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Aunque reciba llamadas del Ibex, Junts no es el cadáver de Convergència resucitado
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Josep Martí Blanch

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Aunque reciba llamadas del Ibex, Junts no es el cadáver de Convergència resucitado

Hay algo del cadáver de Convergència en Junts, cierto, pero de ahí a creer que los convergentes están de vuelta con otro nombre media un abismo

Foto: El secretario general de Junts, Jordi Turull (i), y el expresidente de la Generalitat Artus Mas (d), durante la última jornada del Congreso de Junts en Calella. (Europa Press/Glòria Sánchez)
El secretario general de Junts, Jordi Turull (i), y el expresidente de la Generalitat Artus Mas (d), durante la última jornada del Congreso de Junts en Calella. (Europa Press/Glòria Sánchez)
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Nostalgia a la catalana. El domingo se cumplieron 50 años de la reunión en Montserrat que la historia ha fijado como el día en el que vio la luz Convergència, el partido con el que Jordi Pujol acabaría gobernando Cataluña 23 años seguidos (1980-2003) y que también jugaría un rol decisivo en la política española, bien apuntalando durante tres años el último Gobierno del PSOE de Felipe González (1993-1996), bien brindado su apoyo al primer ejecutivo de José María Aznar (1996-2000).

Es una sana y civilizada costumbre hablar bien de los muertos. Para el que ya no respira todo son parabienes. Esta vez no ha sido diferente. Un empacho de elegías fúnebres ha acompañado el aniversario del finado que, recordemos, fue asesinado por uno de sus hijos más ilustres, Artur Mas, en pleno proceso.

Durante unos días nos hemos atiborrado de ditirambos vertidos sobre lo que fue Convergència y lo que representó. Jordi Pujol ha participado en una tournée mediática para explicar por qué fue un error dar matarile a lo que él mismo había fundado. Y Artur Mas, el verdugo con mala conciencia en este punto, ha aprovechado la efeméride para explicar que el muerto en realidad está muy vivo, pues ha resucitado con todos los honores en el último Congreso de Junts.

Se han sumado al carro de la nostalgia muchas más voces, algunas impensables hace un tiempo. Todas ellas de regusto añoradizo. Al cumpleaños del muerto se han sumado, en la línea de lo preconizado por Artur Mas, aquellos que ven en la actitud de Junts en el Congreso en cuestiones como la reforma fiscal, un renacer del espíritu convergente de antaño.

Foto: Jordi Pujol y Carles Puigdemont en una charla en Barcelona. (EFE) Opinión
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Un partido nacionalista pero de ADN plenamente pragmático y ya sistémico después de la fiebre del proceso. Avalaría esta tesis que el mundo empresarial y financiero haya naturalizado por la vía exprés la necesidad de interactuar con normalidad con Junts por la importancia de sus siete diputados y que algunos de ellos incluso se hayan visto impelidos a visitar o llamar a Waterloo para que sus peticiones se ganasen la bendición de Carles Puigdemont.

Al mismo tiempo, en la medida que la intermediación lobista siempre ofrece la perspectiva de facturar, han vuelto a escena personajes que, sacando pecho de una supuesta influencia sobre Carles Puigdemont y sus adláteres, vienen ofreciendo sus servicios como conseguidores en las negociaciones del Congreso o en las instituciones catalanas en las que participa Junts como actor principal. Esto acabaría de dar apariencia de realidad a un supuesto regreso del partido de Carles Puigdemont a una de las esencias de lo que en su día fue la coalición Convergència i Unió y su modo de proceder en política.

Foto: El expresidente catalán Carles Puigdemont. (EFE/Ronald Wittek)

Un poco de historia. Convergència murió en los altares del proceso. La decisión la tomó Artur Mas personalmente tras consultar con muy poca gente de su estricto núcleo de confianza. Muchos análisis lo explican únicamente por la necesidad de desmarcarse del caso de corrupción del Palau de la Música y que después se agravó con el reconocimiento por parte de Jordi Pujol de que su familia tenía una importante cantidad de dinero en Andorra. Es una visión muy parcial de lo que sucedió. Otros partidos -PSOE, PP- se han visto salpicados por casos de corrupción cuantitativamente más relevantes sin que a nadie se le haya ocurrido que fuera una buena idea renunciar ni a sus siglas ni a la totalidad de su legado político. El asesinato de Convergència tuvo más causas que los casos de corrupción citados, aunque estos tuvieran mucha influencia.

