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Cosas que pasan y otras que pueden pasar

Según crezca la economía china, sus problemas reflejarán la difícil compatibilidad entre una economía de mercado y un régimen político dictatorial

Foto: El expresidente estadounidense Donald Trump. (Reuters/Lindsay DeDario)
El expresidente estadounidense Donald Trump. (Reuters/Lindsay DeDario)
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Hace unos días, se celebró el primer debate entre los aspirantes del partido Republicano a la nominación como candidato a presidente de Estados Unidos en las elecciones de 2024. El gran favorito, Donald Trump, no consideró oportuno asistir. Su detención en Georgia, acusado de tratar de modificar los resultados en ese estado en las elecciones presidenciales de 2020, le pareció un reclamo mucho más efectivo. Su mueca en la foto de la ficha policial será sin duda parte de la campaña de los próximos meses. En Europa, tendemos a dar a Trump por amortizado. Gracias a las cuatro causas penales abiertas contra él pensamos que se verá obligado a desaparecer de la escena política. Corremos el riesgo de elevar a categoría de convicción nuestro deseo de que un personaje errático y atrabiliario como él no repita en la presidencia americana.

Imaginemos que ocurre lo que no queremos. Imaginemos cuatro años de Trump en el poder sabiendo que es su último mandato, que nada tiene que ganar por moderar sus pulsiones populistas, que a nadie tiene que dar cuenta de nada, y mucho menos a un establishment de Washington por el que se siente perseguido. Imaginemos a Estados Unidos fuera de la OTAN, el fin de la ayuda militar a Ucrania, un acuerdo con Rusia que salve la cara a Putin, un acuerdo con China sobre Taiwán a cambio de concesiones comerciales y, como culminación de su concepto de lo que debe ser una correcta política económica, un arancel universal del 10% a todas las importaciones de Estados Unidos.

Foto: Donald Trump durante un mitin republicano en Iowa. (Reuters/Scott Morgan)

China, el otro líder mundial, es el origen alternativo de cosas relevantes que pasan y que pueden pasar. Su economía tiene dificultades. El peso relativo de su sector inmobiliario en su PIB recuerda la situación de la economía española en los años previos a la crisis financiera. Se calcula que entre el 15 y el 20% de las viviendas terminadas están vacías. Los precios de la vivienda bajan. Las inmobiliarias, altamente endeudadas, empiezan a tener problemas. Los adquirentes de vivienda, generalmente sobre plano, empiezan a dejar de pagar ante los retrasos en la ejecución de las obras. El sistema financiero sufre los impagos correspondientes. Es el clásico estallido de una burbuja. El problema es que el sector inmobiliario chino representa, según estimaciones, cerca del 25% del PIB total del país y el PIB chino es un 18% del PIB mundial.

A medio plazo, el problema de la economía china es su progresiva ideologización. El pragmatismo absoluto en materia económica de las primeras décadas de la reforma económica impulsada por Deng Xiao Ping ha ido dando paso a una aproximación más autoritaria bajo los personalistas criterios de Xi Jinping. Todo debe estar sometido a los dictados estatales. El proceso de subordinación empezó con las grandes empresas tecnológicas. Jack Ma y su conglomerado Alibaba han desaparecido de la escena. Una vez más, “el que se mueve no sale en la foto”, principio de rigurosa aplicación en sistemas y organizaciones autoritarias, fue puesto en práctica. El problema es su potencial impacto en la iniciativa empresarial de un sector necesariamente llamado a transformar toda la actividad económica.

Foto: WSJ.
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La ideologización de la economía no se limita al control férreo de determinados sectores. Desde 2016, la participación del consumo privado en el PIB chino es del 38%. En Estados Unidos, supone el 68%. Existe una resistencia ideológica a incrementar el consumo privado. Es mucho más fácil controlar el gasto dirigiendo recursos al sector estatal que a los ciudadanos, que a fin de cuentas pueden decidir ahorrar. De hecho, China tiene una de las tasas de ahorro más altas del mundo, dada la inexistencia de un estado de bienestar al estilo occidental, que en opinión de las autoridades chinas solo conduce a la “pereza social”. Ya lo dijo Xi Jinping en 2016: la economía china no tiene un problema de demanda, tiene un problema de insuficiente capacidad efectiva de oferta; depende en exceso de bienes importados.

Si a este punto de vista unimos el de Biden, no muy diferente, aunque menos burdo que el de Trump, en la cuestión de proteger su mercado interno, la conclusión es que la globalización del comercio mundial como la hemos conocido puede darse por finiquitada. El problema es si se sustituye por un comercio más o menos ordenado entre bloques o por un proceso de acción y reacción desordenado en el que cada interviniente decida las importaciones que quiere penalizar. En todo caso, la limitación del comercio mundial tiene un componente inflacionista indudable, así que los bancos centrales tendrán, como en estos últimos meses, que emplearse a fondo. Volveremos a un mundo mejor para los bancos y peor para los prestatarios.

La polarización política, en el mundo que viene, será un espejo de la polarización económica y de la lucha por el liderazgo mundial

Como la historia se repite, China lidera lo que ahora se ha dado en llamar el Sur Global, trasunto del movimiento de países no alineados del siglo pasado que lideraba entre bastidores la extinta Unión Soviética y que desapareció con su caída. La primera idea expuesta, la creación de una divisa global que compita con el dólar, ya nos indica el rumbo que pretende seguir esta renovada alianza. En todo caso, la polarización política, en el mundo que viene, será un espejo de la polarización económica y de la lucha por el liderazgo mundial. Las diferencias con lo que conocimos como Guerra Fría dependerán de la India, nueva potencia emergente, y de una Europa más amplia y quizá más unida, que puede tener que sacarse en solitario las castañas del fuego, algo a lo que no está en absoluto acostumbrada desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los problemas de la economía china no acaban en la crisis inmobiliaria o en la debilidad de su consumo privado. El desempleo juvenil supera el 20% y algunas fuentes lo sitúan cerca del 40% si se contabilizan los jóvenes que no buscan activamente empleo. El endeudamiento del sector no financiero chino alcanza el 300% del PIB, bastante por encima de Estados Unidos y Europa. Según crezca la economía china, sus problemas reflejarán la difícil compatibilidad entre una economía de mercado y un régimen político dictatorial. Si el poder político se impone sobre la libertad económica, como parece ser la tendencia actual, el sistema colapsará. El muro de Berlín aguantó en pie 20 años. El régimen soviético se sostuvo durante 72. El régimen comunista chino ya va por 74 y goza de buena salud, gracias a su abandono de la ortodoxia económica comunista. Es probable que no lo vean nuestros ojos, pero hay contradicciones insalvables y la ley de la gravedad, aunque no se vea, existe.

Hace unos días, se celebró el primer debate entre los aspirantes del partido Republicano a la nominación como candidato a presidente de Estados Unidos en las elecciones de 2024. El gran favorito, Donald Trump, no consideró oportuno asistir. Su detención en Georgia, acusado de tratar de modificar los resultados en ese estado en las elecciones presidenciales de 2020, le pareció un reclamo mucho más efectivo. Su mueca en la foto de la ficha policial será sin duda parte de la campaña de los próximos meses. En Europa, tendemos a dar a Trump por amortizado. Gracias a las cuatro causas penales abiertas contra él pensamos que se verá obligado a desaparecer de la escena política. Corremos el riesgo de elevar a categoría de convicción nuestro deseo de que un personaje errático y atrabiliario como él no repita en la presidencia americana.

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