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Pesca de arrastre
Por
Illa quiere comerse económicamente al Madrid de Ayuso
La Generalitat toca a redoble socialdemócrata para confrontar con el liberalismo que se enarbola desde la Puerta del Sol. Pero hay letra pequeña
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Salvador Illa va enseñando la patita. No es que se desmelene. Eso iría contra su naturaleza de hombre con los pies anclados permanentemente en suelo. Pero sin presupuestos para este año y sin poder armar una mayoría parlamentaria que le garantice lo más básico, al presidente de la Generalitat le tocaba dar un paso al frente para compensar el primer contratiempo serio de su mandato. Pelear para instalar en la conversación pública la idea de que a pesar de las adversidades parlamentarias -las cuentas públicas la más sonada- tiene mucho más que ofrecer que la recuperación de la normalidad institucional (¡no era poca cosa!) y el ir poniendo una y otra vez el punto final al proceso.
Hoy el Consejo de Gobierno de la Generalitat aprobará el plan estratégico “Cataluña lidera. Un modelo económico de prosperidad compartida”. Pero el bautizo de la criatura se produjo el pasado viernes en una conferencia de Salvador Illa en el paraninfo de la Escuela Industrial de Cataluña. La puesta en escena fue la clásica para estos eventos con mucho pan y algo de queso que pretenden construir una narrativa ilusionante de futuro: el Gobierno y los altos cargos acudiendo disciplinadamente a la llamada del líder, miembros destacados del empresariado, directivos del ámbito privado y parapúblico y gente destacada de la sociedad llamada civil.
Illa vistió para la puesta en escena el corte más clásico de la socialdemocracia, la que busca alimentarse en la ubre del humanismo más que en los grandes y cerrados manuales ideológicos El resumen de lo que se pretende con el plan estratégico que hoy verá la luz verde oficial es que Cataluña recupere el liderato del crecimiento económico en España. O sea, volver a superar a Madrid en creación de riqueza.
Pero no de cualquier manera. Que para eso en Madrid gobierna el PP y en Cataluña los socialistas. Se trata, según Salvador Illa, de volver al primer puesto con un modelo que, a diferencia de las propuestas liberales de corte darwinista -en argot de la izquierda-, no deje a nadie atrás y beneficie al conjunto de la ciudadanía sin exclusiones. Para conseguirlo, la Generalitat invertirá 18.500 millones hasta 2030 -recursos propios y créditos del Instituto Catalán de Finanzas- en cinco ámbitos (infraestructuras, modernización productiva, conocimiento e innovación, igualdad de oportunidades y buen gobierno).
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Lo disruptivo del plan, visto en su conjunto, es muy relativo. La capacidad de transformación de un montante de 18.500 millones repartidos en cinco ejercicios es por fuerza limitada. Además, buena parte de los paraguas conceptuales desplegados ya se habían visto tanto con Pere Aragonès como en los primeros tres años de presidencia de Artur Mas (hay que saltarse los mandatos de Carles Puigdemont y Quim Torra, pues fueron monotemáticamente procesistas). Pero ¿qué es la política, sino el arte de rejuvenecer y volver a hacer creíbles ideas ya vendidas en el pasado en otras pescaderías?
El estribillo de lo que se pretende es de apariencia keynesiana, pero de baja intensidad. A fin de cuentas, 18.500 millones en un quinquenio no son el Plan Marshall. Estamos hablando de un plus inversor, puesto que sin ese plan estratégico la Generalitat llevaría igualmente a la práctica proyectos que se llevarían un buen pellizco del total de esa cifra.
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Ahora bien, como las realidades también las hacen las palabras, la cifra sirve principalmente para empaquetar un discurso. En concreto, el de la Generalitat como un socio preferente del crecimiento económico. Y, ¡muy importante!, sin necesidad de señalar acusatoriamente al sector privado como tantas veces se hace desde otros atriles, como por ejemplo los del Gobierno español.
De ahí, quizás, el juicio tan diferente que merece la gestión de Illa por parte de las patronales catalanas en comparación con el que dispensan a Sánchez las de alcance nacional. Eso y que la Generalitat no legisla la semana laboral, ni el salario mínimo, ni tantas otras cuestiones de mayor enjundia, claro.
