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Pesca de arrastre
Por
El 'Washington Post' y la abortada televisión de Prisa
No es muy coherente que andemos rasgándonos las vestiduras por las decisiones de Bezos mientras en casa el poder político se esfuerza en traer con fórceps al mundo proyectos periodísticos de parte con un encargo ideológico concretísimo
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Ha conmocionado el sector romántico del periodismo con la intervención de la sección de opinión del Washington Post por parte de su propietario y también dueño de Amazon, Jeff Bezos. Desde ahora, según se encargó de anunciar el propio Bezos, primero en un mail a sus empleados y después en redes sociales, en ese rotativo sólo habrá sitio para los artículos de opinión que canten las alabanzas del libre mercado y las libertades individuales. La simbólica dimisión del jefe de opinión del periódico, David Shipley, ha añadido dramatismo a un asunto que únicamente responde a la lógica del dónde hay patrón, no manda marinero.
¡Oh, el Post intervenido! ¡Hasta dónde hemos llegado! Una enseña del periodismo mundial renunciando a la pluralidad y sometido al capricho de esa nueva oligarquía de extrema riqueza que pone en jaque a la democracia, en palabras de Joe Biden. Se olvidó el expresidente demócrata, cuando refirió esa amenaza en su despedida, que esa oligarquía lleva años plenamente operativa y que su administración convivió perfectamente acomodada a ella. Pero este no es el tema.
Bezos compró el Post en 2013 por 250 millones, el 1% de su fortuna de entonces. Un precio de derribo comparado con lo que habría tenido que desembolsar en los años de vacas gordas de los medios de comunicación, que fueron muchos y muy lucrativos. Fue entonces, no ahora, cuando el Post se encadenó a su nuevo propietario para garantizarse su pervivencia futura. Lo que vemos desde entonces y con particular intensidad ahora, con independencia de las cuestiones de índole más general que vienen sucediendo en EEUU, no es más que a un propietario alineando un negocio que opera en el mercado de la influencia con su manera de entender el mundo y sus intereses del presente.
La intervención de la sección de opinión es una mala noticia para quienes militamos con convencimiento en la pluralidad y en la confrontación de puntos de vista. Para los viejunos que aún vemos una cabecera como un lugar de encuentro de opiniones diversas, con independencia de cuál sea la línea ideológica de carácter más general que les da cobijo y que marca el rumbo del periódico.
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Pero sucede que estos perfiles son cada vez menos y que encima -¡no es su caso! - les cuesta pagar. El Post perdió 77 millones de dólares en 2023 y las previsiones de cierre de 2024 indicaban un incremento de los números rojos en un 10%. En estas condiciones, los llantos de la redacción por el giro en el periódico que impone ahora aceleradamente Bezos -y los lamentos solidarios que podamos añadir los demás- no pueden tener ningún efecto. Es la rentabilidad la que salva un modo de producir información, análisis y opinión; no las buenas intenciones que sirven para asfaltar el camino del cementerio.
Como eso sucede en EEUU, desde aquí podemos señalarlos con la conciencia tranquila. Nosotros somos mejores. El Post está lejos y la pluralidad que está amenazada es la estadounidense. Y, sabios como somos, podemos recrearnos cuanto nos plazca teorizando sobre un periódico que en el primer mandato de Donald Trump (2016-2020) siguió pasando cuentas al poder y que ahora corre el riesgo de encamarse con él y abandonar principios en teoría básicos del periodismo. Y puede que todo esto sea cierto. Sólo que quienes debían salvar al Post en 2013 o ahora, sus potenciales lectores, suscriptores y anunciantes, no estuvieron ni están muy dispuestos a hacerlo del único modo que deben: aportando el suficiente combustible económico en forma de suscripciones y anuncios.
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¡Ay, cómo se está poniendo la América trumpista! Pero ¿somos tan diferentes? Asistimos estos días a una guerra sin cuartel en el grupo Prisa a cuenta de un proyecto televisivo de momento no nato que, empujado desde el Gobierno, debía alumbrarse en el seno de este grupo empresarial. Una televisión que, según se explica con toda naturalidad y sin reparo alguno, tiene como objetivo apuntalar la agenda sanchista a través de la información y el tertulianismo.
Con independencia de cómo vayan a desarrollarse los acontecimientos, no parece que esto le quite el sueño a mucha gente. Más bien se acepta con naturalidad que el Ejecutivo, como si este fuese el orden natural de las cosas, intente forzar el nacimiento de un nuevo medio audiovisual con un objetivo meramente político y colonizando lo privado para llevar el proyecto a buen puerto.
Los comodines argumentales a los que aferrarse para considerar esto como algo casi normal son dos. El primero es el clásico mal de muchos consuelo de tontos. Como todos los Gobiernos -pasados y futuros- intentan tomar el control de cuantos más medios mejor, pues tampoco hay para tanto. El otro argumento depende en exclusiva de las simpatías políticas de cada uno. Será un proyecto necesario si lo hace la izquierda, si mis simpatías están en ese cuadrante ideológico. Y al revés.
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Pero, y a esto queríamos llegar, no es muy coherente que andemos rasgándonos las vestiduras por las decisiones que toma el dueño del Post mientras en casa el poder político se esfuerza, seduciendo o forzando a empresas privadas, a traer con fórceps al mundo proyectos periodísticos de parte con un encargo ideológico concretísimo. Una hipocresía similar a la que se advierte cuando uno se pone las manos en la cabeza cuando escucha a Trump o a cualquier miembro de su Gobierno decir que hay que expulsar a los jueces que ponen límites a su acción de gobierno mientras considera normal que desde el Ejecutivo español se acuse a miembros de la judicatura nacional de prevaricar.
Es fácil señalar a Bezos. Pero, ¿cuántos sueñan con emularlo?
Ha conmocionado el sector romántico del periodismo con la intervención de la sección de opinión del Washington Post por parte de su propietario y también dueño de Amazon, Jeff Bezos. Desde ahora, según se encargó de anunciar el propio Bezos, primero en un mail a sus empleados y después en redes sociales, en ese rotativo sólo habrá sitio para los artículos de opinión que canten las alabanzas del libre mercado y las libertades individuales. La simbólica dimisión del jefe de opinión del periódico, David Shipley, ha añadido dramatismo a un asunto que únicamente responde a la lógica del dónde hay patrón, no manda marinero.