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El Papa y sus caricaturas
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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El Papa y sus caricaturas

El perfil de Francisco es más matizado que el dibujo de trazo grueso en el que han insistido quienes tratan de exportar a la iglesia la polarización existente en la política

Foto: Varias personas acomodan un retrato del papa Francisco antes de una misa en su honor. (EFE/Isaac Fontana)
Varias personas acomodan un retrato del papa Francisco antes de una misa en su honor. (EFE/Isaac Fontana)
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Al segundo de conocerse la muerte del Papa viraba el guion de todas las tertulias. La máquina de análisis y opinión de los medios, preparada desde hace meses para la fatídica contingencia, iniciaba la disección de su obra y legado como Santo padre. Y puesto que el periodismo no puede frenarse ni un segundo en el presente, empezaba también la especulación -de oídas- sobre las claves que han de permitirnos adivinar quién se sentará en la silla de San Pedro para sustituirle.

Buena parte de lo oído y dicho ayer parte de un equívoco, probablemente inevitable. La necesidad de encajar la narrativa del papado, el que ayer finalizó pero también cualquier otro, en el marco de comprensión que normalmente utilizamos para radiografiar la política partidista.

En el caso del jesuita Bergoglio esta tendencia, ya de por sí natural, se ha agudizado. Probablemente no quedaba otra, dado que su pontificado ha coincidido con la acusada y rápida polarización de las sociedades occidentales y también porque el propio Francisco y su entorno decidieron jugar en algunos momentos la carta de la heterodoxia discursiva -o más bien del atrevimiento- en algunas de sus decisiones y apariciones mediáticas.

A donde queremos llegar es a la afirmación de que el Papa ha sido fácil de caricaturizar por tirios y troyanos, como lo será también el cónclave que deberá -Espíritu Santo mediante, según la ortodoxia- buscarle sucesor. ¿El papa caricaturizado? Pues, sí. Porque caricatura han sido los esfuerzos de una parte del catolicismo reaccionario de presentarlo casi como un enemigo de la propia Iglesia y el mismo interés, pero de signo inverso en el campo progresista, de convertirlo por la puerta de atrás en una especie de representante redivivo de la teología de la liberación en el siglo XXI, corriente que por cierto el papa Francisco combatió con energía mientras desarrolló su apostolado en Argentina.

Foto: El papa Francisco en el muro de las lamentaciones. (EFE/Getty Images/Lior Mizrahi)
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Si predomina el trazo caricaturesco el resultado ha de ser pobre en cuanto a análisis se refiere. Desde el reaccionarismo se nos ha presentado al Papa como un comunista, un pontífice rojo contrario a la actividad económica o como un Santo Padre dispuesto a dinamitar principios básicos de la doctrina sobre la que se sustentan los dos mil años de historia de la Iglesia.

Del otro lado, una parte del progresismo y también de los no creyentes que suspiran por una religión a la carta imposible, se ha insistido una y otra vez en presentar a Francisco como el papa que por fin se atrevía a sacar a la Iglesia del pozo del oscurantismo y el abuso, como si antes de él nada bueno hubiera existido. Un esfuerzo de caricaturización en el que han sacado óptimos resultados los integrantes de cada ejército de caricaturistas. Sólo que la realidad es más compleja y tratando cuestiones de fe, mucho menos acomodaticia al molde que podemos utilizar para analizar la política que únicamente afecta a las cuestiones terrenales.

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El periodista Julio Llorente publicaba hace unas semanas un balance del pontificado en Agenda Pública en el que defendía una lectura matizada del legado del papa Francisco, al que definía como un ortodoxo de la Iglesia en contraposición a quienes han querido presentarlo para arrimar el ascua a su sardina como un heterodoxo.

