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Nemesio Fernández-Cuesta

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El PNIEC de Tezanos

Las cifras de generación renovable que figuran en el plan solo tienen sentido si se fomenta y produce un incremento notable del consumo de electricidad

Foto: Vista de un parque eólico en las proximidades de Tineo, Asturias. (EFE/ J.L.Cereijido)
Vista de un parque eólico en las proximidades de Tineo, Asturias. (EFE/ J.L.Cereijido)
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La semana pasada, el Gobierno aprobó el borrador de la revisión del Plan Integrado de Energía y Clima (PNIEC) hasta 2030. Este borrador será objeto de alegaciones en un proceso de audiencia pública, será evaluado por Bruselas y, tras las modificaciones que se consideren oportunas, será finalmente aprobado.

La gran sorpresa que produce la lectura del borrador es que la demanda eléctrica final de sectores no energéticos apenas crece. Pasa de 235 TWh (teravatios por hora) en 2019 a 238 TWh en 2030. Apenas un 1% en 11 años. Llama más la atención si consideramos que el consumo eléctrico debería incrementarse por la circulación de coches eléctricos, la modificación de los sistemas de climatización en edificios o la electrificación progresiva de los procesos industriales que no requieran altas temperaturas. Pero lo peor de la previsión de estancamiento de la demanda eléctrica es el abandono intelectual de una de las ventajas que la Transición energética tenía y tiene para España: nuestra capacidad para generar electricidad barata gracias al sol y al viento. Una electricidad barata que debería servir para mejorar la competitividad de nuestra industria y atraer nuevas actividades, desde centros de proceso de datos a la instalación de industrias vinculadas al proceso de electrificación de la economía.

Foto: Gasoducto Medgaz, a su paso por Almería. (Reuters/Jon Nazca)

En el mismo periodo en el que la demanda eléctrica de sectores no energéticos crece un 1%, la potencia instalada crece más de un 90% y la potencia instalada renovable un 317%. La producción total crece un 31%. Pasa de 273 TWh a 359 TWh. Dejando aparte variaciones menores, la diferencia se debe al consumo de electricidad para sectores energéticos, que se incrementa en 11 TWh. En este incremento de consumo se incluye la electricidad necesaria para la producción de hidrógeno. El cambio radical se produce en la exportación. En 2019, España importó 7 TWh de electricidad. Según el Gobierno, en 2030 exportaremos 51 TWh. Este cambio del balance de nuestro comercio exterior de electricidad es lo que justifica, por encima de cualquier otra cuestión, el incremento en la generación eléctrica. En otros términos, la materialización de nuestra ventaja competitiva consiste en exportar electricidad barata a Francia, no en el fomento de la actividad económica dentro de nuestras fronteras.

Esta exportación a Francia requiere alguna consideración adicional. Actualmente, la capacidad de interconexión es de 2.800 MW. El plan prevé que en 2030 sea de 8.000. Para ello, se contempla la construcción de una línea submarina entre Bilbao y el norte de Burdeos que elevará la capacidad hasta los 5.000 y otras dos líneas terrestres que aportarán 3.000 MW adicionales. La construcción de la línea submarina aún no se ha iniciado y el coste ya se ha incrementado desde los 1.700 millones de euros previstos en 2017 hasta los 3.100 millones del último presupuesto elaborado este año. Según el acuerdo existente, la mayor parte de este coste lo sufragaremos los consumidores españoles a través de nuestras tarifas. Las otras dos líneas terrestres aún no han comenzado su tramitación administrativa. El PNIEC dice que entrarán en servicio en 2030.

Foto: Vista de la visita a Enerhodar organizada por el ejército ruso muestra al Director General de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA). (EFE / Sergei Ilnitsky)

Cualquiera que conozca mínimamente la historia de las conexiones eléctricas con Francia sabe que la posibilidad de que entren en servicio en 2030 dos líneas terrestres cuya tramitación administrativa no se ha empezado y carentes, además, de una evaluación de costes digna de tal nombre es prácticamente nula. Sin las nuevas interconexiones, desaparece la posibilidad de exportar las cantidades previstas y se incrementará la parte de la producción eléctrica renovable que deberá ir a vertidos, es decir, desperdiciarse: este desperdicio no es una novedad. La propia revisión del PNIEC calcula que en 2030 un 8% de la producción total de renovables, más de 25.000 GWh anuales, se desperdiciará. Con la conexión con Francia limitada a 5.000 MW, el desperdicio de energía renovable superaría los 40.000 GWh, un 15% de la producida.

La celebridad de Tezanos se ha labrado retorciendo las cifras hasta que arrojaban un resultado compatible con sus deseos, con su percepción de la realidad o, incluso, compatible con lo que él consideraba el comportamiento deseable de la sociedad española. El resultado es que hoy nadie considera fiables las previsiones del CIS, aunque hayan servido para mantener elevado el ánimo de los militantes socialistas. Las cifras del PNIEC tienen el mismo aroma irreal. Lo único importante es que en 2030 más del 80% de la generación sea renovable y lo demás se cuadra a capón. Hay que ser más verde que nadie, sobre todo en vísperas de unas elecciones generales.

Foto: Aspecto esta semana del pantano de Sau,en Barcelona. (EFE/Siu Wu)

Las cifras de generación renovable que figuran en el plan solo tienen sentido si se fomenta y produce un incremento notable del consumo de electricidad. En 2030, para atender un consumo diario máximo de 51.000 MWh, contaríamos con una potencia instalada renovable capaz de triplicar este volumen. La única forma de alcanzar los volúmenes de inversión necesarios para alcanzar los niveles previstos de potencia instalada renovable con semejante desequilibrio entre oferta y demanda es socializar el riesgo y garantizar un precio a los inversores en renovables. La diferencia entre el precio garantizado y el precio de mercado con la sobreproducción de renovables prevista la pagaríamos, como siempre, los consumidores. En el precio de la electricidad que hoy pagamos, asumimos unos 7.000 millones de euros anuales de costes derivados de políticas energéticas pasadas, cuyo objetivo inicial era socializar el riesgo de los inversores en renovables. Garantizar ingresos es la mejor manera de conseguir los objetivos de producción renovable, pero también de mantener precios altos de la electricidad y tirar así por la borda nuestra ventaja competitiva.

Hay otra política posible. Reducir el precio de la electricidad liberando sus costes de las rémoras de políticas pasadas. La reducción de precios generará demanda adicional que se cubrirá, sobre todo, con renovables, que son hoy la forma más barata de producir electricidad. Mantener de forma constante un precio bajo de la electricidad es la mejor manera de asegurar la transición energética, la competitividad de nuestra economía y nuestra capacidad de atraer inversiones. Cualquier sistema de ayudas debería limitarse de forma exclusiva a tecnologías emergentes como el almacenamiento o la producción de hidrógeno. Deberán ser ayudas limitadas en el tiempo y en su importe. El inversor en renovables tendrá que invertir en almacenamiento, hibridar tecnologías, prepararse para producir hidrógeno o vender de forma bilateral a largo plazo su electricidad a uno o varios consumidores. Tendrá que asumir el riesgo empresarial propio de toda economía de mercado. Oferta y demanda alcanzarán así su equilibrio en el nivel de precios más bajo posible.

La semana pasada, el Gobierno aprobó el borrador de la revisión del Plan Integrado de Energía y Clima (PNIEC) hasta 2030. Este borrador será objeto de alegaciones en un proceso de audiencia pública, será evaluado por Bruselas y, tras las modificaciones que se consideren oportunas, será finalmente aprobado.

José Félix Tezanos Energías renovables
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