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Nemesio Fernández-Cuesta

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Nostalgia y ensoñación

Esta es la esencia de la ensoñación: los particularismos arrancan todos de un sentimiento de superioridad. Más vale solo que mal acompañado

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

El Brexit es el triunfo de la nostalgia imperial, de la añoranza de un mundo ya desaparecido en el que el poder británico se extendía por doquier. La política mundial se movía al compás dictado desde Londres. Bruselas era la capital de un pequeño Estado creado en 1830 tras escindirse de los Países Bajos. Su configuración como monarquía parlamentaria y la designación de la dinastía que iba a ostentar la jefatura del Estado contaron con la indispensable aquiescencia británica. Bruselas es hoy para los 'brexiters' el centro de un poder burocrático, poco aprehensible para la practicidad británica, cuyas decisiones condicionan el poder del Parlamento británico y mediatizan las relaciones internacionales del Reino Unido: su relación 'especial' con Estados Unidos y la relación comercial con 'su' mundo, con la Commonwealth, rescoldo ya frío de la hoguera del Imperio.

Llantos y bufandas de la UE y Reino Unido en el Parlamento Europeo tras ratificar el acuerdo del Brexit

El Brexit es también la nostalgia de la victoria en dos guerras mundiales contra Alemania y de que la existencia de Francia como nación libre se debiera a la resistencia británica frente a Hitler. Todo el esfuerzo de aquellas victorias, enterrado bajo el poder del contubernio franco-alemán que hoy dirige la Unión Europea.

El Brexit es la añoranza de un mundo pasado. Un mundo en el que, en la estratificada sociedad británica, los emigrantes eran del Imperio, solo desarrollaban aquellos trabajos que los nacionales no deseaban y sus derechos ciudadanos les eran otorgados con cuentagotas. Un mundo en el que la industria británica era admirada, su peso en la economía mundial era notable y las invenciones que determinaban el futuro habían sido patentadas en las islas. Un mundo en el que el Reino Unido tenía una envidiada red ferroviaria y en el mar la Royal Navy hacía realidad el 'Britannia rules the waves' del himno escrito en el siglo XVIII.

Foto: El negociador para el Brexit de la UE, Michel Barnier. (EFE)

Poco que ver con una realidad en la que los emigrantes europeos son ciudadanos de pleno derecho, disfrutan de una cualificación creciente y compiten con los ciudadanos británicos en el mercado laboral. Una realidad en la que las otrora joyas de la corona de la industria británica son hoy propiedad de empresas extranjeras, en la que el esfuerzo innovador que cambia el mundo se desarrolla en Estados Unidos, en la que los países del continente, incluso aquellos menos desarrollados como Italia y España, tienen más líneas de alta velocidad ferroviaria que el Reino Unido, un mundo en el que la última gloria militar británica fue rendir a unos reclutas argentinos en unas remotas islas del Atlántico sur.

La decadencia de un imperio es un proceso histórico que puede ralentizarse pero no detenerse. La desaparición del Imperio español en América arranca de la Ilustración, la Revolución francesa, la independencia de Estados Unidos, de los deseos de unas élites criollas ansiosas de librarse del yugo comercial con la metrópoli y acceder a la libertad comercial y a la riqueza que de ella se podía derivar. Tras la Segunda Guerra Mundial, el liderazgo de Estados Unidos, una antigua colonia británica, era incompatible con la pervivencia de un imperio colonial. La crisis de Suez en 1956 fue la prueba definitiva de que Washington no iba a apoyar ninguna aventura exterior de tinte colonial. Los años sesenta contemplaron la independencia de las colonias del Imperio.

Foto: Eu summit of 27 on brexit guidelines

Optar por el aislamiento no es solución para un imperio decadente. Así lo entendió el partido conservador británico, que en 1973, tras vencer la reticencia francesa, consiguió el ingreso del Reino Unido en el Mercado Común Europeo, hoy Unión Europea. Cuarenta y siete años más tarde, es el mismo partido conservador el que ha forzado la salida de Gran Bretaña, oficial desde el pasado día 31, de las instituciones europeas.

Cualquier análisis prospectivo sobre el mundo en 2050 señala la existencia de cuatro grandes potencias: China, India, Estados Unidos y la Unión Europea. Pensar que al Reino Unido le va a ir mejor fuera de la UE forma parte de las ensoñaciones que hoy adornan el panorama político y que incluso permiten ganar elecciones. ¿Por qué razón el Reino Unido va a alcanzar mejores acuerdos comerciales en solitario que dentro de la Unión Europea, cuyos mercados y población son más importantes? ¿Por qué va a ser capaz de seleccionar solo los emigrantes más cualificados después de restringir sus derechos como ciudadanos europeos?

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters)

Por alguna extraña razón, nadie subrayó, ni en su momento ni a la hora del referéndum, la importancia de que Irlanda del Norte y la República de Irlanda pertenecieran a la Unión Europea para poder alcanzar los acuerdos de paz. La frontera entre las dos Irlandas o la frontera económica entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido serán una de las 'ventajas' derivadas del Brexit, cuya concreción puede hacer encallar la negociación para el acuerdo definitivo con la Unión Europea. La importancia financiera de la City londinense decaerá paulatinamente. La integración económica y financiera de la eurozona ha consumido y consumirá tiempo y esfuerzo, pero acabará lográndose y tendrá su impacto en la configuración de las diferentes plazas financieras europeas.

El único camino para Europa es reforzar su cohesión y buscar acomodo como cuarta potencia. UK puede continuar en solitario su lento declinar

Todas estas reflexiones, nada originales por evidentes, han sido desechadas ante la simple idea de que al Reino Unido le conviene 'recuperar el control', gobernarse a sí mismo sin injerencias extrañas, sin las condiciones derivadas de la pertenencia a un colectivo de países con criterio propio. Esta es la esencia de la ensoñación: los particularismos arrancan todos de un sentimiento de superioridad. Más vale solo que mal acompañado, y las compañías disponibles no alcanzan el nivel debido.

El tiempo dictará su sentencia. El único camino disponible para Europa es reforzar su cohesión y buscar su acomodo como cuarta potencia mundial. El Reino Unido puede continuar en solitario su lento declinar. La historia enseña que tiene tiempo por delante. La primera derrota de los tercios españoles fue en 1643. Tardamos 180 años en perder América y hacer evidente nuestra imparable decadencia.

El Brexit es el triunfo de la nostalgia imperial, de la añoranza de un mundo ya desaparecido en el que el poder británico se extendía por doquier. La política mundial se movía al compás dictado desde Londres. Bruselas era la capital de un pequeño Estado creado en 1830 tras escindirse de los Países Bajos. Su configuración como monarquía parlamentaria y la designación de la dinastía que iba a ostentar la jefatura del Estado contaron con la indispensable aquiescencia británica. Bruselas es hoy para los 'brexiters' el centro de un poder burocrático, poco aprehensible para la practicidad británica, cuyas decisiones condicionan el poder del Parlamento británico y mediatizan las relaciones internacionales del Reino Unido: su relación 'especial' con Estados Unidos y la relación comercial con 'su' mundo, con la Commonwealth, rescoldo ya frío de la hoguera del Imperio.

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