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Tras la victoria de Biden

El incremento de votos republicanos frente a las elecciones de 2016 obliga a la nueva Administración a medir con cuidado sus próximos pasos

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Echaremos de menos las salidas de tono de Trump, su efervescencia tuitera, sus falacias y su peculiar manera de entender Estados Unidos y el mundo, fruto de una incultura enciclopédica y de razonamientos simplistas y ramplones. Respiramos aliviados ante la vuelta a la normalidad que representa un presidente moderado y con una más que dilatada experiencia, pero corremos el riesgo de dar por cerrado de forma anticipada un capítulo extravagante de la política norteamericana. No podemos olvidar que, tanto en 2016 como en 2020, Trump supo y ha sabido conectar con los anhelos y aspiraciones de unas clases medias que se sentían preteridas y no representadas por el 'establishment' político, y en las que anidaba y anida un profundo recelo hacia las élites empresariales y financieras asentadas en las grandes ciudades de las costas este y oeste del país.

Foto: Cartel de 'Latinos por Trump'. (Reuters) Opinión

De hecho, aunque quedan escaños por repartir en ambas cámaras e incluso es posible un empate en el Senado, todos los pronósticos indican que los republicanos mantienen la mayoría en el Senado y acortan la ventaja que los demócratas tenían en el Congreso. La victoria de Biden no es fruto de una avalancha de votos demócratas. Incluso es posible pensar que, si no fuera por sus desastrosas actuaciones en relación con la pandemia, el ahora derrotado presidente hubiera podido revalidar su victoria de hace cuatro años. Las bolsas han saludado con subidas los resultados electorales: un presidente demócrata sensato obligado a pactar con un Senado republicano. Este panorama del poder legislativo y el incremento de votos republicanos frente a las elecciones de 2016 obligan a la nueva Administración a medir con cuidado sus próximos pasos.

El partido demócrata tiene dos problemas: los planteamientos más radicales del ala izquierdista del partido chocan con el acendrado individualismo del ciudadano medio y, por otro lado, su propensión a defender las justas causas de diferentes minorías desdibuja, en un entorno de polarización creciente, su preocupación por esa mayoría silenciosa que acaba decidiendo las elecciones. Ese es el primer gran reto de Biden. Convencer a sus compatriotas de que gobierna para la mayoría sin olvidar a las minorías. La lucha contra la pandemia será su primera obligación y su gran oportunidad. A ella parece dirigir sus primeros esfuerzos. El envite no es sencillo.

Foto: Cartel de Donald Trump. (Reuters)

Uno de los primeros anuncios de Biden tras su victoria ha sido la vuelta de Estados Unidos al Acuerdo de París de reducción de emisiones de CO2. China, el mayor emisor del planeta, acaba de anunciar su objetivo de alcanzar la neutralidad —emisiones netas cero— en carbono en 2060. La Unión Europea pretende alcanzar el mismo objetivo 10 años antes. No parece que Biden se vaya a decantar por un anuncio semejante en el corto plazo. De los 15 estados que concentran la mayor parte de la producción norteamericana de petróleo y gas, 12 se han decantado por Trump en las recientes elecciones y solo tres —California, Colorado y Nuevo México, con un voto relevante de la inmigración latina— lo han hecho por Biden. Con esta situación de partida, parece que lo prudente para la Administración Biden es limitarse a volver a la senda de la cooperación internacional en la materia. De todas formas, los años de Trump han visto cómo las emisiones estadounidenses se reducían gracias al notable incremento de la producción de gas, que ha sustituido al carbón en la generación de energía eléctrica. La reducción de costes de la generación eléctrica renovable, sobre todo fotovoltaica, ha incidido en la misma dirección.

Para los estados productores de petróleo y gas, la preocupación fundamental en estos momentos es el precio, en torno a los 40 dólares por barril, que coloca la producción basada en el 'fracking' cerca, cuando no por debajo, de su umbral de rentabilidad. Se prevé que el precio suba tras la recuperación plena de la actividad económica tras la pandemia, pero hay que recordar que el equilibrio actual del mercado se alcanza con las sanciones a Irán, el colapso de Venezuela y la guerra civil en Libia, que mantienen fuera del mercado unos cinco millones de barriles diarios. La solución de cualquiera de estos conflictos tendría una repercusión negativa en la economía norteamericana, hoy en día exportadora neta de energía.

Foto: Joe Biden. (Reuters)

Pero la cuestión más relevante para las economías europeas es si la nueva Administración norteamericana va a volver a la senda del multilateralismo económico. 'Make America Great Again' se ha traducido en guerras y escaramuzas comerciales con China y la Unión Europea y en la renegociación del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México. El 'made in America' de la campaña de Biden no tiene todavía una traslación práctica, pero parece imposible que se corra un tupido velo sobre todo lo acontecido en materia de comercio internacional en los últimos cuatro años, sobre todo porque la popularidad del modelo económico del hasta ahora presidente se asentaba en su beligerancia contra las importaciones.

Arranca la era Biden en Estados Unidos

Una opción para la Administración Biden podría ser retomar las negociaciones para el establecimiento de un tratado bilateral con la Unión Europea y mantener una posición más distante con China. Con Europa, no hay riesgo de 'dumping' laboral y nuestra legislación social es más protectora que la estadounidense. Ambas partes defendemos la economía de mercado como pilar básico de nuestros ordenamientos. La última sesión negociadora de este posible tratado, conocido por sus siglas en inglés como TTIP (Trasatlantic Trade and Investment Partnership), tuvo lugar en octubre de 2016, semanas antes de la victoria de Trump. Una consecución exitosa de la negociación consagraría la creación del área de libre comercio más grande del mundo e impulsaría el crecimiento económico de los países integrantes del mismo. Hay que recordar que el crecimiento económico español se ha acelerado siempre como consecuencia de impactos liberalizadores, como el plan de estabilización de finales de los cincuenta del siglo pasado o el ingreso en la Comunidad Europea en 1986.

Foto: El presidente de China, Xi Jinping, y el de Rusia, Vladimir Putin, en una foto de archivo. (Reuters)

Un tratado entre Estados Unidos y la Unión Europea como el que se estaba negociando tendría la ventaja adicional de fijar reglas que servirían de referencia para otros acuerdos con otros países o áreas del mundo. Un ejemplo: el comercio con China debería condicionarse a la adopción por este país de unas normas de seguridad alimentarias semejantes a las vigentes en Europa. Al fin y al cabo, el coronavirus de nuestras miserias tiene su origen en un mercado de animales vivos en China, institución inconcebible en Estados Unidos o Europa.

Echaremos de menos las salidas de tono de Trump, su efervescencia tuitera, sus falacias y su peculiar manera de entender Estados Unidos y el mundo, fruto de una incultura enciclopédica y de razonamientos simplistas y ramplones. Respiramos aliviados ante la vuelta a la normalidad que representa un presidente moderado y con una más que dilatada experiencia, pero corremos el riesgo de dar por cerrado de forma anticipada un capítulo extravagante de la política norteamericana. No podemos olvidar que, tanto en 2016 como en 2020, Trump supo y ha sabido conectar con los anhelos y aspiraciones de unas clases medias que se sentían preteridas y no representadas por el 'establishment' político, y en las que anidaba y anida un profundo recelo hacia las élites empresariales y financieras asentadas en las grandes ciudades de las costas este y oeste del país.

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