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Nemesio Fernández-Cuesta

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Europa no puede fallar

La agresión rusa nace de la convicción de que algunos de sus vecinos, por el mero hecho de serlo, solo son acreedores a una soberanía limitada

Foto: Ursula von der Leyen, junto a Borrell. (EFE/EPA/Stephanie Lecoq)
Ursula von der Leyen, junto a Borrell. (EFE/EPA/Stephanie Lecoq)

A golpe de crisis, Europa se institucionaliza. De la crisis de 2008-2009 salimos con una aceptable arquitectura financiera común. Tras la pandemia, hemos sido capaces de mutualizar a través de la Comisión Europea la deuda pública y de esbozar una política industrial a través de los fondos Next Generation. La crisis de Ucrania nos está permitiendo alcanzar cotas de cooperación en materia exterior y de defensa apenas imaginadas con anterioridad.

El envite lo merece. La agresión rusa nace de la convicción de que algunos de sus vecinos, por el mero hecho de serlo, solo son acreedores a una soberanía limitada, subordinada a los superiores intereses de la estrategia de seguridad rusa, concebida desde la añorada perspectiva de la victoria soviética al final de la Segunda Guerra Mundial. La idea de una soberanía limitada, la obligación de plegar tu política exterior y de defensa a los deseos de tu vecino más fuerte, es un concepto inaceptable, que además plantea el problema de su extensión: ¿dónde termina o terminará con el tiempo el deseo ruso de subordinar a sus intereses las políticas de sus vecinos? ¿En Polonia, Moldavia, países bálticos…? Al fondo, dos cuestiones cada día más relevantes: la eficacia de los gobiernos democráticos puesta en duda por la pretendida superioridad de los regímenes autoritarios y el papel a desempeñar por Europa en un mundo polarizado en torno a dos o tres grandes potencias.

Foto: Instalación de gas natural. (Reuters)

Putin ha dado algunas pistas. Su decisión final de invadir Ucrania se asienta en la convicción de que las democracias europeas son incapaces de mantener un esfuerzo sostenido que perjudique a Rusia y que tenga al tiempo efectos contraproducentes sobre sus economías. Su decisión de negarse a considerar a la Unión Europea como parte interesada en el conflicto acredita el recelo de la nomenclatura de Moscú ante un bloque cuyo PIB es entre 14 y 15 veces superior al ruso. Una potencia económica que, a golpe de crisis, puede empezar a dejar atrás el raquitismo que en materia de defensa y política exterior la caracterizaba.

Las democracias pueden ser lentas, porque lleva tiempo construir el entramado de reglas sobre las que asientan su funcionamiento o porque el proceso decisorio está sometido a los necesarios controles, pero las democracias no son necesariamente ineficaces. El sistema de poderes y contrapoderes que las caracteriza evita la comisión de errores que pueden llegar a ser trágicos o que, sin alcanzar tal dimensión, sean perjudiciales a largo plazo. La ofensiva del Gobierno chino contra sus empresas tecnológicas, socavando su capacidad de crecer y sometiéndolas a sus designios, reducirá de forma ineludible su afán por innovar y su expansión internacional. La aventura militar de Putin solo satisface su deseo personal de pasar a la historia como el reconstructor de la Gran Rusia, a costa del bienestar económico de ucranianos y rusos y, lo que es peor, de las vidas que la guerra se va a llevar por delante.

Desde la pretendida eficacia autoritaria, puede sorprender que una revuelta interna acabe en cuestión de pocos días con el liderazgo del principal partido de la oposición, pero a la larga es una prueba de que el poder, en democracia, es contingente. Hoy se tiene y mañana no. Más importante que el poder es el respeto a las reglas que nos hemos dado, el sometimiento a los procedimientos de control y el respeto al papel de los diferentes poderes del Estado, que no pueden ser menoscabados. Cuando desde el poder o desde fuera alguien toma o desea tomar atajos indebidos que subvierten estos principios, conviene desde ahora recordarles que, si Rusia fuera una democracia, la guerra en Ucrania no existiría.

Todas estas consideraciones son relevantes al valorar las decisiones políticas tomadas por los 27 países miembros con la Comisión Europea a la cabeza. No es solo el rechazo ante la agresión a Ucrania. Es la configuración de la seguridad en Europa, el papel futuro de la Unión Europea en el concierto mundial y la demostración de la determinación política que al servicio de sus objetivos pueden alcanzar las democracias. Son las razones por las que Europa no puede fallar. Son las razones que obligan a Europa a ser consistente y mantener sus sanciones hasta que produzcan el efecto deseado.

Las sanciones económicas requieren tiempo para ser efectivas y todas ellas tienen efectos adversos para quien las aprueba. Si se impide a los bancos rusos emitir pagos internacionales, los eventuales exportadores europeos se quedarán sin cobrar y las empresas europeas con inversiones en Rusia no podrán repatriar dividendos ni transferir fondos si fuera necesario. La cuestión del gas sigue en el aire. Se pretende que Gazprombank, el banco propiedad del monopolio gasista ruso, no se vea afectado por las sanciones impuestas. Es decir, que se pueda seguir comprando y pagando el gas ruso. Se congelan los activos del banco central ruso depositados en países occidentales, lo que afecta al 50% de sus reservas, con el objetivo declarado de dificultar a Rusia la financiación de la guerra, pero se está dispuesto a pagar religiosamente por el gas, que obviamente servirá para pagar gastos militares. Veremos cómo evolucionan esta y otras inconsistencias. En todo caso, se corte o no el gas ruso, los precios ya están por las nubes.

Foto: Imágenes de satélite del convoy ruso que avanza hacia Kiev. (Reuters)

Las empresas españolas que comercian o tienen negocios en Rusia y las empresas cuyo proceso productivo es intensivo en el consumo de energía, en especial de gas, requieren y van a requerir ayudas. La Unión Europea tiene que mantener su posición por todo lo que está en juego, pero hay que arbitrar mecanismos de ayuda a quien va a sufrir en primera persona el efecto contraproducente de la presión sobre Rusia. Es posible que, por decisión europea, se desacoplen las centrales eléctricas de gas de la configuración de precios del mercado eléctrico.

Pero semejante decisión, si se toma, no alivia la situación de sectores intensivos en el consumo de gas. El Gobierno español ha sido cicatero en las ayudas a las empresas durante la pandemia y la crisis energética posterior. Las cifras no resisten comparación con las de otros países europeos. El conflicto de Ucrania supone una vuelta de tuerca adicional. La Unión Europea permite estas ayudas y España debería revisar su posición, más allá de las consabidas restricciones presupuestarias. Un esfuerzo sostenido en las sanciones a Rusia puede hacer un destrozo considerable en una parte significativa de la industria española. Europa no puede fallar, pero el esfuerzo requerido no puede ser solo de unos pocos.

A golpe de crisis, Europa se institucionaliza. De la crisis de 2008-2009 salimos con una aceptable arquitectura financiera común. Tras la pandemia, hemos sido capaces de mutualizar a través de la Comisión Europea la deuda pública y de esbozar una política industrial a través de los fondos Next Generation. La crisis de Ucrania nos está permitiendo alcanzar cotas de cooperación en materia exterior y de defensa apenas imaginadas con anterioridad.

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