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Nemesio Fernández-Cuesta

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Cuba: suma y sigue

Será Díaz-Canel o será otro, pero Cuba necesita un liderazgo con los conocimientos y capacidades necesarias para introducir las reformas que el sistema precisa

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

A lo largo de mi vida profesional, he tenido la oportunidad, por dos veces, de asistir a una reunión con Fidel Castro. La primera fue una cena que ofreció a una delegación oficial española que presidía Josep Piqué como ministro de Industria y Energía. Como era tradición, la invitación a cenar no se confirmó hasta muy poco antes de la hora fijada y, como era también tradición, la velada se prolongó hasta bien entrada la madrugada. La segunda fue una reunión con una delegación de Repsol cuyo inicio se retrasó hasta la una de la mañana, pese a que la cita estaba fijada varias horas antes. En ambos casos, el líder cubano me pareció una personalidad atractiva, conocedor y cultivador del aura mítica que le rodeaba, con una capacidad intelectual abotargada por los años transcurridos sin que nadie, ni propio ni ajeno, osara discutirle nada; un sobresaliente contador de historias y un notable ignorante en materia económica.

La realidad es que la economía comunista no funciona y hay que cambiarla

En la segunda de las reuniones, acompañado por varios ministros de su Gobierno, dedicó la mayor parte del tiempo a ufanarse de la decisión adoptada para solucionar la tradicional escasez e irregularidad del suministro eléctrico: importar un número ingente de “ollas arroceras” chinas cuya teórica eficiencia iba a permitir reducir la demanda eléctrica hasta el nivel de una oferta raquítica. Era difícil aceptar su fe ciega en un planteamiento inverosímil. Lápiz en mano, se empeñó en calcular los kilovatios por hora ahorrados por cada puñado de arroz que los cubanos iban a cocinar en las nuevas ollas. Aquel cálculo imposible no llegó a conclusión alguna, y el problema eléctrico cubano sigue hoy, bastantes años después, sin solución.

Foto: Banderas de Cuba frente al Capitolio, en La Habana. (EFE)

Fidel, fallecido en 2016, fue sustituido años antes en el poder por su hermano Raúl, y este, a su vez, lo ha sido por Miguel Díaz-Canel. El actual presidente de la República de Cuba no goza de la aureola revolucionaria de los hermanos Castro, ni, a diferencia de sus antecesores, controla todos los resortes del poder: el Ejército, columna vertebral del régimen y poder económico dentro de un Estado en bancarrota, escapa a su control. Será Díaz-Canel o será otro, pero Cuba necesita un liderazgo con los conocimientos y capacidades necesarios para introducir las reformas que el sistema precisa. Con independencia de los conocimientos económicos o de las ocurrencias del líder supremo, la realidad es que la economía comunista no funciona y hay que cambiarla. Los millones de muertos de las hambrunas soviéticas o del Gran Salto Adelante chino son evidencias trágicas que corroboran su fracaso. El derrumbe como un castillo de naipes de los regímenes de Europa del Este, que los cubanos —en afortunada expresión— denominaron “la caída del campo socialista”, es una prueba más de la incapacidad de los principios comunistas de alumbrar un desarrollo económico sostenible.

Foto: Vista general de una tradicional calle en La Habana Vieja. (EFE)

El embargo norteamericano se usa como gran argumento para justificar el fracaso económico cubano. Aunque sin duda es perjudicial, funciona más como coartada que como realidad. El peso relativo de la economía norteamericana en el mundo es claramente inferior en esta tercera década del siglo XXI que en los años sesenta del pasado siglo. Hay alternativas disponibles para todo sin contar con Estados Unidos. Lo difícil es generar divisas a través de exportaciones e inversiones extranjeras que permitan acceder a los mercados internacionales, bien en busca de insumos productivos o de financiación. El problema es que la deuda externa cubana asciende a unos 30.000 millones de dólares y está en situación de impago desde finales de 2019, antes del inicio de la pandemia.

Nuestro inicial desarrollo económico se produjo con un dictador en el poder

Hace ya muchos años que China marcó el camino de las imprescindibles reformas de los sistemas comunistas: en el plano ideológico, considerar que el objetivo del socialismo no es el igualitarismo sino la prosperidad común, y que la diferencia fundamental entre el capitalismo y el socialismo no es si la economía es planificada o no, sino si la propiedad de las empresas es pública o privada. En el sector agrícola, fomentar la propiedad privada y la libertad de venta de la producción obtenida. Permitir la constitución de trabajadores autónomos y la libre creación de pequeñas empresas. Todo ello acompañado de la imprescindible estabilidad macroeconómica, de medidas liberalizadoras de la inversión extranjera y de la consideración de que cada empresa es responsable de sus ingresos y sus costes. Reformas que conducen a una economía de mercado, con la importante e inaceptable salvedad de estar sometida a la voluntad omnímoda del partido comunista. Este es un viejo debate, y a la vez uno de los más atractivos del futuro: determinar si el progreso económico se debe más a la fuerza creativa de la libertad o a la eficacia del autoritarismo. La experiencia china demuestra que incluso en un marco dictatorial son imprescindibles determinadas dosis de libertad económica.

Foto: Cubanos en El Vaticano. (EFE) Opinión
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Promover reformas que otorguen peso a la fuerza creativa de la libertad económica es el camino que pueden y deben emprender las autoridades cubanas. Las reformas contribuirán a la prosperidad económica y, a través de esta, pueden ayudar al sostenimiento del andamiaje político de la dictadura. Tiananmén hace más de 30 años y Hong Kong en la actualidad nos recuerdan que la prosperidad económica y el progreso democrático son disociables. No es algo de lo que en España nos debamos sorprender. Nuestro inicial desarrollo económico se produjo con un dictador en el poder. Gracias a ese desarrollo económico y a la subsiguiente emergencia de una clase media, nuestra transición a la democracia fue un éxito. Ese es el resumen: bien sea para hacer tolerable la ausencia de libertad, bien sea para crear unas condiciones mínimas para transitar a la democracia, las reformas económicas son imprescindibles. No es posible adivinar el futuro de Cuba. Sin reformas económicas profundas, el círculo vicioso de pobreza, desórdenes sociales y represión política continuará de forma indefinida hasta el improbable colapso del régimen.

A lo largo de mi vida profesional, he tenido la oportunidad, por dos veces, de asistir a una reunión con Fidel Castro. La primera fue una cena que ofreció a una delegación oficial española que presidía Josep Piqué como ministro de Industria y Energía. Como era tradición, la invitación a cenar no se confirmó hasta muy poco antes de la hora fijada y, como era también tradición, la velada se prolongó hasta bien entrada la madrugada. La segunda fue una reunión con una delegación de Repsol cuyo inicio se retrasó hasta la una de la mañana, pese a que la cita estaba fijada varias horas antes. En ambos casos, el líder cubano me pareció una personalidad atractiva, conocedor y cultivador del aura mítica que le rodeaba, con una capacidad intelectual abotargada por los años transcurridos sin que nadie, ni propio ni ajeno, osara discutirle nada; un sobresaliente contador de historias y un notable ignorante en materia económica.

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