Uno de ellos fue la necesidad de ganar credibilidad como independentistas fetén. En Convergència había independentistas, pero todos sabían que militaban en un partido que no lo era. De hecho, Pujol aún dice ahora que no ha sido nunca independentista. La renuncia a esas siglas debía aportar credibilidad al cambio de rasante imprimido por Mas en la cuestión secesionista. Pero hay más motivos. Uno de ellos fue la cultura política que impregnaba Convergència. Un partido acostumbrado a mandar y que siempre vivió como una anomalía inexplicable no hacerlo.

El periodo de oposición que Convergència pasó en el Parlamento catalán en el periodo 2003-2010, cuando gobernó el tripartito de izquierdos fue bautizado por Artur Mas como “la travesía del desierto”, como si no fuera de lo más normal que tras casi cinco lustros gobernando un partido se fuera a la oposición. La no aceptación con naturalidad de que a veces se gobierna y a veces no, pero que no sale a cuenta hacerlo si para ello has de renunciar a tu legado político y desnaturalizarte del todo, también forma parte de las causas por las que se finiquitó el proyecto convergente.

Foto: Jordi Pujol, expresidente de la Generalitat, a su salida de la capilla ardiente de Marta Ferrusola. (Europa Press/Kike Rincón)

Este es el conjunto de razones por las que Convergència fue asesinada en nombre del márquetin político. Lo que sucedió después es conocido: Artur Mas creyó que podría pilotar la transición hacia un nuevo partido sin que nada crujiera bajo sus pies. Pero como acostumbra a pasar con los experimentos, perdió el control, acabó -en palabras de la CUP- en la papelera de la historia, tomó el relevo Carles Puigdemont y lo que debía limitarse a una operación de márquetin nominal acabo convirtiéndose en un movimiento primero y partido después que enterró a la antigua Convergència.

Saltemos al presente y recuperemos la pregunta crucial del presente: ¿Tras la pulsión antisistémica de Junts durante el proceso, este partido va camino de ocupar el espacio y la manera de hacer de lo que en su día fue Convergència? La respuesta es no. Aunque haya algunos elementos que puedan alimentar la respuesta de signo contrario.

El primer argumento para justificar el no guarda relación con lo más obvio. Junts es un partido independentista y Convergència no lo era. Que en un ejercicio de realismo político y con el viento de la aritmética parlamentaria del Congreso dando un valor incalculable a sus siete diputados, Junts esté haciendo política en todos los frentes no elimina de la ecuación que su primer objetivo, al menos nominalmente, es la independencia de Cataluña.

Foto: El expresidente catalán Jordi Pujol. (EFE/Alejandro García) Opinión

La gobernabilidad de España, la fortaleza de sus instituciones y otras cuestiones relevantes para el conjunto del Estado siguen siendo un asunto desdeñable para los junteros. En cambio, no lo fueron en absoluto para el pujolismo o el primer masismo. Esta diferencia es la más sustancial, en tanto que remite al objetivo fundacional de Junts: la independencia.

Un segundo argumento guarda la relación con las personas. Es cierto que Junts mantiene viva la llama del culto a la personalidad del líder que siempre caracterizó a Convergència (primero con Pujol, después con Mas). Hay ahí efectivamente una subrogación al ADN* convergente (*el copyright es de Enric Juliana) en la figura de Carles Puigdemont, antiguo militante de Convergència.