Escribía Llorente: "El Papa Francisco, siempre aferrado al justo medio de la ortodoxia, ha replicado a pequeña escala la historia de la Iglesia. Nunca ha terminado de satisfacer ni a los progresistas, que lo consideran conservador, ni a los conservadores, que lo consideran progresista. Los primeros le piden que sea más mundano, más inclusivo, quizá más condescendiente con la época. ¡Cuánto les agradaría que bendijese las conspiraciones de la Conferencia Episcopal alemana! Los segundos, por el contrario, le exigen más firmeza en la defensa de la Tradición y menos coqueteos con el mundo, más rotundidad y menos diálogo, más verdad y menos caridad".

La lectura del artículo completo es muy recomendable, pues permite listar las muchas cuestiones -medio ambiente, apelaciones a la responsabilidad social del empresariado, etc- en las que, desde uno u otro cuadrante ideológico, se ha intentado presentar al Papa casi como un militante al servicio de una ideología mundana y no de la Iglesia. El ejemplo más manido es la afirmación papal de que la Iglesia no puede cerrar la puerta a nadie y que debe acoger a todo el mundo -personas-, dando por hecho -por error- que eso equivalía a abrir la puerta a cualquier tipo de comportamiento -actos-.

Foto: Un cartel del papa Francisco en Singapur, el año pasado. (Getty/Ezra Acayan) Opinión

Esta caricaturización va a perpetuarse ahora con el cónclave. Progresistas y conservadores. Contrarrevolución o persistencia en el progresismo. Cardenales rojos o cardenales azules. El órgano de elección del nuevo Papa dibujado como si en una habitación a puerta cerrada vayan a reunirse militantes republicanos y demócratas, derechistas e izquierdistas, del que saldrá un bando vencedor que determinará el futuro inmediato del catolicismo en un sentido u otro.

"El Papa lo ha dejado todo atado y bien atado", se decía ayer en una tertulia para señalar que la mayoría de los cardenales con derecho a voto en la elección papal han sido designados durante el mandato de Francisco. Un paralelismo que remite a la plena politización de la Iglesia con dos bandos irreconciliables en el que se estaba y se está con Francisco o en su contra. Una caricatura más.

Por supuesto que el cónclave es un asunto humano y que detrás de cada cardenal hay una mirada determinada sobre el devenir de la Iglesia. Pero de ahí al planteamiento binario que pretende enmarcar esas diferencias en el marco de polarización similar al que se vive en los hemiciclos políticos dista un trecho. No habrá contrarrevolución como tampoco ha habido revolución con Francisco. Lo que habrá, como siempre en el Vaticano, serán ajustes en el timón y en el rumbo. Pero no rupturas, como tampoco la ha habido con el papa Francisco por mucho que así se intente vestir su papado desde frentes diferentes e incompatibles entre sí.

Foto: Un grupo de monjas cerca de la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, tras el anuncio de la muerte del Papa. (Reuters/Remo Casilli)
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Un último apunte. Que la última visita oficial al Papa la haya protagonizado J.D. Vance tiene más miga de lo que parece. No hace falta decir que por cuestiones políticas, y más habiendo condenado de nuevo el Santo Padre el desprecio a los inmigrantes. Pero para seguir insistiendo sobre cuestiones básicas que se olvidan cuando se analizan las cosas de la Iglesia, añadiremos que Francisco recibía en la figura del vicepresidente de EEUU a un converso bautizado al catolicismo en 2019. Y que quizás no haya mejor modo de poner punto final a un Papado que ante un converso. A fin de cuentas, ese es el mandato que supuestamente recibieron los hombres de la Iglesia directamente de Jesús: ser pescadores de hombres.

Al segundo de conocerse la muerte del Papa viraba el guion de todas las tertulias. La máquina de análisis y opinión de los medios, preparada desde hace meses para la fatídica contingencia, iniciaba la disección de su obra y legado como Santo padre. Y puesto que el periodismo no puede frenarse ni un segundo en el presente, empezaba también la especulación -de oídas- sobre las claves que han de permitirnos adivinar quién se sentará en la silla de San Pedro para sustituirle.

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