Los voluntarios tristemente fallecidos mientras intentaban ayudar a los demás representan lo mejor de la sociedad española. Malotes de pacotilla como Óscar Puente, lo peor
El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente (d) junto al ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños. (Europa Press/Marian León)
En junio se quemó California. Mientras los californianos eran evacuados y observaban impotentes cómo sus casas eran pasto de las llamas, Donald Trump arremetía contra el Gobiernodel estado más progresista de EEUU. Acusaba abiertamente al Partido Demócrata, y al gobernador californiano de este partido y a sus predecesores, de ser los responsables directos del infierno de fuego desatado en la costa oeste norteamericana. Cuando en el mes de julio la desgracia adquirió la forma de inundaciones en Texas, estado republicano, Trump guardó silencio. La devastación tejana no tenía nada que ver con los gobernantes del estado de la estrella solitaria sino con los caprichos de la madre naturaleza.
Cuando Trump señaló a los demócratas como culpables, como si fueran en realidad ellos mismos quienes hubiesen actuado como pirómanos en Los Ángeles, la prensa europea y española se pusieron las manos en la cabeza: ¿Es posible tal grado de desfachatez e inhumanidad? ¿Dónde está la empatía con las víctimas y quien todavía está rezando a su dios para que sus propiedades no acaben calcinadas? El demonio Trump daba un motivo más para que se pudiera repudiarlo sin matices. ¡Qué asco intentar obtener ventaja de una desgracia! ¡A dónde ha llegado la política estadounidense!
Ahora es España la que se quema. Y también aquí tenemos nuestro mini-Trump de lo más castizo. Es al ministro Óscar Puente - ¡oh, qué sorpresa! – a quien, como buen trumpista de izquierdas, se le ha asignado el papel. Y ahí anda el ministro de transportes, hiperactivo en redes, utilizando el mismo manual que el presidente de EEUU para intentar sacar partido de la desgracia que viven sus compatriotas. La desvergüenza no sabe de ideologías ni continentes. Si quieres conocer a Pedrillo, dale un carguillo. Y Puente, a estas alturas hay que añadir que por desgracia, es ya de sobra conocido.
Guerra de tuits de los políticos a raíz de los incendios
Intenta el PSOE, a través de su más eficaz ariete demagógico, que los incendios de estos días se conviertan en una nueva dana para los Gobiernos regionales del PP. Esto en sí mismo, no es un problema ni puede tampoco sorprender a nadie. A fin de cuentas, las reglas inmutables de la política son las que son y darle en el hígado al adversario, llevando o no razón, es una de ellas.
Pero aun sabiendo que esta regla es universal, hay algo vomitivo en el modo de comportarse de Óscar Puente, en la medida que actúa como un influencer pirómano sin respeto por nada ni por nadie que no sea el interés de sus propias siglas, mientras colapsan áreas de responsabilidad que sí son suyas -tal es el caso de las infraestructuras ferroviarias-.
Atribuía Morant a la presión política y mediática el hecho de que su compañero hubiese intentado quitarse la vida tras haberse descubierto que el título que le otorgó el derecho a ocupar en su día una plaza de funcionario era falso.
Más allá de que falsear un título es delictivo y noticiable, con independencia de las consecuencias que pueda tener para su protagonista, es de esperar que en el próximo Consejo de Ministros la ministra Morant le afee directamente a su compañero Óscar Puente su comportamiento en redes, dado que no hay mejor ejemplo de personaje pasándose el día señalando objetivos con los que practicar escraches verbales a través de las redes. Es un ministro, pero se comporta como un troll. Los incendios han sido el último episodio que acredita esta afirmación.
No es el único, por supuesto. Su modo de hacer forma parte de un nuevo modo de practicar la política que va imponiéndose como hegemónico, tanto a la izquierda como a la derecha. Las formas son detestadas, la educación despreciada y el mínimo de dignidad institucional obligada por el cargo pisoteada. Sucede a diestra y siniestra y no hay partido que no haya sucumbido a la tentación de encumbrar perfiles de este tipo. Malotes de pacotilla que entienden la política como el reino de la villanía. Hay que reconocerles que son realmente buenos en lo suyo: ensuciar el ambiente hasta hacerlo irrespirable.
Nada de esto tiene que ver con las responsabilidades que puedan acabar teniendo los gobernantes de una comunidad autónoma por una mala política de prevención de incendios, por la falta de efectivos para hacer frente a un fuego ya declarado o cualquier otra derivada que acredite las sospechas de mala gestión o incluso gestión dolosa.
Pero a eso, si existe, se llega después. No cuando todavía están por enterrar los voluntarios que han muerto mientras intentaban ayudar, ellos sí, a sus convecinos. Unos voluntarios que representan la cara de la moneda que, afortunadamente, también se advierte en medio de las peores desgracias. Y si ellos son la cara, Puente representa la cruz.
En junio se quemó California. Mientras los californianos eran evacuados y observaban impotentes cómo sus casas eran pasto de las llamas, Donald Trump arremetía contra el Gobiernodel estado más progresista de EEUU. Acusaba abiertamente al Partido Demócrata, y al gobernador californiano de este partido y a sus predecesores, de ser los responsables directos del infierno de fuego desatado en la costa oeste norteamericana. Cuando en el mes de julio la desgracia adquirió la forma de inundaciones en Texas, estado republicano, Trump guardó silencio. La devastación tejana no tenía nada que ver con los gobernantes del estado de la estrella solitaria sino con los caprichos de la madre naturaleza.