Pero ni su manera de entender la acción política, tampoco su ideario, encajan en el modo de hacer del antiguo pujolismo o del primer masismo. La mutación ha afectado también a otros personajes que empezaron a militar en Convergència cuando llevaban pañales y que ahora son destacados dirigentes de Junts. Es el caso por ejemplo de Jordi Turull, secretario general de la formación o Josep Rull, presidente del Parlament. La última década les ha cambiado políticamente, particularmente al primero, y en casi nada se parecen ya a los jovenzuelos que seguían a pies juntillas las directrices que en su día fijaba Jordi Pujol. Eso por no hablar de personas relevantes del presente que ya han hecho toda su carrera alrededor de la nueva formación, como es el caso de Míriam Nogueras, la jefa de filas juntera en el Congreso, o Josep Rius, vicepresidente y portavoz del partido.

Foto: Artur Mas, junto a Pujol, Montilla y Torra en la toma de posesión de Illa. (EFE)

En el terreno de las políticas sectoriales es quizás donde mayores similitudes empiezan a observarse con la antigua Convergència. Convencido finalmente Carles Puigdemont de que solo con el banderín de enganche de la independencia no le alcanzará para recuperar la Generalitat y mejorar sus resultados en el resto de frentes, Junts ha hecho un esfuerzo en los dos últimos dos años para ganar credibilidad como partido que, además de la secesión cuando sea, puede ser útil y necesario en otras cuestiones en el mientras tanto.

En este sentido, el último congreso ha servido para dar por acabado el trabajo que Jordi Turull empezó hace dos años. La formación ha purgado personajes que ponían en duda su rigor y seriedad en las políticas sectoriales y emite señales de mayor coherencia de todos sus cuadros alrededor de un credo que pretende acabar dando satisfacción a los votantes centristas, liberales, conservadores y socialdemócratas más tenues que en los últimos años han plantado a la formación.

Lo que se les dice ahora es que basta que sean catalanistas para poder votar a Junts. O sea, se está intentando construir un partido independentista al que pueden votar los no independentistas por el resto de su programa. Ahí se advierte una similitud con la antigua Convergència. En la medida en que el proyecto de Pujol pasaba por ofrecer una mercancía política que resultase atractiva a los nacionalistas pero que también pudiesen votar aquellos que no lo eran.

Foto: El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont, en un acto de JxCAT. (EFE/Pablo Garrigós)

En este punto sí se advierte el deseo de Junts de comportarse, en cierto modo, del modo que lo hacía Convergència. Y es el argumento que abre la puerta a imaginar que en un futuro son posibles escenarios de colaboración con la derecha española, igual que ahora los hay con la izquierda. Exactamente, lo mismo que en su día sucedió, como decíamos al principio, con Convergència, que pactó con el PSOE y sin solución de continuidad con el PP.

Pero la diferencia sustancial sigue estando ahí. Aquellos pactos lejanos con el PSOE y con el PP los firmó una formación política autonomista a cambio de cesiones que, en ningún caso, amagaban como objetivos finales la independencia de Cataluña o la desestabilización permanente de la política española como fórmula de debilitamiento del estado.

Y eso es lo que hay que entender para contestar con razones y no deseos a la pregunta de si han vuelto los convergentes. No, señores. Convergència está muerta y Junts es otra cosa.

A veces se añora tanto a alguien que se corre a confundirlo con alguien con quien simplemente comparte algún rasgo físico. La parte no es el todo. Hay algo del cadáver de Convergència en Junts, cierto, pero de ahí a creer que los convergentes están de vuelta con otro nombre media un abismo. Los cincuenta años que se han celebrado son los de un muerto.

Nostalgia a la catalana. El domingo se cumplieron 50 años de la reunión en Montserrat que la historia ha fijado como el día en el que vio la luz Convergència, el partido con el que Jordi Pujol acabaría gobernando Cataluña 23 años seguidos (1980-2003) y que también jugaría un rol decisivo en la política española, bien apuntalando durante tres años el último Gobierno del PSOE de Felipe González (1993-1996), bien brindado su apoyo al primer ejecutivo de José María Aznar (1996-2000).

Junts per Catalunya Convergència Democràtica de Catalunya (CDC)
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