Hay que decir que Illa, en realidad, no confronta sólo con Ayuso. También lo hace, aunque pase desapercibido, con Pedro Sánchez. Y es que la propuesta económica que esbozó Salvador Illa el viernes no se presenta baja la lógica dialéctica de “yo o la barbarie”. Esta es, ciertamente, una cuestión de formas más que fondo. Pero sucede que éstas son un ingrediente principal de la política. Y también en lo económico y social Illa prefiere manejarse sin estridencias ni señalamientos. Presentó su plan económico sin caer en la tentación de restar legitimidad al contrario, aunque esté convencido de que él tiene la razón y su rival está completamente equivocado. Ya hemos señalado en otras ocasiones que el presidente de la Generalitat actúa políticamente con el libro de estilo de otros tiempos. Si Sánchez construye muros, Illa siempre tiende la mano.
Hay que decir que Illa, en realidad, no confronta solo con Ayuso. También lo hace, aunque pase desapercibido, con Pedro Sánchez
Sobre la confrontación con Ayuso, sin disimulo, firme pero sin exabruptos, la pretensión de Salvador Illa es el viejo dilema entre liberalismo y socialdemocracia, si queremos pintarlo con el trazo grueso de la terminología antigua. Ganar al Madrid pero jugando de otro modo, sería la versión futbolística. Del plan presentado por Illa, más allá de las palabras, quedó claro que el principal elemento diferenciador entre ambas comunidades seguirá siendo la fiscalidad, pues no está en la cabeza del presidente de la Generalitat bajar los impuestos para hacer de Cataluña un lugar más atractivo, competitivo y -también para muchos- más justo impositivamente.
Si nos referimos a la factibilidad del plan y a las posibilidades de que alcance sus objetivos, hay que señalar las dificultades que van a cercarlo, con independencia de lo acertado o no de su formulación. La mayor de ellas es la precariedad parlamentaria de Salvador Illa. Cualquier proyecto ambicioso ha de pivotar sobre el apoyo de los comunes y ERC. Y con esos compañeros de viaje se antoja muy complicado impulsar una agenda de crecimiento económico en todos los frentes. Para los primeros, los comunes, el sector privado es un demonio, no un motor principal y necesario para la salud financiera de una sociedad. Y para los segundos, los republicanos, depende del día y del interlocutor.
De ahí que en conversaciones cruzadas a la salida del paraninfo en la que el presidente de la Generalitat desplegó su plan estratégico, en el pospartido para entendernos, el juicio fuera positivo sobre lo acabado de presentar pero irónico sobre las posibilidades reales de alcanzar el objetivo fijado. Flotaba en el ambiente la idea de que lo que había puesto encima de la mesa Salvador Illa existió en Cataluña en un pasado que ahora parece muy remoto. Llevaba por nombre “sociovergencia”.
Y la sociovergencia, como concepto que resume la época de hegemonía convergente y socialista en Cataluña desde diferentes espacios de poder, no es un plato que sea muy del gusto de republicanos y comunes. Más allá de las siglas, esa época se caracterizó por una fuerte sinergia entre la iniciativa pública y privada con teóricos beneficios en ambos frentes. Es decir, lo que pretende ser el plan estratégico que ahora ha presentado Illa. Esta será la principal piedra en el zapato de Salvador Illa. La partitura económica puede estar mejor o peor escrita. Pero para interpretarla, el presidente de la Generalitat necesita el concurso de músicos de orquestas que no son la suya y que no están para ensayos conjuntos. Y tocando de esta guisa, el afinar se va a tornar muy complicado para cuando sea que empiece a sonar la música. Que por cierto, va siendo hora.
Salvador Illa va enseñando la patita. No es que se desmelene. Eso iría contra su naturaleza de hombre con los pies anclados permanentemente en suelo. Pero sin presupuestos para este año y sin poder armar una mayoría parlamentaria que le garantice lo más básico, al presidente de la Generalitat le tocaba dar un paso al frente para compensar el primer contratiempo serio de su mandato. Pelear para instalar en la conversación pública la idea de que a pesar de las adversidades parlamentarias -las cuentas públicas la más sonada- tiene mucho más que ofrecer que la recuperación de la normalidad institucional (¡no era poca cosa!) y el ir poniendo una y otra vez el punto final al proceso.