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Nemesio Fernández-Cuesta

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China sale a escena

Ha sido la gran beneficiada por la globalización económica. El acuerdo con Arabia Saudí e Irán le otorga una posición de privilegio, por eso es necesario el binomio de Europa con EEUU

Foto: El presidente chino, Xi Jinping. (EFE/EPA/Xinhua/Yan Yan)
El presidente chino, Xi Jinping. (EFE/EPA/Xinhua/Yan Yan)
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El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí gracias a la intermediación china materializa en una imagen cambios hasta ahora impensables. Dos autocracias islámicas, enfrentadas por interpretaciones religiosas al margen de la corriente principal del islam —wahabíes frente a chiíes—, enfrentadas también en la guerra de Yemen y por la hegemonía en Oriente próximo, puestas de acuerdo por una gigantesca autocracia, segunda economía del planeta y, de lejos, el mayor consumidor de energía del mundo.

China es prácticamente autosuficiente en su consumo de carbón, pero importa el 75% de sus necesidades de petróleo y adquiere en el exterior el 45% del gas que necesita. En 2021, importó 12,7 millones de barriles diarios de petróleo, lo que supuso absorber el 19% del mercado mundial de crudo. Para China, un eventual conflicto en el golfo Pérsico o Arábigo —según se mire— podría tener gravísimas consecuencias. Más allá de la seguridad energética presente y futura, que Irán y Arabia Saudí acepten el paraguas chino supone una bofetada a Estados Unidos y a Israel, su principal aliado en la región.

Foto: El ayatolá Jomeini, en una foto de archivo (Reuters)

Para Irán, el explícito apoyo chino supone una bendición. Con una economía bajo mínimos por las sanciones norteamericanas, una población soliviantada por el rigor religioso de la teocracia en el poder, sin atisbo de cualquier apoyo europeo que hubiera podido tener por su alineamiento con Rusia en la guerra de Ucrania, enfrentado a Israel en el Líbano y Gaza y a Arabia Saudí en Yemen, necesitaba aliviar la presión en algún ámbito.

Arabia Saudí ha tenido que asumir que su tradicional aliado, Estados Unidos, casi no le necesita y pretende no necesitarle para nada. Gracias al fracking, ha alcanzado la autosuficiencia energética. Es exportador neto de carbón, exportador creciente de gas y aunque continúa importando petróleo y productos petrolíferos, también los exporta: en 2023 se espera que el saldo neto sea exportador. En el futuro, tanto la Administración Biden como la Unión Europea han apostado decididamente por la electrificación del transporte, lo que supondrá una reducción drástica de las compras de petróleo. El férreo alineamiento de Estados Unidos con Israel tampoco le resulta cómodo al Gobierno saudí. El establecimiento de relaciones diplomáticas con el país hebreo se hace muy cuesta arriba a un país y a una familia real que tiene encomendada la custodia de los más santos lugares del islam. Además, una hipotética normalización de las relaciones con Irán reduciría la necesidad de la ayuda israelí en materia de seguridad. Aunque más teórica que real, la exigencia occidental sobre derechos humanos no deja de ser una incomodidad adicional. La conclusión es que la autocracia china necesita el petróleo saudí más y por más tiempo, es capaz de sujetar a Irán sin necesidad de un enfrentamiento más o menos abierto y no se mete en los modos y maneras de gobernar. La pirueta diplomática merece la pena y para el príncipe heredero Salman supone la satisfacción adicional de hacer pagar al presidente Biden el precio por haberle insultado públicamente.

Foto: Un hombre pasa ante un gran mural que muestra al ayatolá Ruholá Jomeiní. (EFE/Abedin Taherkenareh)

China ha sido la gran beneficiada por la globalización económica de las últimas décadas. Se ha convertido en el gran taller del mundo y, como todos los talleres, necesita materias primas y energía. El acceso a materias primas necesarias para la industria ha marcado la prioridad exterior de China y la orientación de sus políticas sectoriales, hasta el punto de que controla buena parte de la extracción y capacidad de refino de muchos minerales esenciales para todo tipo de industrias. El acuerdo con Arabia Saudí e Irán le otorga una posición de privilegio en el área geográfica que concentra las mayores reservas de crudo del mundo y, sobre todo, aquellas cuya extracción resulta más barata. China ha complementado el acceso a los recursos energéticos de Oriente Medio con sendos contratos de compra de Gas Natural Licuado de 27 años de duración, suscritos entre Qatar Energy y CNPC y Sinopec, las dos mayores compañías chinas de petróleo y gas. Es el mismo proveedor con el que Alemania, después de algún regateo, aceptó firmar un contrato por 15 años.

Como principal beneficiario de la globalización, China era contraria a la guerra de Ucrania, como lo es por principio a todo lo que suponga un retroceso en la libertad mundial de comercio, pilar esencial de su desarrollo económico, junto a las reformas económicas puestas en pie desde finales de los años setenta. No tener interés en la guerra no significa que asista indiferente a su devenir. Todo indica que la globalización, tal y como la hemos conocido, tiende a desaparecer, para ser sustituida por una política de bloques, rivales entre sí, pero capaces de establecer marcos de colaboración en todo aquello que suponga un interés común y no incida en el liderazgo tecnológico que ambos bloques perseguirán con ahínco. Estados Unidos estará al frente del tradicional bloque occidental y democrático. China liderará el bloque autocrático. Su aparición como mediador entre Arabia Saudí e Irán es una de las primeras muestras de su liderazgo.

Foto: Xi Jinping, en el centro de la foto. (Reuters/Josh Arslan)

Aunque no le guste la guerra, el liderazgo chino no puede permitir la caída de su aliado. Rusia supone para China no solo el acceso adicional a gas y petróleo, sino también a otros minerales. Rusia es el primer productor del mundo de níquel, paladio o uranio enriquecido, y el segundo de cobalto o platino. Por cierto, el paladio y el platino son metales indispensables para la producción del hidrógeno verde, a través de la electrólisis del agua. La alianza de China con Rusia tiene que ver, por encima de cualquier otra cuestión, con la rivalidad con Estados Unidos. El acceso a los recursos naturales rusos, necesarios para China, es una argamasa adicional que solidifica las paredes del edificio común.

Europa ya está alineada con Estados Unidos. Por la historia del siglo XX, por la defensa de valores comunes y porque la guerra tiene lugar en su frontera y Ucrania no podría sostenerse sin el apoyo norteamericano. Estados Unidos se ha convertido en un socio energético indispensable y su industria tecnológica será esencial para nuestro desarrollo económico. No estaría de más alcanzar un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Norteamérica. Permitiría crear el área de libertad económica y prosperidad más grande del mundo y ratificaría la idea de que el binomio democracia y economía de mercado es la mejor garantía de progreso y el mejor antídoto contra populismos y autocracias de todo signo y condición.

El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí gracias a la intermediación china materializa en una imagen cambios hasta ahora impensables. Dos autocracias islámicas, enfrentadas por interpretaciones religiosas al margen de la corriente principal del islam —wahabíes frente a chiíes—, enfrentadas también en la guerra de Yemen y por la hegemonía en Oriente próximo, puestas de acuerdo por una gigantesca autocracia, segunda economía del planeta y, de lejos, el mayor consumidor de energía del mundo.

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