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La 'grandeur' nuclear

Invertir en la ampliación de la vida útil de nuestras centrales nucleares es, además de competitivo, una inversión "sostenible" por necesaria

Foto: Emmanuel Macron. (EFE/EPA/Ludovic Marin)
Emmanuel Macron. (EFE/EPA/Ludovic Marin)

Hace unos días, el presidente Macron anunció la construcción de seis centrales nucleares de nueva generación antes de 2050 y la posibilidad de ampliar este número a 14. También expresó por primera vez su deseo de prolongar la duración de la vida útil de las que actualmente están en activo más allá de 50 años siempre que puedan mantenerse los niveles de seguridad exigibles. Terminó su alocución con una invocación al “renacimiento” nuclear francés.

Días antes de este anuncio, el pasado 2 de febrero, en lo que ha acabado pareciendo un preludio perfectamente orquestado, la Comisión Europea había aprobado que en determinadas condiciones las inversiones en energía nuclear podían ser consideradas “sostenibles”. Esta 'aprobación' precisa alguna explicación adicional. La Transición Energética requiere un ingente volumen de inversiones, demasiado alto para ser abordado en solitario con fondos públicos, que deben ceder el protagonismo a la inversión privada. En el Plan de Energía y Clima español, por ejemplo, se prevén inversiones cercanas a 200.000 millones de euros entre 2020 y 2030, de los que 150.000 deben provenir del sector privado. La inversión privada depende del retorno esperado, pero si de algún modo se clasifican las inversiones en 'buenas' y 'malas' cabe suponer, en la esperanza de que todo el mundo quiere ser bueno o que le consideren como tal, que se canalicen más recursos hacia inversiones 'buenas', que contribuyan a lograr los objetivos que se persiguen. A este propósito fue creada la taxonomía europea, que no es otra cosa que un sistema de clasificación que establece una lista de actividades económicas ambientalmente sostenibles, con el objetivo de proporcionar a empresas, inversores y políticos unas definiciones claras de lo que debe hacerse si se quiere contribuir a la sostenibilidad.

Foto: Central nuclear de Temelin, en República Checa. (Reuters/David W. Cerny)

La taxonomía europea aprobada en 2021 ha sido ahora enmendada para incluir, “sujetas a estrictas condiciones, actividades relevantes relacionadas con el gas y la energía nuclear necesarias para la transición de los sistemas energéticos de los países miembros hacia la neutralidad climática en línea con los objetivos y compromisos de la Unión Europea”, según señala la propia Comisión. La discusión ha sido y será sonora, porque en el maniqueísmo creciente que envuelve el debate sobre el cambio climático cada vez nos encontramos más expuestos a posiciones dialécticas en las que lo bueno es buenísimo y lo malo malísimo, sin que quepa matiz alguno. Si le sumamos, sobre todo en España, la pobreza intelectual del debate político, en el que lo que prima, sin entrar en más consideraciones, es el mecanismo de reacción en contrario a lo que defiende el teórico adversario, nos encontraremos enfangados en un debate absurdo a favor y en contra del gas y de la energía nuclear.

La clave está en sustituir los términos 'bueno' y 'malo' por 'necesario' o 'innecesario'. Alemania, con un 30% de su electricidad generada con carbón y con el cierre anunciado de sus últimas centrales nucleares, necesita invertir en centrales de gas. La nueva normativa europea considera “sostenibles” esas inversiones siempre que en 2035 esa generación eléctrica se haya transformado en generación renovable o utilice como combustible gases bajos en carbono. En España, el pasado diciembre, con una generación eólica notable, que supuso el 30% de nuestras necesidades, el hecho de que tuviéramos alguna de nuestras nucleares en mantenimiento —y que lo mismo ocurriera en Francia— hizo que el gas supusiera el 20% de la generación y la nuclear un 17%. Hasta que no tripliquemos la capacidad de generación eléctrica renovable y dispongamos de sistemas de almacenamiento de electricidad, el gas y la nuclear son indispensables. Ambas fuentes de energía son transitoriamente indispensables. Esa es la razón del movimiento regulatorio efectuado por la Comisión Europea, movimiento limitado a incluir, de forma temporal, en una lista de inversiones sostenibles por necesarias, determinadas inversiones en gas y nuclear. La Unión Europea no considera 'verdes' ni el gas ni la nuclear, ni tampoco recomienda invertir en estas energías.

Foto: Planta nuclear de Civaux, en Francia. (Reuters/Stephane Mahe)

Con el permiso europeo y el ejemplo francés, habrá quien sostenga que España debería embarcarse en un programa nuclear. La primera reflexión es si hay alguna empresa dispuesta a asumir las inversiones necesarias. Mucho me temo que la respuesta sería negativa y la razón para ello son los costes y la competitividad frente a otras fuentes de energía. Por citar dos datos, el contrato que el Gobierno británico tiene establecido con la central nuclear en construcción de Hinckley Point asciende en 2021 a 126 € por MWh, cifra revisable con la inflación. En contraste, las subastas de energía renovable organizadas por el Gobierno español han arrojado precios entre 25 y 32 € por MWh. Si se quiere una comparación más aséptica por mayor representatividad de la muestra, la Administración estadounidense publica todos los años un análisis en condiciones homogéneas de los costes de producción de las centrales que van a entrar en funcionamiento dentro de cinco años. Estos son los datos de costes esperados para 2026 en dólares de 2021, es decir, sin corregir por la inflación.

El resumen es sencillo. Los costes de la energía nuclear duplican los costes de las renovables. Desde un punto de vista económico, tiene más sentido un futuro renovable que un futuro nuclear. En ambos casos puede alcanzarse un nivel de independencia en el abastecimiento energético muy superior al que disfrutamos hoy con nuestras imprescindibles importaciones de petróleo y gas. Las renovables evitan además el problema del tratamiento de los residuos radioactivos. La apuesta francesa es la apuesta por ser el gran suministrador mundial de tecnología nuclear, una tecnología cuyo peso en términos absolutos en un mundo sin emisiones de CO₂ va necesariamente a crecer.

Nosotros, nos guste o no, no estamos en esa liga. Nuestro enfoque debe ser la búsqueda permanente de eficiencia en nuestra factura energética. Es la mejor manera de asegurar a plazo la competitividad de nuestra economía, y esa no es otra que apostar por la generación eléctrica renovable, apuesta perfectamente compatible con retrasar el cierre de nuestra actual capacidad de generación nuclear. Invertir en la ampliación de la vida útil de nuestras centrales nucleares es, además de competitivo, una inversión “sostenible” por necesaria, según nos señala Bruselas.

Hace unos días, el presidente Macron anunció la construcción de seis centrales nucleares de nueva generación antes de 2050 y la posibilidad de ampliar este número a 14. También expresó por primera vez su deseo de prolongar la duración de la vida útil de las que actualmente están en activo más allá de 50 años siempre que puedan mantenerse los niveles de seguridad exigibles. Terminó su alocución con una invocación al “renacimiento” nuclear francés.

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