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¡Franco, Franco, Franco!
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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¡Franco, Franco, Franco!

Tanto unos como otros buscan devolver el franquismo al primer plano de la realidad para sacar tajada política de una risible resurrección que nada tiene que ver con la realidad del pasado

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Els assassins de Franco (Los asesinos de Franco) fue publicado en 2005 por el periodista y en la presente legislatura diputado por ERC al Congreso, Francesc-Marc Àlvaro. El texto, que plantea diversas tesis, es explícitamente crítico con el relato que explica habitualmente la transición española. Pone en entredicho el discurso oficial de aquel momento histórico más que lo que aconteció; pues el autor no rehúye en su texto la dificultad de las circunstancias de ese pasado, ni las virtudes que entraña en algunas ocasiones el posibilismo.

Pero si lo traemos a colación dos décadas después de su publicación es sobre todo por su afilada crítica a quienes desde la izquierda trataron de convertir una muerte plácida y confortable del dictador, sólo atribuible a las leyes que impone la biología, en algo equiparable a un derrocamiento que exigiera épica y riesgo. El libro de Àlvaro tuvo el mérito, veinte años atrás, de enmendar una narrativa que atribuía a la izquierda antifranquista un exceso de méritos de los que en realidad no era merecedora.

Los festejos que el Gobierno de Pedro Sánchez ha preparado para conmemorar el cincuenta aniversario de la muerte de Franco en 2025 van en la dirección contraria. La decisión política de situar el franquismo en la primera línea de la agenda política no responde a un ejercicio de rigor histórico que pretenda explicar qué estaba pasando en España el año en el que falleció el dictador, sino a un intento de sacar rédito político a esa muerte natural, confundiéndola narrativamente con una victoria de la izquierda que simplemente no sucedió.

La complejidad del momento, que aconsejó e hizo posible muchos silencios y que convirtió en demócratas homologables de un día para otro a todas las élites del país -las de derechas, pero también de izquierdas que venían sacando tajada del régimen sin remordimiento y que sin solución de continuidad pasaron a engrosar la máquina de poder socialista a partir de la primera mayoría absoluta de Felipe González en 1982- no formará parte de la narrativa oficial del calendario de actos que ha preparado el Gobierno.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Olivier Hoslet) Opinión
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Que se pretenda sacar provecho de una efeméride histórica no es una novedad. Toda celebración de una fecha por parte de un Gobierno responde siempre a un objetivo político. La “memoria histórica” no es más que un oxímoron y más en manos de la política. Si es memoria, no es historia.

El pacto de élites intergeneracional de la transición ha sido y es objeto de permanente estudio. Merece, en función de la aproximación de cada cual, desde la enmienda total de los más críticos, al aplauso más cerrado de sus defensores. Y de por medio, todo el abanico de matices posible.

Foto: Concentración para exigir la exhumación de Franco. (EFE/Luca Piergiovanni) Opinión
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Pero cuantos más años pasan, más fácil es la caricaturización de ese momento históricamente excepcional en favor de la frivolidad y la charlatanería. De tal forma que llegamos a 2025 de tal guisa que para unos sigue existiendo el franquismo como problema del presente -el propio Gobierno impulsa esa agenda- y otros lo añoran y glorifican desde las posiciones y actitudes más friquis e insolventes intelectualmente.

Entre ambos está la mayoría de la sociedad española del presente. Generaciones que, bajo el yugo de la insolvencia educativa que predomina en las escuelas e institutos, tienen a estas alturas la misma idea del franquismo y de la transición que la que puedan tener de la restauración o de las guerras napoleónicas. Es decir, entre poca y ninguna

Ayer el periódico Crónica Global informó de una cena del pasado 23 de diciembre en Barcelona a la que asistió el número 2 de Vox en Cataluña, Joan Garriga, en la que se profirieron a voz en grito los clásicos vítores de apología de la dictadura: ¡Viva Franco! ¡Viva el Caudillo!

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el Rey, Felipe VI. (Europa Press)

Escenas de estas características son habituales todavía en muchos lugares de España. No sólo entre gente de una determinada edad, sino también en encuentros en los que los participantes son gentes nacidas a partir de los años noventa del siglo pasado.

La estulticia no tiene edad. Pero convengamos que a pesar de ser muchos cuantitativamente, representan globalmente un pequeño porcentaje del conjunto de la sociedad española.

No equipararemos la apología explícita de un dictador y de una dictadura al calendario de celebraciones que ha preparado el Gobierno con motivo del cincuenta aniversario de la muerte de Franco. Pero sí afirmaremos que tanto unos como otros buscan devolver el franquismo al primer plano de la realidad para sacar tajada política de una risible resurrección que nada tiene que ver con la realidad del pasado.

Foto: El  cuerpo sin vida de Francisco Franco, en capilla ardiente el 23 de octubre de 1975. (Getty Images) Opinión
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Son diferentes tipos de nostalgia los que pretenden mantener artificialmente con vida al dictador. Unos, más peligrosos, para catar las excelencias y bondades del franquismo. Los otros, para añadir artificialmente nuevos ladrillos artificialmente al muro del discurso que separa la España democrática de izquierdas, de la tibia o directamente heredera del franquismo de derechas, como si estuviésemos todavía en los años cuarenta del siglo pasado.

Españoles, Franco ha muerto. Por si no se han enterado.

Els assassins de Franco (Los asesinos de Franco) fue publicado en 2005 por el periodista y en la presente legislatura diputado por ERC al Congreso, Francesc-Marc Àlvaro. El texto, que plantea diversas tesis, es explícitamente crítico con el relato que explica habitualmente la transición española. Pone en entredicho el discurso oficial de aquel momento histórico más que lo que aconteció; pues el autor no rehúye en su texto la dificultad de las circunstancias de ese pasado, ni las virtudes que entraña en algunas ocasiones el posibilismo.

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