para medir al milímetro quién tiene más culpa. No hay inocentes. No es solo cosa de la política, el embrutecimiento del dolor. Somos todos los que no soportamos la desgracia sin un inmediato culpable -cada uno elige el color o las siglas en estos casos- al que cargar el mochuelo. Ese descargar las culpas es muy humano. Nos permite seguir agarrándonos a la falsa creencia de inmunidad. Todo lo que pasa ha de ser culpa de alguien, porque si no, no sucedería. Sirve para vivir más tranquilo, solo que no es siempre verdad.

Entiéndase. No es esta una elegía de la resignación cristiana ante los muertos del temporal. No estamos en el siglo XIV, en el que ante las inclemencias del tiempo y las desgracias que podían acarrear solo restaba conformarse ante lo acontecido y pedir clemencia divina para que no volviese a suceder.

Foto: Bomberos trabajan en la zona devastada de Letur (Albacete) tras el paso de la DANA. (Europa Press/Víctor Fernández)
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Estamos en 2024. Podemos auditar todo lo que ha sucedido y alcanzar algunas certezas -no todas- sobre lo que se ha hecho mal, bien y regular. También deberemos exigir responsabilidades, las que sean y de quien sean, cuando sepamos si alguien ha actuado con falta de diligencia y ha provocado, con su falta de profesionalidad o reflejos, que las consecuencias de la catástrofe sean mayores de lo que debieran haber sido.

Pero desde el presente ya puede anticiparse que difícilmente caminaremos hacia ese escenario de reconstrucción de una verdad que responda, honestamente, a estas cuestiones. Acumulamos demasiada experiencia para ser tan optimistas. Lo que nos espera es un barrizal político y verdades a medias. De tal forma, lo que debiera ser un honesto trabajo de desbroce de los hechos, acabará siendo una maraña pasional e ininteligible de acusaciones mutuas y reproches. Partidistas. Más fango, pero en este caso del metafórico.

Mi recuerdo más amargo en primera persona de la política acumula ya mucho polvo. En noviembre del año 2000 ETA asesinó a Ernest Lluch. La manifestación contra el terrorismo que se convocó en Barcelona fue multitudinaria. Los políticos de aquel entonces, mientras decenas de miles de ciudadanos estaban congregados en el Paseo de Gràcia, se pelearon lo indecible por cuál debían ser las palabras de la pancarta que encabezaría la manifestación.

Todavía romántico por aquel entonces, me sorprendió el poco respeto que, según mi punto de vista, aquellas discusiones nada bizantinas implicaban para el hombre que acababa de ser asesinado.

Aprendemos con el tiempo. Y por eso a estas alturas nada de aquello me resultaría sorprendente. En política los muertos no se respetan, se usan. Y esta vez tampoco será diferente. La tristeza es silenciosa y la verdad para hacer justicia forzosamente lenta. Y aquí ya ha empezado el ruido y todo el mundo tiene prisa. ¡Qué inmensa desolación!

Todos los Santos. Algunos muy recientes y por enterrar. El temporal, la ahora llamada DANA, se ha llevado por delante la vida de más de 150 compatriotas a la espera de saber qué les ha deparado el destino a los que todavía siguen desaparecidos. No habrá mejor día que este viernes para honrarlos, con independencia del credo que cada uno profese. Recogimiento, silencio y cementerios. Un día para celebrar su memoria.

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