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Nemesio Fernández-Cuesta

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La complicada autonomía estratégica

En este marco de 'bloques' enfrentados, nos convendría aclarar si Europa es un socio y aliado de EEUU o somos competidores en busca de recursos minerales y de inversiones que renueven nuestro tejido industrial

Foto: Un parque que combina generación eólica y solar en Portugal, en Penela. (EFE/Paula Fernández)
Un parque que combina generación eólica y solar en Portugal, en Penela. (EFE/Paula Fernández)
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El mundo que viene, lleno de energía renovable, coches eléctricos, baterías y electrolizadores para producir hidrógeno, supondrá un notable incremento de la demanda de ciertos metales. Necesitamos silicio para los paneles solares, cobre que permita el incremento de la demanda eléctrica, litio, grafito, cobalto y níquel para las baterías, platino, paladio e iridio para los electrolizadores y tierras raras para los componentes magnéticos de las turbinas eólicas.

Disponer de estos metales en condiciones adecuadas para su incorporación en procesos industriales requiere un proceso de refino de los minerales extraídos de la tierra. El níquel, por ejemplo, se encuentra en la tierra en forma de sulfuros. Es necesario separar el azufre para obtener un níquel con la pureza suficiente para permitir su uso industrial. Analizar la disponibilidad futura de los metales que vamos a necesitar para transformar nuestro sistema energético requiere conocer, no solo dónde están los recursos minerales necesarios, sino también dónde se ubica la capacidad de refino que garantiza su disponibilidad.

Con la capacidad de refino empiezan las sorpresas: China controla el 100% de la capacidad mundial de refino de grafito, el 90% de la de tierras raras, el 74% de la de cobalto, el 60% de la de litio y el 40% de la de cobre. El cobalto, utilizado en baterías, presenta la combinación más preocupante: más del 60% de la extracción del mineral se concentra en la República Democrática del Congo y, como acabamos de ver, casi las tres cuartas partes de la capacidad de refino mundial de este mineral está en China. Si a la variable china añadimos la variable rusa, el problema se agrava: Rusia es el primer productor mundial de paladio y el segundo de platino. Salvo cambios tecnológicos o cambios en la estructura productiva mundial, la producción de hidrógeno verde y su coste tendrán sobre sí la sombra de las decisiones políticas del Kremlin.

Estados Unidos ha empezado a tomar medidas. La pieza angular de su política climática es la Inflation Reduction Act. Esta norma y algunas complementarias ofrecen créditos fiscales, subvenciones y préstamos en condiciones favorables a las inversiones que reduzcan las emisiones de CO₂. En el caso concreto de las baterías, para tener acceso a las ayudas económicas previstas, más de la mitad del valor de los componentes de las baterías debe ser montado en Estados Unidos y al menos el 40% de los metales refinados necesarios para su producción deben provenir de Estados Unidos o de países con los que exista firmado un tratado de libre comercio. Este porcentaje deberá subir al 80% en 2027.

Foto: Reacción de fusión nuclear. (EFE/Lawrence Livermore National Laboratory)
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En Europa también hemos dado pasos en la misma dirección. En 2023 se ha aprobado la ley sobre materias primas críticas entre las que se incluyen todas las citadas en estas líneas. Esta norma pretende que, en 2030, el 10% de la producción —si existen recursos minerales en Europa—, el 40% de la capacidad de refino y el 15% de la capacidad de reciclado se ubiquen en Europa. No más del 65% de las necesidades de importación de cualquiera de estos metales puede provenir de un solo proveedor. Se prevén también mejoras en los sistemas de información sobre las cadenas de aprovisionamiento de estas materias primas y la constitución de stocks estratégicos.

Al margen de las complejidades burocráticas a las que Bruselas nunca ha hecho ascos, todas estas restricciones estratégicas tienen un coste: encarecen los suministros. Estamos alterando los flujos del comercio internacional: la ventaja competitiva alcanzada por un proveedor, gracias a economías de escala que le permiten vender a un precio inferior, solo es válida si no supera los límites fijados por la autonomía estratégica de sus compradores. Si los dos mercados más importantes del mundo deciden que tienen que refinar en su territorio buena parte de los metales estratégicos que necesitan, están renunciando al abastecimiento más barato disponible. Con metales más caros, baterías más caras y coches más caros. En el resto del mundo, el precio de los metales bajará por la menor demanda. Con metales baratos, baterías y coches baratos. Sostener nuestra autonomía estratégica nos llevará a limitar la importación de coches, porque si no lo hacemos nadie demandará los metales europeos. Cuando se inicia el camino de la autonomía, es difícil limitarlo a unas cuantas materias primas estratégicas. Pero tampoco podemos olvidar, por citar un ejemplo reciente, que Alemania apostó unidireccionalmente por la dependencia del gas ruso, indudablemente el más barato. La posibilidad de que Rusia utilizara el suministro de gas como arma política tenía una probabilidad de ocurrencia que fue desechada en el análisis.

Foto: Foto: Reuters/Florence Lo.

La norma europea, que en nuestro país apenas ha merecido alguna línea en la prensa, supone la necesidad de invertir. En España hay reservas de litio cuyo desarrollo deberíamos promover. El procesamiento del litio hasta hacerlo apto para su utilización en la fabricación de baterías es un proceso complejo y ambientalmente complicado. Podemos decidir que extraer mineral y refinarlo son actividades contaminantes que no deben permitirse en el mundo ecológico que pretendemos. Podemos ignorar la autonomía estratégica propugnada por Europa y mirar hacia otro lado, pero para garantizar el futuro de nuestra industria del automóvil, necesitamos plantas de baterías. Las plantas de baterías necesitan litio.

Construir cadenas alternativas de suministro requiere invertir aguas arriba, en los países que disponen de recursos minerales. Estados Unidos, tras años sin dedicar una mínima atención a África, está promoviendo la financiación de una línea férrea entre Zambia, la zona sur de República del Congo y Angola, con salida al mar en el Atlántico, en el puerto angoleño de Lobito. Se trata de garantizar la salida al mar y al mercado internacional de las producciones mineras de estos tres países. En España no tenemos empresas mineras de capital español con proyección internacional, lo que no debería convertirse en una coartada para carecer de una estrategia que nos facilite el acceso a recursos que nos serán imprescindibles.

Esta política de autonomía estratégica en la que Europa y Estados Unidos nos estamos embarcando responde al hecho de que son China y Rusia los que están al otro lado. Es un hito más en la política de bloques que se perfila en el horizonte. No nos preocuparíamos si el mercado de estos metales estuviera mucho más diversificado o fueran otros los potenciales monopolistas. En este marco de bloques enfrentados, nos convendría aclarar si Europa es un socio y aliado de Estados Unidos o somos competidores en busca de recursos minerales y de inversiones que renueven nuestro tejido industrial. Nos guste o no, seremos lo que Estados Unidos quiera, porque la auténtica autonomía estratégica no reside en unos minerales, sino en la capacidad de defenderse de cualquier amenaza y Europa, sin Estados Unidos, no sería capaz de sostener a Ucrania en su resistencia a la agresión rusa.

El mundo que viene, lleno de energía renovable, coches eléctricos, baterías y electrolizadores para producir hidrógeno, supondrá un notable incremento de la demanda de ciertos metales. Necesitamos silicio para los paneles solares, cobre que permita el incremento de la demanda eléctrica, litio, grafito, cobalto y níquel para las baterías, platino, paladio e iridio para los electrolizadores y tierras raras para los componentes magnéticos de las turbinas eólicas.

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