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Estadounidenses débiles y estúpidos
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Josep Martí Blanch

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Estadounidenses débiles y estúpidos

Trump avista el riesgo de deserciones entre sus seguidores, pero no rectificará

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (EFE/EPA/Pool/Yuri Gripas)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (EFE/EPA/Pool/Yuri Gripas)
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Ya tenemos una nueva palabreja en circulación: PANICAN. La ha acuñado Trump para referirse a sus compatriotas. Concretamente a aquellos que a su parecer son -o pueden acabar siendo- “débiles y estúpidos”. El ejercicio de psicología barata del presidente de EEUU consiste en anticiparse a las dudas que el Armagedón bursátil de estos días pueda causar entre sus votantes y partidarios para exigirles un apoyo sin fisuras.

Les recrimina preventivamente y les avisa que cualquier duda sobre los beneficios futuros de la guerra comercial que ha desatado los hará merecedores de su desprecio.

Trump conmina a su público -él solo habla a media nación- a ser fuertes y pacientes, a tener coraje y a quedar a la espera de los grandiosos resultados y beneficios que acabarán por ser visibles. Quien se mueva de ahí, diga lo que diga la realidad, demostrará ser un cobarde y un pusilánime. Insultos graves para un trumpista.

Que Trump se dirija de esta guisa a sus partidarios indica que el presidente estadounidense está preocupado. De no estarlo, hubiera actuado como de costumbre, señalando colectivos concretos -medios de comunicación alarmistas, especuladores antipatriotas, etc- sin necesidad de apelar directamente a sus bases. La decisión de interpelar a sus bases –“no seáis PANICAN” muestra claramente la intuición de la Casa Blanca de que puedan empezar a producirse deserciones considerables en el apoyo ciudadano al presidente. A fin de cuentas, a nadie le gusta ver que su fondo de pensiones o sus ahorros bursátiles se derriten aunque le hayan advertido del dolor del tratamiento por el que deben pasar los EEUU para convertirse en una nueva versión de El Dorado.

Foto: Foto: Dado Ruvic. Opinión

Pero que Trump juegue a la psicología inversa con sus seguidores al intuir los riesgos políticos que afronta si el descontrol de los parqués bursátiles continúa, no puede llevarnos a la conclusión de que no le va a quedar otra que rectificar. Y, menos aún, de que esa rectificación pueda ser inminente.

Trump y los MAGA están plenamente convencidos de lo que hacen. Prometieron una guerra arancelaria y la han declarado. Anunciaron dolor en una primera fase -los daños colaterales inevitables- y estos se están haciendo visibles.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (DPA/Europa Press)

Pero hay en el trumpismo, tanto en el político como en el sociológico, una convicción de estar al frente de una misión purificadora, salvadora de la patria, que demanda sacrificios y padecimiento. Es parte del guion.

Así que por muchos adjetivos descalificativos que se le dediquen al presidente estadounidense, por muy de rojo que se tiñan los índices bursátiles, el cáliz del sagrado patriotismo -con mayor o menor cinismo, eso no tiene afectación práctica- del que bebe la presidencia trumpista va a seguir ahí, por encima de la razón y de cualquier indicador que aconseje mayor comedimiento y mesura.

Así que lo que nos espera, salvo que de las negociaciones con aquellos a los que se pretende someter -incluyendo la UE- Trump pueda levantarse de la mesa como un vencedor, es más de lo mismo. Acostumbrémonos.

Foto: Donald Trump. (Reuters/Carlos Barria)

Hay un segundo elemento a tener en cuenta para entender el trumpismo, más allá del mar de contradicciones que alberga y la imposibilidad de satisfacer a todas las facciones que lo han apoyado y lo apoyan.

Para Trump es incluso un acicate la unanimidad del planeta entero -y en particular de los especialistas y expertos en economía- en su contra. Esta tesis la ha desarrollado en varios artículos Esteban Hernández en este mismo periódico y no merece la pena entretenernos en ello.

Se resume en la falta de respeto al capital conocimiento de los expertos. Trump parte de la idea de que en realidad es muy poca gente que piensa y que los demás, incluso tratándose de personas de prestigio, no hacen más que sumarse al rebaño y practicar el seguidismo intelectual.

Trump y sus principales asesores están convencidos de que son más listos que los demás y que les acompaña la razón para romper la baraja. Que el rebaño esté desnortado es normal. Pero ya se les reconocerá el mérito cuando las ovejas adviertan que el trumpismo ha descubierto una nueva piedra filosofal.

Hay un tercer elemento que complementa los anteriores y que tampoco permite abrigar esperanzas a quienes a estas alturas siguen creyendo que los acontecimientos son totalmente reversibles y que además pueden serlo por la vía rápida.

Trump está literalmente en guerra. Económica, pero guerra. Y como en todas las guerras el patriotismo se sitúa encima de la pirámide de la toma de decisiones, dejando por debajo de él cualquier presión sectorial que intente fijar la atención en los riesgos y pérdidas que ese conflicto puede llevar aparejado.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (DPA/Alexandros Michailidis)

No sería extraño que Trump pensase que tiene lecciones frescas a la vista sobre lo equivocados que pueden estar todos los demás cuando su opinión se torna unánime y él es el único que conduce en dirección contraria. La fascinación de Trump por el carácter de Putin, por ejemplo, puede que le sirva de inspiración para ratificarse en la idea de que una sola persona puede llevar la razón contra todo el mundo. A fin de cuentas, en occidente la previsión de hundimiento de la economía rusa que se pronosticaba tras el inicio de la guerra en Ucrania y la imposición de sanciones no se produjo.

Quien se cree imbuido de una misión histórica acostumbra a conducir sin mirar por los retrovisores. Acuérdense, por ejemplo, que durante los momentos álgidos del proceso catalán no tenía ninguna importancia para sus dirigentes que las empresas abandonasen Cataluña. Era tan maravilloso lo que iba a suceder con la independencia que por malas que fueran las noticias y las previsiones en el mientras tanto, bastaba con remitir a la promesa de un futuro esplendoroso para amortiguar los episodios de dolor.

Esa es la estrategia de Trump y por eso mismo no caben muchas esperanzas sobre una rectificación inmediata y menos aún total. Ni siquiera ante el riesgo cierto de que parte de sus votantes guarden de momento la gorra MAGA en el cajón y empiecen a hacer méritos para que su presidente los califique de débiles y estúpidos. O sea, PANICANS.

Ya tenemos una nueva palabreja en circulación: PANICAN. La ha acuñado Trump para referirse a sus compatriotas. Concretamente a aquellos que a su parecer son -o pueden acabar siendo- “débiles y estúpidos”. El ejercicio de psicología barata del presidente de EEUU consiste en anticiparse a las dudas que el Armagedón bursátil de estos días pueda causar entre sus votantes y partidarios para exigirles un apoyo sin fisuras.

Donald Trump Estados Unidos (EEUU)
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