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El gas en guerra

La sustitución de las exportaciones rusas de gas a Europa es un problema de solución imposible sin infligir un grave daño a nuestras economías

Foto: Trabajadores construyendo una tubería de gas en Rusia, en 2019. (Reuters/Anton Vaganov)
Trabajadores construyendo una tubería de gas en Rusia, en 2019. (Reuters/Anton Vaganov)
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No es posible saber si Putin decidirá invadir total o parcialmente Ucrania. Tampoco es posible dilucidar cuáles serían las sanciones económicas “devastadoras” -según las declaraciones de Biden - que en tal caso los aliados occidentales decidirían imponer a Rusia, pero supongamos que como resultado de las decisiones de unos y otros se interrumpiera el suministro de gas ruso a Europa.

En 2020, el abastecimiento de gas al Reino Unido y a la Unión Europea alcanzó los 480 BCM (Miles de millones de metros cúbicos), de los que Rusia suministró 174 BCM, el 36,2%. Este suministro se produjo en su mayor parte por tubería -a través de las cuatro vías habituales: Bielorrusia, Ucrania, Turquía y el gasoducto submarino que une directamente Rusia y Alemania- y en mucha menor medida -3,8 puntos de los citados 36,2- por barco, en forma de GNL (Gas Natural Licuado). En nuestro caso, en 2021 Rusia nos suministró el 8,7% de nuestro consumo de gas, todo en forma de GNL.

Foto: El gasoducto "Power of Siberia", mostrado en una presentación en Sochi, Rusia. (EFE)

La sustitución de las exportaciones rusas de gas a Europa es un problema de solución imposible sin infligir un grave daño a nuestras economías. La producción propia de gas en Europa solo se puede aumentar de manera marginal. El principal campo de gas de la Unión Europea, el de Groninga en los Países Bajos, tiene restringida la producción como consecuencia de la aparición de movimientos sísmicos en superficie. De los otros suministradores por tubería, Noruega tiene una cierta capacidad de incrementar el suministro. De hecho, ya ha cubierto una parte de la reducción de las exportaciones rusas a través de Ucrania durante 2021. El otro suministrador por tubería que podría incrementar sus exportaciones por este medio a Europa es Argelia, que como bien sabemos mantiene cerrado el gasoducto que abastece a España a través de Marruecos. En todo caso, puede estimarse que el hipotético incremento de la producción propia más el aumento de las importaciones de Noruega y Argelia podrían aliviar como máximo en torno a un 10% de la falta de gas ruso, entre 15 y 20 BCM. Para Europa, pero sobre todo para España, la reapertura del gasoducto del Magreb debería ser una prioridad.

El siguiente recurso sería acudir al mercado internacional de GNL. En 2020, las importaciones mundiales de GNL se repartieron de la siguiente forma:

Incluso descontando los 15-20 BCM de mayor producción e importación de otros orígenes, sustituir el gas ruso requeriría más que duplicar la cuota de mercado europea en las importaciones mundiales de GNL, lo que se antoja imposible. Una reorientación de los flujos de gas hacia Europa por razones políticas parece irreal. Los tres grandes exportadores mundiales son Australia, Qatar y Estados Unidos, lo que permitiría pensar que es factible, pero no olvidemos que, junto a China, a la que no tiene demasiado sentido irritar en el marco de una confrontación con Rusia, los otros dos grandes importadores asiáticos son Japón y Corea del Sur, aliados de Estados Unidos. Competir en precios, aparte de provocar subidas espectaculares, solo promovería un reequilibrio del mercado en volúmenes muy semejantes a los actuales para cada bloque. Un mínimo alivio podría provenir del crecimiento del mercado mundial de GNL cuyo volumen, hasta el inicio de la pandemia, crecía a un ritmo del 7% anual. Sin embargo, los 40 BCM que podrían incorporarse al mercado entre 2020 y 2022, más el incremento de la producción propia y de las importaciones por tubería de otros suministradores apenas llegarían a sustituir la tercera parte del gas que Rusia suministra hoy a Europa.

Foto: El presidente de Chipre, Nicos Anastasiades, el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, y el ex primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, tras la firma del acuerdo para construir el EastMed, en febrero de 2020. (Reuters/Alkis Konstantinidis)

La única solución restante para adecuar oferta y demanda sería reducir el consumo, de la mano de las subidas de precios que ya se han producido y que, en caso de conflicto en Ucrania, se multiplicarían y afectarían de forma indiferenciada a todos los países europeos. De hecho, es algo que ya está ocurriendo. La industria intensiva en consumo de gas ha planteado cierres intermitentes y tendrá que recurrir a ellos en el futuro. En el tercer trimestre de 2021 el consumo de gas para la producción de energía eléctrica se redujo en la Unión Europea un 22%. El problema es que la producción renovable, incluida la hidráulica, depende de las condiciones meteorológicas. La nuclear funciona de forma continua salvo labores de mantenimiento. La solución para sustituir el gas ha sido y será, con Alemania a la cabeza, quemar carbón para producir electricidad, con el consiguiente impacto en las emisiones de CO₂.

En el campo contrario, el impacto sería aún más fuerte. Los 174 BCM suministrados por Rusia a Europa supusieron el 73% de sus exportaciones totales en 2020. A corto plazo no tiene alternativa a la venta de gas a Europa. Sus ventas de gas en Asia se realizan a partir de yacimientos ubicados en la zona este del país, sin conexión de momento por tubería con los grandes yacimientos de la zona noroccidental de Siberia que abastecen a Europa. Han construido un nuevo gasoducto para abastecer a China, a través del que se prevé alcanzar unas ventas de 38 BCM en 2024. A medio plazo pueden intentar unir su sistema occidental de gasoductos con el extremo oriental del país o construir un nuevo gasoducto que abastezca China al oeste de Mongolia. Es un proyecto existente que en su momento se decidió retrasar. La inversión presupuestada inicial era de 40.000 millones de dólares y además China debía reforzar su sistema interno para transportar el gas al este del país, dónde se produce la mayor parte del consumo.

Foto: Un soldado ucraniano descansa en una trinchera cerca de la ciudad de Horlivka, controlada por los rebeldes pro Rusia. (EFE/Anatolii Stepanov)
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El único alivio para Rusia es que el gas no vendido permanece en los yacimientos y puede ser producido en el futuro. Si el paquete de sanciones de Occidente no incorpora el aislamiento de su sistema financiero, Rusia, cuya deuda es relativamente baja, tendría una cierta capacidad de maniobra, garantizando deuda con ventas futuras. Si las sanciones incorporan el aislamiento financiero, la única salida para Rusia, pese al daño que se autoinfligiría, es la escalada del conflicto, que en términos energéticos podría traducirse en el embargo de las exportaciones de petróleo a Europa. Más del 30% de las importaciones europeas de crudo y productos petrolíferos proceden de Rusia. En España, nuestra dependencia es menor, entre un 5 y un 7%. Pero el problema no es el volumen. Estos mercados, al carecer de la dependencia de una infraestructura fija como los gasoductos puede reacomodarse con más facilidad que el mercado de gas, pero las subidas de precios serían de nuevo espectaculares. El shock energético sería inevitable y la subsiguiente crisis económica también. En esas andamos.

No es posible saber si Putin decidirá invadir total o parcialmente Ucrania. Tampoco es posible dilucidar cuáles serían las sanciones económicas “devastadoras” -según las declaraciones de Biden - que en tal caso los aliados occidentales decidirían imponer a Rusia, pero supongamos que como resultado de las decisiones de unos y otros se interrumpiera el suministro de gas ruso a Europa.

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