Es noticia
Delicados equilibrios
  1. España
  2. Por si acaso
Nemesio Fernández-Cuesta

Por si acaso

Por

Delicados equilibrios

En nuestro caso, las importaciones de gas natural en el primer cuatrimestre de 2021 han sido un 5% superiores a las del mismo periodo de 2019 con un nivel de actividad económica inferior

Foto: EFE.
EFE.

Un precio del barril de petróleo de 68 dólares no debería sorprendernos si recordamos que el precio medio de 2019, antes de la pandemia, fue de 64,21 dólares. El precio del crudo, siempre mediatizado por el relativo control de la producción por la OPEP y sus asociados, ha recuperado los niveles previos a la crisis económica derivada de la crisis sanitaria. El pronóstico para 2022 es de un moderado descenso hasta los 60 dólares por barril, provocado por los incrementos de producción previstos sobre todo en Estados Unidos, donde los niveles de producción son todavía inferiores a los de hace dos años.

Foto: EC.
TE PUEDE INTERESAR
El lado oscuro del 'boom' renovable: igual lo que va a faltar ahora es petróleo
The Wall Street Journal Amrith Ramkumar

Los precios del gas también han experimentado en 2021 un notable incremento, derivado de la recuperación de la actividad económica, aunque en este caso merece la pena mencionar algunos factores adicionales: la demanda de gas crece más que la actividad económica como consecuencia de la sustitución del carbón en la generación de electricidad. En nuestro caso, las importaciones de gas natural en el primer cuatrimestre de 2021 han sido un 5% superiores a las del mismo periodo de 2019 con un nivel de actividad económica inferior. El proceso de sustitución del carbón no es exclusivo de España. China genera dos tercios de su electricidad con carbón y consume más de la mitad del carbón que se consume en el mundo. India, a cierta distancia, es el segundo consumidor mundial de carbón, que utiliza para generar más del 75% de su electricidad. Las crecientes importaciones de gas por estos dos gigantes se suman a las de Japón y Corea, hasta ahora los dos principales importadores mundiales de gas natural licuado. El mercado asiático absorbe por tanto cantidades crecientes de gas y sus precios presionan al alza en el mercado internacional. El año pasado, en el primer cuatrimestre del año, Estados Unidos nos suministró el 17% de nuestras importaciones de gas. En 2021, con un mercado creciente, nos ha suministrado un 35% menos y apenas ha cubierto el 10% de nuestras necesidades. El más atractivo mercado asiático ha absorbido las exportaciones norteamericanas. En menor escala, lo mismo ha ocurrido con Qatar. Argelia, nuestro suministrador tradicional, que en el periodo enero-abril de 2020 cubrió el 22% de nuestro consumo, ha incrementado su cuota de mercado hasta el 46% en el primer cuatrimestre de 2021. Estos incrementos de cuota de mercado de Argelia suelen suponer un precio medio más alto para nuestro mercado.

El gas natural supone el 41% del consumo de energía final de nuestra industria

Parece anticuado escribir un artículo sobre energía con referencias al petróleo y al gas. Todo lo que no sea renovables, biogás, hidrógeno o captura de carbono parece pertenecer a un pasado remoto que se pierde en la noche de los tiempos. Cuando el ruido mediático arrecia, nuestra percepción de la realidad tiende a mimetizarse con lo que leemos u oímos y se aleja de la terca cotidianidad que nos rodea. En 2019, el petróleo, el gas y el carbón aportaron, por este orden, el 70% de nuestras necesidades de energía primaria.

El delicado equilibrio de la transición energética es trabajar para el futuro sin descuidar el presente. Alcanzar en 2050 el cero en emisiones netas de carbono sin destrozar en el camino la competitividad de nuestra industria ni hacer un roto en la renta disponible de los consumidores. El gas natural supone el 41% del consumo de energía final de nuestra industria. Para la mayor parte de los procesos industriales consumidores de gas, la electricidad no es alternativa. En el horizonte, se dibuja el hidrógeno como posibilidad, pero se anticipa un plazo de 10 o 20 años para que el hidrógeno esté disponible en cantidades y precios aceptables. Mientras, hoy, nuestra Hacienda va a recaudar unos 2.500 millones de euros en impuestos al CO₂, generados por un consumo de gas para el que no hay alternativa. Nos hemos habituado a ligar el precio del CO₂ al coste de la electricidad, pero se trata de un impuesto que recae sobre toda nuestra industria y afecta a su competitividad.

Foto: Aragonès, con las 'conselleras' de Justicia, Capella, y de Agricultura, Jordà. (EFE)

Pero no es solo un problema fiscal. España ha prohibido la exploración y producción de petróleo y gas en nuestro suelo, incluidas las aguas territoriales. Es irrelevante, dado nuestro escaso potencial, pero es un indicador. La Agencia Internacional de la Energía, en su escenario para la neutralidad en carbono en 2050, sugiere que no se apruebe, por parte de los diferentes gobiernos, el desarrollo de ningún campo nuevo de petróleo o gas. En ese mismo informe, indica que, de ser efectiva semejante decisión, la cuota de mercado de la OPEP subiría de poco más del 30% hasta el 52%. Si consideramos además la producción rusa, que colabora hoy día con la OPEP, su control del mercado superaría el 60%.

Al margen de decisiones administrativas, invertir en la búsqueda de petróleo o gas es un proceso largo y costoso. Desde el principio de la actividad exploratoria hasta la puesta en producción de un campo de petróleo o gas, no transcurren menos de seis o siete años. La producción se prolonga durante 20 años o más. El campo Casablanca, cercano a la costa de Tarragona, cierra su actividad después de producir durante casi 40 años. En el marco de la transición energética, estos plazos suponen incrementar los niveles de incertidumbre y riesgo hasta hacer desaconsejable cualquier inversión, para la que, además, en un mundo de finanzas sostenibles, no va a ser fácil conseguir financiación. Sin inversión, entraremos en un entorno de escasez relativa, en que el dominio de la OPEP, en el caso del petróleo, o la creciente demanda de China e India, en el caso del gas, pueden propiciar fuertes incrementos de precios.

Foto: Petróleo

Si los incrementos de precios se producen cuando están disponibles alternativas tecnológicas a los combustibles fósiles, no hay problema: los altos precios acelerarán la transición. En caso contrario, tendremos dificultades crecientes. El escaso peso de nuestra industria nos ha conferido el dudoso honor de ser la economía desarrollada que más ha sufrido con la pandemia. Es un hecho que, junto al indispensable sentido común, nos obliga a combinar el indeclinable principio de reducir nuestras emisiones de carbono a cero con el criterio necesario para hacerlo adecuándonos a las necesidades y posibilidades de cada sector económico. La transición energética es un esfuerzo colosal por el que debemos asumir el mínimo coste posible, que siempre será alto.

Un precio del barril de petróleo de 68 dólares no debería sorprendernos si recordamos que el precio medio de 2019, antes de la pandemia, fue de 64,21 dólares. El precio del crudo, siempre mediatizado por el relativo control de la producción por la OPEP y sus asociados, ha recuperado los niveles previos a la crisis económica derivada de la crisis sanitaria. El pronóstico para 2022 es de un moderado descenso hasta los 60 dólares por barril, provocado por los incrementos de producción previstos sobre todo en Estados Unidos, donde los niveles de producción son todavía inferiores a los de hace dos años.

Petróleo OPEP Importaciones Gas natural Crisis
El redactor recomienda