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Pesca de arrastre
Por
El Círculo de Economía y los matrimonios imposibles
Las apelaciones al centro, como santo grial de la estabilidad y la previsibilidad es un bonito canto de sirena. Solo hay un problema: se gobierna una sociedad volátil políticamente y alejada emocionalmente de según qué ortodoxias
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Clausuró el Círculo de Economía sus jornadas anuales con una apelación al centro político como el punto de encuentro de todas las virtudes políticas. El centro como santo grial de la estabilidad, la previsibilidad y el sentido común que evita los estropicios. Un Dorado institucional que los directivos, en mayor número, y los empresarios, cada vez más escasos, identifican con un soñado encaramiento entre el PSOE y el PP en la política de ambición estatal y entre el PSC y Junts en Cataluña. La carta a los Reyes Magos en plena primavera tiene un sentido de lo más práctico. Si esos matrimonios de interés llegaran algún día, España y Cataluña podrían circular por el carril de la ortodoxia con mayorías, explícitas o implícitas, abrumadoras, que arrinconarían la perniciosa influencia que en la toma de decisiones se alimenta desde los extremos.
Las legítimas aspiraciones expresadas por directivos y empresarios, exprimidas hace unas semanas por la patronal Fomento, en lo tocante a la nueva reforma laboral por PIMEC (la patronal de la pequeña empresa) y ahora por el Círculo de Economía, se han intensificado a tenor de las iniciativas legislativas que tanto el gobierno de la Generalitat como el de España están llevando a la práctica y que, según estas entidades, lastiman severamente los intereses de la economía española y catalana.
Los culpables son fáciles de identificar siguiendo esta narrativa: Sumar en el ámbito estatal y de los comunes y ERC en el plano autonómico. La reforma de la tasa turística, la regulación del mercado de alquiler temporal o el abusivo incremento del impuesto de transmisiones patrimoniales para los considerados grandes tenedores serían los ejemplos en clave catalana y la semana de las 37,5 horas el último desaguisado en el teatro de operaciones español. Y detrás del lamento una hipótesis del tipo ¡qué buen vasallo si tuviera buen señor! O lo que sería lo mismo: ¡qué grandes presidentes serían Illa y Sánchez si gobernasen el primero con el programa económico de Junts y el segundo con el del PP!
Esta pulsión gatopardista es fácil de entender, solo que su ejecución es un imposible. Uno siempre piensa en Alemania y en sus grandes coaliciones cuando quiere ejemplificar el buen camino que se propone. Solo que la elección del canciller alemán en el Bundestag esta misma semana, que requirió una segunda votación por primera vez en la historia, permite sugerir una hipótesis: de cara al futuro es más fácil imaginar que Alemania acabe asemejándose políticamente a España que no que lo contrario. Si hablamos de Alemania, además, habría que apuntar una cuestión de lo más relevante cuando, aunque sea de manera indirecta, se reivindican acuerdos similares: en España debería ser presidente con el apoyo del PSOE Alberto Núñez Feijóo, que es quien ganó las elecciones y no al revés, como en muchas ocasiones parece olvidarse cuando se exige generosidad a los conservadores españoles desde según qué tribunas.
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En todo caso, con independencia de lo razonable o no del deseo expresado, olvidan estas peticiones una cuestión fundamental: el verdadero estado de ánimo de la sociedad que hay que gobernar y la existencia de actores ya plenamente asentados o en proceso de consolidación que imposibilitan que la política circule por los derroteros de la ortodoxia de un pasado ya totalmente evaporado. Hay operaciones políticas que se exigen a los responsables institucionales, desde los lobbies económicos que equivaldrían, en el mundo de los negocios, a un suicidio de los directivos ante el consejo de administración de la empresa.
El PSC podría encontrar auxilio en Junts en alguna cuestión —pongamos por caso la ampliación del aeropuerto—, pero asumiendo el riesgo de tensar en exceso las relaciones con los únicos que pueden ser sus socios preferenciales: comunes y republicanos. Del mismo modo, Junts, que está obligado a vigilar su franco derecho tras la llegada al parlamento de Aliança Catalana, debe extremar sus precauciones para no ser percibido como un correveidile clásico del mundo del dinero. No es solo que Puigdemont todavía esté al frente del partido, es que la sociedad catalana, la que acaba votando, es en términos políticos muy diferente a la de la primera década del XX. No solo por el proceso, ya descontado pero con afectaciones estructurales en el cuerpo social, también y sobre todo en términos socioeconómicos. En este sentido, una parte del discurso que intenta asentarse estos días sobre la resurrección del cuerpo incorrupto de Convergencia responde sobre todo al interés de algunas personas sepultadas por el proceso empeñadas legítimamente en resucitar individualmente. Sigue habiendo mucha más letra pequeña de lo que parece.
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En el plano español, más de lo mismo. La colaboración entre populares y socialistas es imposible, más allá de algún acuerdo puntual. La impronta divisiva de Sánchez, el pleno asentamiento de Vox como un actor principal en la política española que obliga al PP a vigilar a su derecha permanentemente, el permanente desvarío a la izquierda del PSOE y otros elementos de calado sobre los que no hace falta extenderse imposibilitan un escenario a la alemana. Y por debajo de todo esto, lo dicho anteriormente de la sociedad catalana en este caso aplicado al conjunto de España: el cuerpo social que se gobierna es políticamente muy volátil y se parece como un huevo a una castaña a la fotografía de décadas ya lejanas en el tiempo que algunos añoran, pero que es imposible revelar de nuevo en el presente.
Contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, podrían responder los políticos a algunas de las peticiones llegadas desde el mundo empresarial y económico. Pero el refrán no respondería a la verdad del presente. Porque más que la virtud de no dar lo que se pide, lo que hay es una imposibilidad manifiesta de atender según qué deseos.
Clausuró el Círculo de Economía sus jornadas anuales con una apelación al centro político como el punto de encuentro de todas las virtudes políticas. El centro como santo grial de la estabilidad, la previsibilidad y el sentido común que evita los estropicios. Un Dorado institucional que los directivos, en mayor número, y los empresarios, cada vez más escasos, identifican con un soñado encaramiento entre el PSOE y el PP en la política de ambición estatal y entre el PSC y Junts en Cataluña. La carta a los Reyes Magos en plena primavera tiene un sentido de lo más práctico. Si esos matrimonios de interés llegaran algún día, España y Cataluña podrían circular por el carril de la ortodoxia con mayorías, explícitas o implícitas, abrumadoras, que arrinconarían la perniciosa influencia que en la toma de decisiones se alimenta desde los extremos.