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El machismo, la moto y la maceta
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Nemesio Fernández-Cuesta

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El machismo, la moto y la maceta

Ver cómo logros más bien modestos tratan de ser vendidos como éxitos indiscutibles es quizá lo que menos desánimo produce. Es habitual en política

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
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En estas semanas de resaca electoral y comienzo de campaña para las próximas generales, tres intervenciones públicas me han producido desánimo. El diputado valenciano de Vox negando la violencia machista, el presidente del Gobierno sosteniendo que la economía española “va como una moto” y la portavoz del Gobierno pregonando en Radio Nacional que la política contra el cambio climático del Partido Popular consistía en “sacar un par de macetas a la ventana”. Los años nos enseñan que en tiempo de campaña la tasa de descuento a aplicar a las declaraciones políticas debería ser estratosférica y que, incluso, lo más saludable es desconectar, votar cuando toque y volver a prestar atención, si tienes interés, cuando empiezan las negociaciones para la formación de los gobiernos correspondientes. El problema es que los años también enseñan que más que lo que se dice, lo que importa es lo que se piensa, el sustrato intelectual que abona el eslogan o el exabrupto de los políticos.

La violencia de los hombres hacia las mujeres existe. Lo de menos es cómo se adjetive. Es una realidad insoslayable que es necesario erradicar. Los delincuentes sexuales puestos en libertad por la ley del solo sí es sí eran hombres. Las agresiones sexuales en grupo son protagonizadas por hombres. Las agresiones físicas contra la pareja o expareja e incluso contra sus hijos las cometen los hombres. No vale el consuelo estadístico de una baja tasa de ocurrencia. Estamos obligados a intentar evitar todos y cada uno de estos delitos. Las sociedades más avanzadas son aquellas en las que la mujer ha alcanzado todo su potencial. Son aquellas en las que las mujeres pueden hacer con su vida, en todos los órdenes, lo que les plazca.

Negar la violencia contra las mujeres, se dé en mucha o poca medida, además de una negación de la realidad, es un freno a nuestro pleno desarrollo social. Puede entenderse que haya quien no esté de acuerdo con esta afirmación, pero el diputado valenciano de Vox, en sus declaraciones al recoger su acta de diputado, quiso dar un paso más: su mensaje era vindicativo. Su mensaje era del tipo “estos son mis principios y, si no te gustan, te los tragas”. Nada distinto a lo que desde el otro extremo del arco político se nos ha venido ofreciendo durante estos años de gobierno de coalición. En este tiempo de la política española, en el que los extremos condicionan la centralidad, no estaría de más recurrir de vez en cuando al aserto de Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. La convivencia requiere construir espacios en los que todos podamos sentirnos razonablemente a gusto y razonablemente a disgusto. Tratar de imponer una forma de vivir, de pensar o de creer supone desencadenar mecanismos de acción y reacción que a nada bueno conducen.

La economía española no “va como una moto”. Tenemos una deuda pública cercana al 120% del PIB. Nuestro déficit estructural es de tres o cuatro puntos del PIB y la Unión Europea vuelve a imponer la disciplina presupuestaria. En los últimos 15 años, nuestra renta per cápita crece menos que la media europea. De las grandes economías europeas es, junto a la británica y su Brexit, la que más ha tardado en recuperar los niveles prepandemia. Ahora crecemos más que otros, de la misma forma que decrecimos más en el momento de la pandemia: si el turismo es uno de los motores de nuestra economía, su parálisis nos sitúa por debajo del resto y su recuperación, por encima. Así lo refleja el comportamiento del sector servicios. El problema es que el crecimiento de la industria es negativo. El desempleo se reduce, pero la productividad decrece y el número de horas trabajadas también. La inflación subyacente, descontada la energía y los alimentos sin elaborar, se mantiene a un nivel elevado y su crecimiento es superior al de los salarios, con lo que se reduce el consumo o se erosionan los ahorros. El potencial de crecimiento de la economía española se reduce. Los fondos europeos, imprescindibles para la modernización de nuestro aparato productivo, se diluyen en una nebulosa burocrática e intervencionista. En fin, habrá que concluir que motos las hay de muchos tipos y cilindradas.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/J. J. Guillén)

Es innegable que el Gobierno ha implementado, en estos años de pandemia y crisis derivada de la guerra de Ucrania, medidas destinadas a aminorar el impacto económico negativo sobre la ciudadanía. Las preguntas son dos: si los mismos fondos, aplicados de forma distinta, no hubieran generado efectos más beneficiosos sobre las familias más vulnerables, y si de haber incluido a las empresas, más allá de los ERTE y de los préstamos ICO, en las ayudas directas, no se hubiera generado una recuperación más vigorosa. No es fácil discernir cuánto hay de propaganda y cuánto de desconocimiento o negación de la realidad en la moto que nos vende el presidente del Gobierno. Quizá convenga recordar que intentar paliar los efectos de una crisis no es la transformación que la economía española necesitaba y necesita.

Que la portavoz del Gobierno señale que la política contra el cambio climático del PP consiste en “sacar dos macetas a la ventana” es una prueba más del íntimo sentimiento de superioridad de la izquierda. Solo ellos saben lo que nos conviene a todos y solo ellos saben cómo conseguirlo. Cierto es que el PP no ha conseguido, al menos hasta ahora, que sus políticas propositivas en determinados ámbitos sectoriales sean del dominio público. Pero el desconocimiento no parece que merezca el despectivo comentario de la portavoz del Gobierno, que debería tener presente, por ejemplo, el rechazo que la propuesta española de reforma del mercado eléctrico está cosechando en Europa. Lo que según nuestro Gobierno nos conviene a todos no parece gozar de mucho predicamento más allá de nuestras fronteras.

Las aspiraciones políticas son legítimas siempre que se desarrollen dentro del marco legal

Ver cómo logros más bien modestos tratan de ser vendidos como éxitos indiscutibles es quizá lo que menos desánimo produce. Es habitual en política. Más preocupa la inveterada tendencia a olvidar que todas las aspiraciones políticas son legítimas siempre que se desarrollen dentro del marco legal, que su fuerza relativa vendrá siempre determinada por los votos y que, desde la subjetividad del voto, no cabe la superioridad intelectual de unas ideas políticas sobre otras. Quien olvida esto acaba insultando a los votantes por votar opciones diferentes a la suya.

En estas semanas de resaca electoral y comienzo de campaña para las próximas generales, tres intervenciones públicas me han producido desánimo. El diputado valenciano de Vox negando la violencia machista, el presidente del Gobierno sosteniendo que la economía española “va como una moto” y la portavoz del Gobierno pregonando en Radio Nacional que la política contra el cambio climático del Partido Popular consistía en “sacar un par de macetas a la ventana”. Los años nos enseñan que en tiempo de campaña la tasa de descuento a aplicar a las declaraciones políticas debería ser estratosférica y que, incluso, lo más saludable es desconectar, votar cuando toque y volver a prestar atención, si tienes interés, cuando empiezan las negociaciones para la formación de los gobiernos correspondientes. El problema es que los años también enseñan que más que lo que se dice, lo que importa es lo que se piensa, el sustrato intelectual que abona el eslogan o el exabrupto de los políticos.

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