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Nemesio Fernández-Cuesta

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Estrategia catalana

La participación del nacionalismo en la gobernación de España se ha limitado a rebañar ventajas en pactos de investidura en los que la aritmética parlamentaria les otorgaba un papel clave

Foto: Ilustración: Enrique Villarino.
Ilustración: Enrique Villarino.

“Que se dejen de regionalismos de concentración y de exclusiones, que se salgan de sí, que intenten imponer a los demás pueblos españoles su ideal de vida, que se esfuercen por ejercer una hegemonía espiritual sobre el resto de España”. (Miguel de Unamuno. "Sobre el imperialismo catalán", 'Revista Hispania', Buenos Aires, 16-7-1911)

“Ciudadanos de Cataluña: quisiera que en estos momentos de gozo y responsabilidad pensaseis que tenemos otros deberes fuera de Cataluña. Nosotros tenemos que ser la avanzada del bienestar, de la prosperidad y de la democracia de todos los pueblos de España”. (Josep Tarradellas. Primer discurso pronunciado en Barcelona como presidente de la Generalitat. 23-10-1977. Extraído del libro 'Ja sòc aquì. Recuerdo de un retorno', Ed. Planeta)

Ambas recomendaciones son la antítesis de las posiciones actuales del nacionalismo catalán, empeñado en la independencia. No siempre fue así.

Pese a que el relato nacionalista oficial sitúa en 1714 el principio de la tragedia catalana, el ilerdense Gabriel de Portolá dirigió la expedición que descubrió la bahía de San Francisco en 1769, en la que participaba la Primera Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña. El general Prim, nacido en Reus, y su Batallón de Voluntarios pagados por la Diputación Provincial de Barcelona fueron —inmortalizados por Fortuny— los grandes héroes de la Guerra de África en 1859-60. El prestigio adquirido llevó a Prim a la presidencia del Consejo de Ministros en 1869.

Foto: Presentación de actos del tricentenario de 1714. (EFE) Opinión

Gran amigo de Prim era Laureano Figuerola, natural de Calaf, ministro de Hacienda y creador de la peseta en 1868. Fundador —junto con otros catedráticos— de la Institución Libre de Enseñanza, de la que fue primer rector. Fue presidente del Ateneo de Madrid y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En su día, fue síndico del Ayuntamiento de Barcelona y, años después, concejal del distrito de La Latina en Madrid.

Dos de los cuatro presidentes de la Primera República, Figueras y Pi y Margall, eran catalanes. Años después, Cambó, sucesor de Prat de la Riba al frente de la Lliga Regionalista Catalana, fue ministro de Hacienda con Maura. Su arancel y su Ley de Ordenación Bancaria, aprobados a principios de los años veinte, fueron piezas básicas de la estructura económica española durante décadas.

España debía ser algo ajeno, un ente a veces perverso y obtuso, incapaz de entender y soportar la superioridad espiritual y material de Cataluña

En nuestro actual régimen democrático, la participación del nacionalismo catalán en la gobernación de España se ha limitado a rebañar ventajas particulares en aquellos pactos de investidura en los que la aritmética parlamentaria les otorgaba un papel clave. Han renunciado por principio a la ambición de transformar España. España siempre debía ser algo ajeno, un ente a veces perverso y siempre obtuso, incapaz de entender y soportar la superioridad espiritual y material de Cataluña.

Esta separación conceptual entre España y Cataluña es el origen de la crisis actual, sobre la que confluyen otros factores. El primero es el económico, que cabría formular como la pérdida de importancia relativa de Cataluña respecto al resto de España, en especial Madrid. La entrada de España en la Unión Europea y la consiguiente liberalización económica supusieron la ruptura del modelo económico tradicional de reserva del mercado español para las empresas catalanas.

La privatización de las empresas públicas y la preponderancia creciente del capitalismo financiero con sede en Madrid frente al más tradicional capitalismo industrial catalán han propiciado también un cambio notable. Por último, hace décadas, Madrid solo atraía a los opositores a los grandes cuerpos de la Administración. Hoy acuden a Madrid no solo estos sino sobre todo los emprendedores de todo tipo y condición, atraídos por un horizonte más abierto que el que proporciona una Barcelona empequeñecida por el nacionalismo.

Un segundo factor es la generalización del régimen autonómico, que devalúa sin remedio la percepción de la autonomía por el nacionalismo. Cataluña no puede ser igual que otras regiones de España. Debe y tiene que aspirar a más. Esta aspiración se ha desbordado gracias a la dejación de una clase dirigente que, atrapada en su sentimiento catalanista, temerosa de la presión social y confiada en que se desinflaría el suflé, ha hecho dejación de su responsabilidad.

Lo peor, sin embargo, ha sido el comportamiento de una clase política sin formación, incapaz de entender qué es Europa y cómo funciona, qué es el Estado, que la ley es igual para todos y debe cumplirse y, por supuesto, dispuesta siempre a someter los intereses de sus ciudadanos a sus ensoñaciones, a las que unos medios de comunicación férreamente controlados otorgan visos de realidad.

Cataluña no puede ser igual que otras regiones. Tiene que aspirar a más. Esta aspiración se ha desbordado por la dejación de la clase dirigente

Por último, la crisis económica encendió la mecha populista, que siempre requiere un enemigo externo: sea el resto del mundo en la 'America first' de Trump, la inmigración en muchos países europeos, o simplemente España en el caso de la Cataluña independentista.

Es difícil imaginar la salida de la situación actual. Existe una oportunidad: cambiar la Ley Electoral, que otorga a una minoría de voto popular una mayoría de escaños. Cataluña es la única autonomía que no cuenta con una Ley Electoral propia y utiliza como norma subsidiaria la ley española de 1985, en la que la provincia es la circunscripción básica. Establecer un sistema proporcional con circunscripción autonómica podría trasladar la mayoría social a los escaños del Parlament. PP, PSOE y Ciudadanos cuentan en el Congreso con la mayoría absoluta necesaria para aprobar el cambio. El problema es que los dos primeros partidos podrían verse perjudicados por el cambio de circunscripción en unas elecciones generales.

Cataluña es la única autonomía que no cuenta con Ley Electoral propia y utiliza la española de 1985, en la que la provincia es la circunscripción básica

Una mayoría parlamentaria constitucionalista sería el principio de la solución. Pero nada más que el principio de un largo proceso, cuya llegada a buen puerto requiere dos condiciones: nada hay que negociar en materia de soberanía y, en segundo lugar, que la izquierda española asuma que en este viaje es mejor ir acompañada por liberales y conservadores que por un nacionalismo retrógrado.

A largo plazo, la única solución es llevar al ánimo de ese 20-25% de catalanes hoy independentistas y que hace pocos años no lo eran que subordinar los sentimientos a los intereses es una prueba de madurez y que tratar de liderar España es lo mejor que pueden hacer por Cataluña.

“Que se dejen de regionalismos de concentración y de exclusiones, que se salgan de sí, que intenten imponer a los demás pueblos españoles su ideal de vida, que se esfuercen por ejercer una hegemonía espiritual sobre el resto de España”. (Miguel de Unamuno. "Sobre el imperialismo catalán", 'Revista Hispania', Buenos Aires, 16-7-1911)

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