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Sobre gremios, élites y medios

Para la confederación empresarial, es más importante apoyar a la patronal catalana y no indisponerse con el Gobierno que adoptar una posición firme en una cuestión política

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi. (EFE)

El pronunciamiento favorable con matices del presidente de la CEOE a los indultos de los políticos independentistas fue acogido con sorpresa y, por qué no, con desagrado por buena parte de la opinión pública y publicada. Otro tanto puede decirse de la posición más abiertamente favorable adoptada por la jerarquía católica. Parte del rechazo es debido a que en una coyuntura política en la que los blancos y negros han expulsado a los infinitos matices de gris, todos queremos que las personas y estamentos a los que se supone una cierta influencia social se alineen sin ambages ni fisuras de nuestro lado. Otra parte del rechazo se debe a que atribuimos una influencia social más amplia que la que realmente tienen a quienes son, por encima de cualquier otra condición, corporaciones gremiales creadas para la defensa de los intereses de los asociados.

Para la confederación empresarial, es más importante apoyar a la patronal catalana y no indisponerse con el Gobierno que adoptar una posición firme en una cuestión política. Con la reforma laboral y de pensiones encima de la mesa y los fondos europeos en el horizonte cercano, la defensa de los intereses empresariales requiere capacidad de maniobra y contemporizar. Para la Conferencia Episcopal, que cuenta con la ventaja de que la práctica del perdón es una virtud cristiana, también es importante mantener la unidad con los obispos catalanes —no conviene olvidar que en iglesias catalanas se contaron votos del referéndum ilegal— y contemporizar con un Gobierno del que se depende para el cobro del IBI en locales no destinados al culto, la equis de la declaración de la renta o la letra pequeña de la ley Celaá.

Foto: La agencia de calificación Fitch. (Reuters)

Desde un enfoque tradicional, pudiera parecer que, si los curas y los empresarios no están dispuestos a llevar la contraria a un Gobierno de coalición entre socialistas y comunistas, la derecha tiene un problema. Pero es bueno que sea así, que ambas instituciones, Iglesia y empresa, se centren en su carácter gremial y se alejen de la consideración de élite, de minoría rectora según el diccionario de la RAE. En democracia, solo hay una manera de elegir, y solo a través de la elección democrática se puede adquirir la capacidad de dirigir o influir sobre el Gobierno de un país. Iniciativas como el Consejo Empresarial de Competitividad, formado por la dirigencia de las empresas más importantes de España, felizmente muerto y enterrado, están fuera de lugar.

Si necesario es recelar de las élites y de sus concepciones colectivas, más necesario aún es el debate público sin exclusiones ni cortapisas

Conviene siempre adoptar una cierta prevención respecto a las élites. Conviene recordarlo sobre todo en estos tiempos nuestros en que abundan las visiones preconcebidas sobre cómo debe ser nuestra realidad social. Tiempos en que los menos, considerados por sí y ante sí élite dirigente y poseedores de la verdad, tienen una tendencia irrefrenable a decirnos a los más cómo debemos vivir. Siempre es sano recordar a Karl Popper cuando escribía que "cualquiera que fuese el tipo de sabiduría a la que yo pudiese aspirar jamás, no podría consistir en otra cosa que en percatarme más plenamente de la infinitud de mi ignorancia". Incluso élites de acreditado prestigio intelectual son susceptibles de equivocarse. Hace más de un siglo, la llamada Generación del 98 decidió reflexionar sobre España como problema en lugar de hacerlo sobre los problemas de España, que eran muchos sin duda, aunque no demasiado diferentes de los que aquejaban a otros países europeos. En su obra 'La libertad traicionada', José María Marco cita a Ramiro de Maeztu, para señalar que "la Generación del 98 redujo los problemas de la sociedad española a uno metafísico, previo e irresoluble, como es el del ser de España. Pero la pregunta sobre qué es España solo puede desembocar en una posición estetizante o en una actitud crítica y negativa. En ambos casos, cierra el camino hacia la acción positiva sobre la realidad española". Esa falta de acción positiva sobre la realidad española estuvo, junto con otras causas, en el origen de la dictadura de Primo de Rivera, la República y la tragedia de la Guerra Civil, que aún hoy condiciona la política española.

Si necesario es recelar de las élites y de sus concepciones colectivas, más necesario aún es el debate público sin exclusiones ni cortapisas. En un mundo en que el intervencionismo estatal se extiende a todos los rincones de nuestra vida cotidiana, el riesgo es que el miedo a indisponerse con el poder conduzca a silenciar opiniones discrepantes. Como nos recuerda Stuart Mill en su ensayo 'Sobre la libertad', publicado en 1859, “la opinión silenciada podría estar en lo cierto” o “aunque la opinión silenciada sea errónea, puede contener, y contiene a menudo, una porción de la verdad; y dado que la opinión general o prevaleciente rara vez o nunca representa toda la verdad, solo mediante la colisión de las opiniones opuestas hay alguna posibilidad de que el resto de la verdad salga a la luz”.

Foto: La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE)

Esta reflexión nos conduce directamente a los medios de comunicación como garantes de que ninguna opinión sea silenciada, como cajas de resonancia de criterios opuestos cuya colisión podría acercarnos a la verdad. El problema es que la digitalización ha afectado profundamente el modelo de negocio periodístico, se ejerza en televisión, radio o prensa escrita, sea impresa o digital: ha reducido a la mínima expresión las barreras de entrada al negocio y ha posibilitado el contacto directo entre anunciante y consumidor. Como resultado, menores ingresos y proletarización de la profesión periodística. Los menores ingresos tienen un doble efecto: menores ascos a la cercanía al poder económico o político y un punto adicional de radicalización ideológica que busca conservar al seguidor ya convencido, que disfruta de la reafirmación diaria en sus convicciones que su medio de comunicación favorito le proporciona.

Con todos sus problemas, son los medios de comunicación los que deben fomentar el debate, garantizar que ninguna opinión quede silenciada, identificar las opiniones gremiales, desconfiar de las ideas preconcebidas de élites reales o ficticias, propiciar la aparición de ideas de consenso capaces de remontarse sobre la lucha partidista y aportar soluciones de futuro que integren y no excluyan. Son, en suma, los garantes de la libertad. Conviene recordarlo de tiempo en tiempo.

El pronunciamiento favorable con matices del presidente de la CEOE a los indultos de los políticos independentistas fue acogido con sorpresa y, por qué no, con desagrado por buena parte de la opinión pública y publicada. Otro tanto puede decirse de la posición más abiertamente favorable adoptada por la jerarquía católica. Parte del rechazo es debido a que en una coyuntura política en la que los blancos y negros han expulsado a los infinitos matices de gris, todos queremos que las personas y estamentos a los que se supone una cierta influencia social se alineen sin ambages ni fisuras de nuestro lado. Otra parte del rechazo se debe a que atribuimos una influencia social más amplia que la que realmente tienen a quienes son, por encima de cualquier otra condición, corporaciones gremiales creadas para la defensa de los intereses de los asociados.

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