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Nemesio Fernández-Cuesta

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Poder al consumidor, riesgo al trabajador

Transitar en épocas de cambio requiere sensibilidad social, capacidad de anticipación y ser capaces de promover los mecanismos que nos permitan ser una sociedad más flexible y abierta

Foto: Empresas como Uber o Bla-Bla-Car suponen un reto para el sector del Taxi. (Reuters)
Empresas como Uber o Bla-Bla-Car suponen un reto para el sector del Taxi. (Reuters)

Sin una transformación de nuestro sistema educativo, de las políticas activas de empleo, de la regulación administrativa de diferentes sectores económicos y sin un incremento notable de la flexibilidad de nuestras empresas para adaptarse a un entorno cambiante nuestra sociedad sufrirá las tensiones y fracturas propias de un imparable y profundo proceso de cambio.

Cuando en diciembre de 1903 los hermanos Wright realizaron el primer vuelo a motor, nadie era capaz de intuir que el turismo de masas sería una de las grandes consecuencias de aquel descubrimiento. No ha sido la primera vez ni será la última que un avance técnico, con el paso del tiempo, transforma de manera radical e impensable la actividad económica. En 1965, Gordon E. Moore, cofundador de Intel, enunció la empírica ley que lleva su nombre según la cual el número de transistores de un circuito integrado se doblaría cada año. En 1975 elevó el plazo a dos años. Desde entonces, el crecimiento de la capacidad de nuestros ordenadores y la reducción paralela de su tamaño ha venido manteniendo la pauta indicada hace ya casi cincuenta años. Hoy nos paseamos con nuestros pequeños ordenadores de mano, que además nos sirven como teléfonos. Este incremento de la capacidad de computación y de su disponibilidad junto al avance en comunicaciones de todo tipo que supone internet está transformando toda nuestra realidad económica y con ella nuestra realidad social de forma mucho más profunda de lo que pensamos.

Para poder vender libros, ropa o juguetes ya no es necesaria la inversión inicial en un establecimiento abierto al público: basta con una página web

Michael Porter es un catedrático de Harvard, especialista mundialmente reconocido en temas de estrategia competitiva. Una de sus más famosas aportaciones es el análisis de rentabilidad de diferentes sectores económicos a partir de cinco criterios: barreras de entrada, capacidad de negociación de proveedores, capacidad de negociación de compradores, rivalidad entre competidores y amenaza de productos sustitutivos. Un negocio muy rentable sería aquel en el que es difícil entrar, los proveedores y compradores tienen poca capacidad de negociación, la rivalidad entre competidores es baja y no existen productos sustitutivos. Siguiendo este análisis, internet supone la reducción o desaparición de barreras de entrada en muchos sectores, además de incrementar de forma espectacular la capacidad de negociación de los compradores.

[Lea aquí: ¿Qué hacer con la economía colaborativa? Guerra abierta entre el Gobierno y la CNMC]

Para poder vender libros, ropa o juguetes ya no es necesaria la inversión inicial en un establecimiento abierto al público. Basta con una página web y la subcontratación de la logística. Internet permite agrupar consumidores y otorgarles de inmediato, gracias a su número, mayor poder de compra; permite información comparativa de las ofertas disponibles y, sobre todo, amplia la oferta accesible a cualquier consumidor. Con menores barreras de entrada y mayor capacidad de negociación de los compradores, es decir, con más competencia, los precios tienden a la baja y la rentabilidad de los diferentes sectores a contraerse.

El alquiler de vehículos con conductor a través de plataformas tipo Uber o Bla-Bla-Car, o incluso esquemas empresariales nacionales de nuevo cuño como Cabify entran directamente en conflicto con el sector del Taxi. Se entremezclan consideraciones fiscales, de competencia y la normativa del sector. La solución es aún difícil de entrever, pero a medio plazo los taxis mejorarán su oferta en calidad y precio si no quieren que este tipo de alternativas sigan prosperando. Todos los sectores de nuestra economía, a mayor o menor velocidad, van a ver su estructura competitiva sacudida por la revolución tecnológica. La intermediación financiera, con estructuras de costes que exigen amplios diferenciales entre tipos activos y pasivos y comisiones crecientes, empieza a tener que moverse. En sectores regulados administrativamente, como los dos citados, es importante que la normativa aliente a los nuevos entrantes pero al mismo tiempo no les permita disfrutar de ventajas competitivas derivadas, sobre todo, de vivir al margen de una fiscalidad en ocasiones agobiante.

El mundo en que nos adentramos nos otorga más poder como consumidores, pero nos lo resta si sólo desarrollamos tareas de baja cualificación

A la menor rentabilidad las empresas responden ampliando su base de negocios si tienen capacidad financiera para ello, buscando nichos en los que la estructura competitiva sea más benigna o dispongan de alguna ventaja en precio o calidad y reduciendo costes. Tienden a utilizar internet en la medida de lo posible para reducir los costes de intermediación con sus clientes y a ajustar sus plantillas bajo un enfoque dual, diferenciando entre personal cualificado, capaz de aportar valor en estructuras cada vez más complejas y sofisticadas y personal de menor cualificación, con tareas más fáciles de aprender y replicar, sobre los que recae el peso del ajuste en términos de empleo y salario.

En una empresa logística, conviven el programador especialista, diseñador de algoritmos capaces de determinar con la ayuda de satélites la ubicación exacta de un paquete en su viaje por medio mundo, con el motorista que hace la última entrega. Con competencia creciente en un sector en expansión ,el programador ganará cada vez más mientras que los ingresos del motorista, por lo general subcontratado, se mantendrán constantes si no tienden a reducirse.

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Esta división del mercado laboral en función de la cualificación del empleo resulta imparable. El mundo en que nos adentramos nos otorga más poder como consumidores, pero nos lo resta si sólo somos capaces de desarrollar tareas de baja cualificación. De ahí la importancia de transformar nuestra educación, nuestra formación profesional y la readecuación de las capacidades de las personas que han perdido su empleo. En caso de que no sepamos o podamos hacerlo, estaremos apostando por la existencia de colectivos ajenos al progreso económico, excluidos del sistema, donde las propuestas populistas encontrarán arraigo inmediato.

No podemos parar el mundo. Transitar en épocas de cambio requiere sensibilidad social, capacidad de anticipación y ser capaces de promover los mecanismos que nos permitan ser una sociedad más flexible y abierta. Porque lo que es seguro es que el cambio no es que vaya a venir, es que ha llegado ya.

Sin una transformación de nuestro sistema educativo, de las políticas activas de empleo, de la regulación administrativa de diferentes sectores económicos y sin un incremento notable de la flexibilidad de nuestras empresas para adaptarse a un entorno cambiante nuestra sociedad sufrirá las tensiones y fracturas propias de un imparable y profundo proceso de cambio.