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Pesca de arrastre
Por
Tiempos nuevos, tiempos salvajes
Trump, consecuencia más que causa, le da al botón de la contrarrevolución para destruir el legado de Biden. Igual que el demócrata hizo hace cuatro años con el republicano. Un país contra sí mismo
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Sabíamos que la llegada formal de Donald Trump a la Casa Blanca no sería un acto protocolario de traspaso de poderes, ni una celebración de los lugares comunes de la democracia. Tampoco una tregua de la guerra civil dialéctica que se vive en EEUU en favor de un mensaje por unas horas conciliador. Anticipábamos que lo que se avecinaba era el inicio de una contrarrevolución. Y eso es lo que sucedió ayer en Washington.
Trump, consecuencia más que causa, no se ha escondido en ningún momento. Tampoco ayer. Va a gobernar contra quienes no le votaron en el plano interior y a conducir sin retrovisores en política internacional. No hubo ninguna sorpresa. Y aun así, cuando llega la hora de confirmarlo en directo, es imposible no experimentar una gran desazón. No por el programa, legítimo en su radicalidad y avalado por la mayoría de los estadounidenses, sino por las formas y la pulsión revanchista y autoritaria que se amaga tras ellas. Aunque, como recordaba ayer en este periódico Ramón González Férriz, Trump no está solo. Tiene clones y aprendices de diferente grado por todo occidente. En España, sin ir más lejos, la presente legislatura dio inicio con un presidente del gobierno anunciando la construcción de un muro ideológico y legislativo para aislar en la otra parte a media España.
La contrarrevolución empezó no al aire libre, como es tradición, sino a cubierto. Le echaron la culpa para justificarlo al tiempo, pero lo cierto es que no están las cosas en EEUU para grandes demostraciones al aire libre después de una campaña electoral en la que Trump salvó la vida por los pelos. Fue esta una primera anomalía de los fastos del relevo presidencial a la que precedió otra más significativa si cabe: indultos preventivos de Joe Biden a familiares y personas de su administración.
La tendencia, desde Europa, es reír todas las gracias a los demócratas. Pero demostró Biden que él también, ya había indultado a su hijo inmediatamente después de que los demócratas perdieran las elecciones, puede apuntarse con entusiasmo a la degradación de las instituciones estadounidenses, en este caso la justicia. Cada vez son menos los límites que quedan por traspasar. Trump y la primera dama, Melanie, han hecho una fortuna desde el viernes con sus propias criptomonedas. La presidencia de la gran democracia estadounidense convertida en un mecanismo de especulación para sacarle los cuartos al rebaño. Sin escrúpulos. El erotismo del poder ya no existe. Es pura y soez pornografía.
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La nueva oligarquía, en definición de Biden, comandada por Elon Musk y el séquito de los multimillonarios tecnológicos tuvo gran protagonismo en los festejos. En este asunto pecamos nuevamente de hipocresía. El dinero, el nuevo y el viejo, huele la mutación social que ha provocado el cambio político y busca el árbol que va a dar sombra como mínimo durante los próximos cuatro años. Exactamente igual a tantas compañías de corte más tradicional que vienen abandonando en masa en Estados Unidos los programas internos de igualdad, género, raza y similares porque intuyen que la sociedad ya no está en el lugar que propició que tantos consejeros delegados, directores generales y gentes del marketing corrieran a impulsarlos cuando los vientos soplaban en otra dirección. Trump, con su aire de sargento de La chaqueta Metálica, acelera esa mutación. Pero es en la sociedad donde se ha producido el cambio. Y la oligarquía, cuando toca demócrata, cuando toca republicana, nada siempre a favor de corriente. Esta vez no es diferente.
Día de firma de órdenes ejecutivas. Tampoco aquí cabe sorpresa alguna. Trump viene a hacer, hasta donde pueda, lo que dijo que haría y lo que le ha permitido ganar las elecciones. Y como esta vez viene con la lección aprendida es de lo más normal que pise el acelerador. Es una guerra sin armamento y hay que aprovechar que el enemigo está desnortado. Emergencia en la frontera, emergencia energética, funcionarios sin protección ante los despidos que se han anunciado y que deberá recomendar Elon Musk, sólo dos géneros, retirada de fondos a las escuelas que insistan en la historia racializada o en educar bajo la influencia de las tesis de Judith Butler en lo relativo al género, encargos a las agencias federales para que evalúen y propongan la nueva política arancelaria, etc.
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Una deconstrucción acelerada del legado Biden en el día uno, tal y como se anunció que sucedería en campaña y en los días previos a la toma de posesión. Demócratas y republicanos viven convencidos de representar en exclusiva los valores que todos dicen seguir defendiendo, pero sobre los cuales hace tiempo que está roto el consenso sobre su plasmación práctica en el cuerpo legislativo y en la praxis política. Eso explica que Biden firmará órdenes deconstruyendo el trumpismo en sus primeros días de mandato y que ahora Trump haga lo mismo todavía más deprisa. Un país contra sí mismo. Una y otra vez.
Desde esta parte del Atlántico seguiremos leyendo estos días que hay que convertir en una oportunidad para Europa el trumpismo. Parte esta consideración parte del equívoco de dar por hecho que el viejo continente es un actor que va a ser capaz de comportarse de modo homogéneo para plantar cara ante el cambio de época que proponen los estadounidenses por la boca y las formas de Trump. Pero ayer en Europa había mucha gente satisfecha con el inicio de esta contrarrevolución, incluyendo gobiernos, grupos parlamentarios nada despreciables del Parlamento Europeo y también de los parlamentos nacionales. En Alemania, con las elecciones a la vuelta de la esquina, Alternativa por Alemania sigue siendo la segunda opción política preferida en las encuestas. Y el 80% de la población mundial, según la encuesta global del Centro Europeo de Relaciones Exteriores y de la Universidad de Oxford ve con optimismo la llegada de Trump a la presidencia de EEUU Tiempos Nuevos, Tiempos Salvajes, cantaba Ilegales en los ochenta. La canción, ahora que el mundo se está dando la vuelta, resuena en presente. Lo de ayer no es más que el recordatorio más vistoso e influyente. Pero la ola tiene una dimensión planetaria de la que Europa no quedará al margen.
Sabíamos que la llegada formal de Donald Trump a la Casa Blanca no sería un acto protocolario de traspaso de poderes, ni una celebración de los lugares comunes de la democracia. Tampoco una tregua de la guerra civil dialéctica que se vive en EEUU en favor de un mensaje por unas horas conciliador. Anticipábamos que lo que se avecinaba era el inicio de una contrarrevolución. Y eso es lo que sucedió ayer en Washington.