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Nemesio Fernández-Cuesta

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La Europa eléctrica. A la busca de la competitividad perdida

La pieza clave del desacuerdo son los llamados 'contratos por diferencia', utilizados hasta ahora en algunos países para proteger la generación renovable

Foto: La central nuclear francesa de Belleville-sur-Loire. (Reuters/Regis Duvignau)
La central nuclear francesa de Belleville-sur-Loire. (Reuters/Regis Duvignau)
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Francia y otros países europeos quieren una regulación del mercado eléctrico europeo que les permita proteger su industria nuclear. Alemania dirige el bando contrario, temerosa de que la protección a la generación eléctrica nuclear francesa genere una ventaja competitiva a la industria del país vecino en detrimento de la propia. Como vivimos tiempos en los que nos gusta hablar de reindustrialización en Europa —otra cosa será la realidad futura— las posiciones son de momento irreductibles. La presidencia sueca no consiguió alcanzar ningún acuerdo sobre la reforma del mercado eléctrico europeo en el primer semestre de este año. No parece, al menos hasta ahora, que la presidencia española, pese a la propuesta de consenso enviada a los países miembros, tenga una alta probabilidad de lograr el acuerdo.

La pieza clave del desacuerdo son los llamados contratos por diferencia, utilizados hasta ahora en algunos países para proteger la generación renovable. La idea es fijar un precio suficiente para retribuir adecuadamente la inversión efectuada. Si el precio de mercado es inferior, el inversor recibe la diferencia entre el precio de mercado y el precio fijado. Si el precio de mercado es superior es el inversor el que debe abonar la diferencia. El resultado es un precio fijo a percibir por el inversor, lo que le facilita el acceso a la financiación y, sobre todo, le garantiza un resultado de explotación positivo. Este sistema es el que ahora se pretende ampliar a toda la generación nuclear, con el doble argumento de que la energía nuclear no genera emisiones de CO₂ y mejora la seguridad energética del continente.

Foto: Presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen. (EFE/Shawn Thew)

Utilizar un contrato por diferencia para garantizar los ingresos de una nueva central nuclear, cuyo coste de producción, según los ejemplos de que disponemos en Europa, es muy superior a los 100 euros por MWh, podría ser aceptable. El problema se plantea cuando se pretende aplicar el sistema a todo el parque nuclear francés, que suministra en números redondos, el 70% de su demanda de electricidad. Para tener el cuadro completo hay que recordar que las centrales nucleares francesas son todas propiedad de EDF (Electricité de France), empresa que en la actualidad es 100% propiedad del Estado francés. Si se permite que el gobierno francés fije el precio de su electricidad nuclear, se le permitiría “retirar” de su mercado mayorista el 70 % de la generación. El peso relativo del mercado mayorista sería insignificante, por lo que el precio medio de la electricidad sería, en esencia, un precio fijado administrativamente. La idea de un mercado europeo de la electricidad se desvanecería.

Al otro lado de la frontera, Alemania, en cuya generación eléctrica en 2022 los combustibles fósiles representaron un 46% —frente al 11% en Francia—, y sin generación nuclear, tendría un precio de mercado que, en ausencia de suministro de gas ruso por tubería, sería superior al precio fijado por Francia para su electricidad nuclear. La conclusión es que la admisión del contrato por diferencia para el total de la energía nuclear francesa en la regulación del mercado europeo de electricidad supondría proporcionar a Francia una ventaja competitiva permanente. Alemania no está por la labor. Con un proceso de electrificación de la economía europea en marcha y un propósito declarado de “reindustrializar Europa”, Francia dispondría de una ventaja de partida que Alemania solo podría contrarrestar con subsidios y ayudas a sus empresas, mientras la normativa europea se lo permita.

España sí sería capaz, incluso con la vigencia del contrato por diferencias nuclear, de producir una electricidad más barata que Francia

Al sur de los Pirineos, España sí sería capaz, incluso con la vigencia del contrato por diferencias nuclear, de producir una electricidad más barata que Francia en los días y horas en las que brille el sol y sople el viento. Consolidar semejante ventaja requiere una serie de medidas complementarias. La primera es retirar de la factura eléctrica los 7.000 millones de euros que, derivados del antiguo déficit de tarifa y del antiguo sistema de protección a las renovables, cogeneración y residuos, pagamos anualmente todos los consumidores españoles. La segunda es invertir en almacenamiento de electricidad, para extender las ventajas de una generación renovable barata a horas y días en las que la generación eólica o fotovoltaica no funcione. La tercera es invertir de forma masiva en las redes de transporte y distribución de electricidad, de forma que la electrificación de nuestra economía y la instalación de nuevas industrias pueda ser una realidad.

Foto: El vapor surge de las torres de refrigeración de la central nuclear de Belleville-sur-Loire, en Francia. (Reuters/Benoit Tessier)

España tiene dos opciones. La primera es la que se deduce de la lectura del nuevo borrador del PNIEC: mantener la demanda eléctrica en sus niveles actuales y exportar electricidad barata a Francia. La segunda es tratar de hacer valer nuestra ventaja competitiva en términos de horas de sol y viento y tratar de atraer nuevas industrias o actividades relacionadas con los avances de la digitalización, como centros de proceso de datos. Tenemos una ventaja competitiva y no podemos permitirnos no intentar materializarla. La respuesta parece obvia, pero de momento no parece que nuestra planificación energética contemple el crecimiento de la demanda de electricidad. Una vez más es necesario recordar que sin crecimiento económico no es posible resolver el problema del desempleo, ni el problema de la desigualdad y ni siquiera el problema del cambio climático, cuya solución requiere allegar recursos que permitan abordar las inversiones necesarias para transformar nuestro aparato productivo. Sin crecimiento económico no hay recursos adicionales.

Antes o después los países miembros tendrán que ponerse de acuerdo en las reglas de funcionamiento del mercado eléctrico. España, en su turno de presidencia, deberá tratar de arbitrar una solución de consenso. No será fácil, pero si de verdad nos creemos que contamos con una cierta ventaja competitiva y que podemos ponerla en práctica, nuestra posición debería inclinarse hacia el mercado. Si eres capaz de producir barato, cuanto más mercado, mejor. Y no te olvides de asegurarte que las eléctricas inviertan en renovables, almacenamiento y distribución. En los tiempos que vivimos es mucho más importante lo que invierten que lo que ganan.

Francia y otros países europeos quieren una regulación del mercado eléctrico europeo que les permita proteger su industria nuclear. Alemania dirige el bando contrario, temerosa de que la protección a la generación eléctrica nuclear francesa genere una ventaja competitiva a la industria del país vecino en detrimento de la propia. Como vivimos tiempos en los que nos gusta hablar de reindustrialización en Europa —otra cosa será la realidad futura— las posiciones son de momento irreductibles. La presidencia sueca no consiguió alcanzar ningún acuerdo sobre la reforma del mercado eléctrico europeo en el primer semestre de este año. No parece, al menos hasta ahora, que la presidencia española, pese a la propuesta de consenso enviada a los países miembros, tenga una alta probabilidad de lograr el acuerdo.

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