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Negociar con el imperio del centro

La aceptación por China de criterios de gobernanza global y su sometimiento a los mismos sería la mejor prueba de que el imperio del centro es un socio fiable

Foto: La imagen del presidente chino, Xi Jinping, en una exposición en el Museo Nacional de Pekín. (Reuters)
La imagen del presidente chino, Xi Jinping, en una exposición en el Museo Nacional de Pekín. (Reuters)

Hace apenas 10 días, China y Estados Unidos mantuvieron las primeras conversaciones diplomáticas de alto nivel de la era Biden. El comienzo fue difícil, con críticas públicas cruzadas entre ambas superpotencias. Los americanos pusieron encima de la mesa el respeto a los derechos humanos y el expansionismo chino. Los asiáticos el trato a la minoría negra en Estados Unidos. El final fue más diplomático, con la constitución de un grupo de trabajo sobre cambio climático y la identificación de ámbitos de potencial cooperación. Según señalaba el secretario de Estado norteamericano en su rueda de prensa final, entre las dos principales economías del mundo hay también espacio para una “agenda expansiva” de cooperación, dado que en “Irán, Corea del Norte, Afganistán o el clima nuestros intereses se cruzan”.

Foto: Reunión EEUU-China en Alaska. (Reuters)

La primera en la frente. Una semana más tarde, el pasado sábado, China e Irán firmaron un acuerdo de cooperación estratégica para los próximos 25 años. En el trasfondo de este acuerdo están el suministro de petróleo y gas a China y las inversiones en la 'Belt and Road Iniatitive', también conocida como la 'Nueva ruta de la seda', proyecto chino para establecer infraestructuras de transporte terrestre que acerquen China y Europa y que sirvan para extender su influencia en los países de tránsito. Con Irán enfrentado a Estados Unidos, el acuerdo con China se perfila como una reafirmación de que China no se deja amedrentar por las posiciones norteamericanas, así como un episodio más en la ya clara competencia por el liderazgo mundial, en la que se dirime también, de forma solapada, una hipotética superioridad de los regímenes autoritarios sobre las democracias para lidiar con los desafíos del siglo XXI.

Hace años, en un almuerzo de celebración de la firma de un importante acuerdo entre una empresa española y una empresa estatal china, el presidente de la compañía española preguntó al presidente de la china por su opinión sobre Europa. Tras un breve silencio, el mandatario chino contestó con brevedad: “Ustedes tienen un problema, la democracia”. Considerar la democracia como problema ha sido una constante entre los líderes chinos. De Tiananmen a Hong Kong, pasando por Tíbet o la represión a la minoría uigur en la provincia occidental de Xinjiang, ninguno de los dirigentes comunistas chinos ha dudado en reprimir cualquier movimiento social que pudiera alterar el designio común de convertir de nuevo a China en el centro del mundo. A fin de cuentas, ese es el significado real de la palabra 'China' en idioma mandarín: 'El país del centro'. Con el Partido Comunista como el 'centro del centro', como único camino al corazón del poder, el retrato queda completo.

Foto: Activistas musulmanes, en Turquía, protestando contra los abusos de China contra los uigures en Xinjiang. (Reuters)

Un análisis comparativo de las magnitudes relativas del PIB chino arroja algunas luces sobre la política seguida por los líderes comunistas en la prosecución de su objetivo. De un país comunista cabría pensar que la participación del gasto público en el PIB debe ser alta. Sin embargo, en China se sitúa en el 34%, dos puntos menos que en Estados Unidos. En España estamos en el 42%, mientras que el récord en Europa corresponde a Francia con un 56%. Otro parámetro llamativo es la participación del consumo privado en la estructura del PIB. En Estados Unidos es el 70%, la media de la Unión Europea está en el 53% y en China solo alcanza el 40%. La conclusión en trazos gruesos de las cifras anteriores es que los ciudadanos chinos gastan poco porque ganan poco y tampoco reciben gran cosa en términos de transferencias sociales. Tampoco pueden tirar cohetes los americanos, pero sus retribuciones les permiten gastar de forma importante. En medio, los europeos, donde el volumen de transferencias sociales complementa de forma notable una aceptable capacidad de gasto individual.

La realidad es que el desarrollo económico chino se asienta sobre el abandono de los postulados marxistas y su sustitución por una economía de mercado en la que el Estado es un actor predominante, que en ocasiones no duda en primar objetivos políticos por encima de los económicos. El complemento indispensable es la ausencia de derechos individuales y colectivos y, como consecuencia, el mantenimiento del nivel de vida de la población por debajo del que le correspondería, lo que proporciona la correspondiente ventaja competitiva en términos de costes laborales. Una apertura limitada a la inversión extranjera como fuente de aporte tecnológico y una escasa consideración por los derechos de propiedad intelectual fueron un motor adicional para convertir a China en el taller industrial del mundo. Hoy el desarrollo tecnológico chino, gracias al soporte estatal, apenas se sitúa por detrás del de Estados Unidos.

Foto: EC.

Los derechos humanos y el freno al expansionismo deben formar parte de las negociaciones entre grandes potencias. Sin embargo, desde la perspectiva de la Unión Europea, hay dos cuestiones que en un marco bilateral con China deberían estar presentes: la primera es llevar al ánimo de las autoridades chinas la convicción de que deben mejorar el nivel de vida de su población. Algunos modelos indican que si el consumo privado en China representara el 60% del PIB, la balanza comercial china tendería al equilibrio, con el consiguiente impacto positivo en términos de comercio exterior en el resto del mundo y, sobre todo, en Europa, dado nuestro nivel tecnológico. La transición puede y debe ser progresiva, pero los desequilibrios permanentes a favor de una parte son peligrosos. En democracia, los populismos proteccionistas en general, y Trump en particular, son siempre repetibles.

La otra gran cuestión es el calentamiento global. En 2019 las emisiones de CO2 chinas supusieron casi el 29% de las emisiones totales del mundo, casi duplicando las de Estados Unidos y triplicando las europeas. China consume más de la mitad del carbón que se consume en el mundo. Ha anunciado que alcanzará la neutralidad en carbono en 2060, 10 años después del objetivo europeo. El grupo de trabajo con Estados Unidos es una buena noticia, pero Europa debería incorporarse como tercer emisor mundial. La negativa china en la cumbre del clima de Madrid al establecimiento de un mercado de derechos de emisión global debería ser reconsiderada. La aceptación por China de criterios de gobernanza global y su sometimiento a los mismos sería la mejor prueba de que el imperio del centro es un socio fiable.

Hace apenas 10 días, China y Estados Unidos mantuvieron las primeras conversaciones diplomáticas de alto nivel de la era Biden. El comienzo fue difícil, con críticas públicas cruzadas entre ambas superpotencias. Los americanos pusieron encima de la mesa el respeto a los derechos humanos y el expansionismo chino. Los asiáticos el trato a la minoría negra en Estados Unidos. El final fue más diplomático, con la constitución de un grupo de trabajo sobre cambio climático y la identificación de ámbitos de potencial cooperación. Según señalaba el secretario de Estado norteamericano en su rueda de prensa final, entre las dos principales economías del mundo hay también espacio para una “agenda expansiva” de cooperación, dado que en “Irán, Corea del Norte, Afganistán o el clima nuestros intereses se cruzan”.

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