Cataluña, camino de convertirse en la comunidad más ultraderechista de España
Aliança competiría con Junts y ERC por la preeminencia en el sector nacionalista y Vox daría el sorpaso al PP según una encuesta que ha puesto patas arriba el tablero político catalán
Sílvia Orriols, líder del partido político Aliança Catalana, durante la manifestación independentista con motivo de la Diada. (EFE/Quique García)
¿Es Catalunyala comunidad más ultraderechista de España? ¿Un territorio en el que el discurso izquierdista, tras la rendición de CIU, ha sido hegemónico en la última década puede convertirse en la región con más implantación parlamentaria de la derecha radical o alternativa?
La respuesta es sí. O mejor dicho, quizás. El pasado domingo, el periódico La Vanguardiaponía patas arriba el teatro político catalán con una encuesta que proyectaba asignación de escaños en unas hipotéticas elecciones al Parlament. Cierto que queda mucho, más cierto todavía que las encuestas las carga el diablo. Pero es verdad también que las tendencias de fondo, la dirección que va tomando un cuerpo electoral, sí se refleja en estos estudios.
Y lo del domingo fue una bomba. Aliança Catalana, la oferta ultra para el votante de filiación identitaria nacionalista se dispararía hasta los 19 diputados (ahora tiene dos) y estaría en condiciones de disputar las posiciones de liderazgo soberanista a Junts y ERC. Por su parte, Vox pasaría de sus once actas actuales a dieciséis, y vería al PP por el retrovisor.
La proyección, dejando de lado las filiaciones nacionales emocionales de los votantes -español o catalán- significa que uno de cada cuatro diputados en el Parlament de Catalunya sería de obediencia ultra. Y en porcentaje de voto, las provincias catalanas se situarían a la cabeza en el conjunto de España de esta preferencia política.
Si creen que la explicación está en las banderas -la rojigualda en Vox, la estelada en Aliança- están, probablemente, equivocados. La tierra que sirve de abono a ambos crecimientos está en la inmigración y en el repentino pavor que ha cuajado entre la sociedad catalana de que si los flujos de inmigración se mantienen en los números actuales la comunidad está a dos telediarios de no reconocerse a sí misma. Vox pesca en los caladeros de filiación emocional española y Aliança en los de acento nacionalista. Pero su fortaleza bebe de la misma fuente: la inmigración.
De hecho, ambas fuerzas colaboran a pesar de sus diferencias irreconciliables. Conscientes de que la base de sus discursos -descontado el eje nacional- es similar, sus propuestas parlamentarias y sus discursos van parejos. Proponiendo los mismos temas de discusión, su mensaje, en la medida que resuena por un sistema de doble altavoz, multiplica su fuerza. Después, si acaso, ya se reparten los beneficios. Vox ensaca los votos de filiación constitucionalista y Aliança los de filiación independentista. No son una molestia el uno para el otro, más bien al contrario. A diferencia del resto de España, en Catalunya el discurso antiinmigración se escucha en estéreo. De ahí que la mecha, aunque haya prendido más tarde, esté quemando más rápido de lo que ya se intuía.
Aliança tiene un vergel ante sí. Ciudades pequeñas y pueblos grandes en los que la inmigración ha cambiado el paisaje humano, y en los que tradicionalmente el voto mayoritario es para las fuerzas nacionalistas, son su principal caladero. Vox, trabaja mejor en las ciudades más grandes y en el entorno metropolitano en el que el censo es menos proclive al discurso nacionalista. Como duopolio de la derecha radical se complementan y sitúan a Catalunya, eso decía la encuesta del domingo, en el podio de los territoriosmás fascinados por el discurso ultra. Un volantazo en toda regla hacia posiciones conservadoras que está cambiando de posición el eje en el que se movía la política catalana.
Esta buena entente entre Vox y Aliança es forzosamente coyuntural. De fondo, están obligados a ser enemigos acérrimos. Un crecimiento continuado en el tiempo de ambos llevaría forzosamente a una situación tremendamente complicada en términos de convivencia. Eso no va a suceder mañana ni pasado. No mientras la agenda esté situada en el terreno de la inmigración. Pero sí en el momento en el que ambos partidos tuvieran necesidad de señalar un cambio de tercio. Es esta una amenaza que vale la pena anotar y tener escrita de cara al largo plazo. Un conflicto procesista con perfiles como Vox y Aliança marcando el paso -insistimos, esto no está a la vista de momento- sería más difícil de gestionar todavía que el vivido recientemente.
De vuelta al presente, y sin elucubraciones sobre un futuro lejano, va a ser difícil que estas tendencias no sigan acentuándose en el corto y medio plazo. El PSC de Salvador Illa, al que la encuesta también daba un marcado retroceso de seis diputados, se siente cómodo confrontando con Vox y Aliança Catalana, partidos a los que aplica un cordón sanitario que no sirve para otra cosa que garantizarles el victimismo y garantizarles ventanas de oportunidad para ganar notoriedad y presencia en la discusión pública.
Pero en el corto plazo, es cierto que un incremento de los votos de la ultraderecha, sobre todo los de Aliança, debilitan las opciones de Junts y ERC para erigirse como alternativa a los socialistas en el Gobierno de Catalunya. Otra cosa, son las consecuencias en el largo plazo de una estrategia de estas características, como ya han probado los socialistas en muchos lugares de Europa.
Junts, el más amenazado por Aliança, también está obligado a plantar batalla en el frente inmigración para taponar la hipotética sangría de votantes hacia la ultraderecha. Lo cual quiere decir, entrar de lleno -como ya ha hecho- en la agenda planteada por la derecha radical con el riesgo añadido (al igual que le sucede al PP en toda España) de no tener claro si se trata de una estrategia acertada o no, en la medida que se pretende taponar la fuga de sufragios comprando el tema de conversación en el que tu adversario se siente más cómodo y se desenvuelve con mayor eficacia.
Pero más allá de estas cuestiones está la realidad. Con razón o sin ella, cada vez son más los catalanes -con independencia de la bandera que abrazan- que han llegado a la conclusión que la Catalunya de los diez millones de habitantes (ahora tiene ocho) que el Gobierno socialista de la Generalitat da por inevitable es una barbaridad. Significaría alcanzar un 50% de la población total de procedencia inmigrante. Ante estos números, la teoría de la gran sustitución prende con fuerza. De ahí el crecimiento de Vox y Aliança. Al menos en las encuestas.
¿Es Catalunyala comunidad más ultraderechista de España? ¿Un territorio en el que el discurso izquierdista, tras la rendición de CIU, ha sido hegemónico en la última década puede convertirse en la región con más implantación parlamentaria de la derecha radical o alternativa?