Por si acaso
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COP26 (I)
Científicos y economistas apuntan que la tecnología y la innovación serán parte de la solución, y que sin beneficios empresariales reinvertidos en investigación, no se podrá avanzar
El negacionismo sobre el calentamiento global y los cambios en el clima, o sobre la responsabilidad de la actividad humana en ambos fenómenos, se ubica, en España y en otros países desarrollados, en la derecha del arco político. Cuanto más a la derecha se encuentra un partido, más negacionistas tiene en sus filas. Este sesgo tiene una razón de ser un tanto primitiva: negar por principio cualquier cosa que venga de la izquierda.
Cierto es que la lucha contra el cambio climático encaja a la perfección con la pasión irrefrenable de cierta izquierda por dictar cómo tenemos que vivir. Cuentan con una razón de peso para decirnos lo que es bueno y lo que no, lo que tenemos que hacer y los hábitos que debemos abandonar y, lo que es más importante, cómo las empresas deben organizar sus procesos productivos y los bienes y servicios que ponen a nuestra disposición. Contra este nuevo ejercicio de 'superioridad moral' de la izquierda se alza una 'derecha libertaria', cuya emergencia provoca, ante el miedo a indisponerse con ella, el silencio de los partidos del centro derecha, que pasan de puntillas sobre una cuestión esencial para el futuro del mundo y, por supuesto, de las generaciones presentes y futuras de españoles.
El cambio climático es una realidad científica, de la que además las empresas de seguros que tienen que hacer frente a indemnizaciones millonarias derivadas de fenómenos atmosféricos extremos pueden dar fe. La transición energética es necesaria y sus implicaciones son demasiado serias como para dejar que su liderazgo en España quede en manos de la izquierda, que en sus versiones más extremas ya pone encima de la mesa lo que el Círculo de Economía de Barcelona definía en una reciente nota de opinión como la “apología del decrecimiento”, a la que calificaba de “irresponsabilidad que una economía europea abierta no se puede permitir”.
La nota de opinión, de recomendable lectura por muchas razones, insiste: “El decrecimiento no es creíble ni siquiera en el ámbito del cambio climático. En los países industrializados se está demostrando que se pueden compatibilizar el crecimiento económico y la disminución de emisiones. Científicos y economistas apuntan que la tecnología y la innovación serán parte de la solución al problema, y sin crecimiento y beneficios empresariales reinvertidos en investigación, no se podrá avanzar”.
Martin Wolf, editor adjunto y columnista del 'Financial Times', poco sospechoso de izquierdismo, en un reciente debate sobre transición energética del que se ha hecho eco este periódico, reclamaba la imperiosa necesidad de llevarla a cabo y ponderaba su dificultad con un símil afortunado: “Es como rediseñar un avión en pleno vuelo”. La economía tiene que seguir creciendo y generando riqueza, hay que crear empleo y reducir las desigualdades sociales, y, al mismo tiempo, transformar radicalmente los procesos productivos de nuestra industria, modificar nuestras viviendas y renovar su equipamiento y cambiar nuestra manera de movernos.
El avión tiene que seguir volando, pero su rediseño depende de una compleja diplomacia multilateral cuyos resultados solemos entrever durante las dos semanas que dura, cada año, la Conferencia de las Partes del Acuerdo Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, también conocida como COP seguida de su número de orden o, en términos coloquiales, como cumbre del clima. La actual, la COP26, que se celebra en Glasgow, tiene aún por delante días de difíciles negociaciones de incierto resultado en ámbitos como la creación de un mercado mundial de derechos de emisión o la transferencia de fondos a los países menos desarrollados para que hagan frente a sus procesos de transición energética. Serán estas dos cuestiones las que diriman si la cumbre ha sido un éxito o un fracaso.
Hasta el momento, se han anunciado algunos acuerdos parciales, todos cortados por el mismo patrón: brillante envoltorio e insuficiente contenido. El primer ministro indio aprovechó su presencia en Glasgow para anunciar que su país alcanzaría la neutralidad en las emisiones de gases de efecto invernadero en 2070. Era el último de los grandes emisores en hacerlo. Estados Unidos, la Unión Europea y otros 53 países pretenden alcanzar las emisiones netas cero de gases de efecto invernadero en 2050. China y Rusia en 2060. Un 80% de las emisiones mundiales tiene ya fecha de caducidad.
Como bien nos recuerda la Agencia Internacional de la Energía, una cosa es el anuncio, otra la aprobación de las medidas legales necesarias para su consecución y otra la disponibilidad de los recursos públicos y privados que permitan acometer las inversiones necesarias para alcanzar la neutralidad en carbono. A las dudas sobre el cumplimiento de los compromisos anunciados se une la convicción de que una mayor ambición hubiera sido deseable, sobre todo por parte de China, primer emisor del planeta, porque lo cierto es que la suma de los compromisos anunciados no alcanza el ritmo de reducción de emisiones que los científicos reclaman.
Otro hito notable ha sido el acuerdo para reducir las emisiones de metano un 30% entre 2020 y 2030, suscrito por más de 100 países. El metano es un gas de efecto invernadero cuyos efectos a corto plazo son mucho más potentes que los del CO₂. Algunas fuentes señalan que en los primeros 20 años desde su emisión a la atmósfera su capacidad para retener calor es 80 veces superior a la del CO₂. Reducir las emisiones de metano, concentradas en la producción de petróleo y gas, en el transporte de gas, en los vertederos de basura y en las granjas de ganado, en especial vacuno, puede permitir un cierto margen temporal adicional para las reducciones de CO₂ en la industria, más complejas de implementar. Cierto es que el acuerdo no incorpora compromisos nacionales, ni obliga a los países que lo firman. Es una mera declaración de intenciones.
La cumbre también ha servido para la puesta de largo de la Glasgow Financial Alliance for Net Zero (GFANZ), en la que se integran más de 450 entidades financieras cuyos activos alcanzan los 130 billones (españoles) de dólares. Su propósito es redireccionar sus inversiones hacia la consecución de los objetivos previstos en el Acuerdo de París. Los compromisos respecto a plazos, importes, proyectos y países de destino están por precisarse. Es de esperar que al menos las comisiones de gestión de estos fondos de inversión sean más reducidas que las de fondos menos 'verdes'. Sería una simpática contribución del mundo financiero a la transición energética.
El negacionismo sobre el calentamiento global y los cambios en el clima, o sobre la responsabilidad de la actividad humana en ambos fenómenos, se ubica, en España y en otros países desarrollados, en la derecha del arco político. Cuanto más a la derecha se encuentra un partido, más negacionistas tiene en sus filas. Este sesgo tiene una razón de ser un tanto primitiva: negar por principio cualquier cosa que venga de la izquierda.