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Los nuevos españoles

Los que vienen a trabajar entre nosotros tienen las mismas necesidades, los mismos anhelos y la misma determinación que podemos tener nosotros

Foto: Lamine Yamal y Nico Williams, con las medallas de campeones de Europa. (EFE/Alberto Estévez)
Lamine Yamal y Nico Williams, con las medallas de campeones de Europa. (EFE/Alberto Estévez)
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Hace años -demasiados-, el profesor de Sociología en primero de carrera nos explicaba la correlación existente entre el desarrollo de la televisión en España y el crecimiento de la emigración. El conocimiento de otra realidad social y económica, más abierta, más rica y con más posibilidades de desarrollo personal y familiar, hacía que los mejores de entre nosotros, los más animosos y decididos, los más capaces, buscaran fuera de nuestras fronteras el futuro que la realidad económica de la España de finales de los años cincuenta y los sesenta del siglo pasado no les brindaba. Esa idea de que solo los mejores emigran me acompaña desde entonces. Son imprescindibles una situación de necesidad y el conocimiento o la presunción de que existen mejores realidades que la que uno vive, pero la iniciativa personal, el punto de rebeldía y la confianza en las posibilidades de uno mismo son irremplazables.

Los españoles hemos emigrado durante siglos. La primera globalización, la incorporación de América al devenir de la Historia, fue obra nuestra, de los españoles que cruzaron un océano en busca de un futuro distinto. Hemos emigrado a lo largo de los siglos XIX y XX, tanto a América como a Europa, en busca de una vida mejor o, por razones políticas, en busca de la única vida posible. Hemos emigrado también dentro de nuestras fronteras. Las ciudades atraen permanentemente población de zonas rurales desde hace décadas, incluso siglos. El desarrollo económico de Cataluña y el País Vasco provocó una notable afluencia de emigrantes de otras zonas de España.

Esta llegada masiva de emigrantes provocó un movimiento de rechazo, promovido desde el conservadurismo más acendrado, que dio lugar al nacimiento de los partidos o movimientos nacionalistas vasco y catalán que han llegado a nuestros días. Tanto en los escritos de Sabino Arana de hace más de un siglo como en los más recientes exabruptos de Quim Torra hay un indudable sustrato racista hacia lo “español”. El miedo a que “lo propio” se diluya en una marea de nuevos habitantes recién llegados mueve hacia posiciones intelectuales poco defendibles a gente de la que cabría esperar un criterio más elaborado. Es cierto que la historia y evolución de los nacionalismos periféricos españoles es mucho más compleja, pero el rechazo a la inmigración está en su partida de nacimiento.

Nuestro desarrollo económico nos ha convertido en receptores de inmigración desde hace ya bastantes años. Nuestra baja tasa de natalidad hace prever que se trata de una realidad insoslayable y permanente. Si queremos que nuestra economía crezca, deberemos aceptar una inmigración creciente. Hoy, como ayer, desde el conservadurismo más acendrado, un sustrato racista alimenta posiciones políticas extremas. El episodio de la ruptura de los gobiernos autonómicos por parte de Vox, como muestra de rechazo al acuerdo para trasladar 347 menores no acompañados desde Canarias a la península, solo así es explicable. Forma parte de una migración intelectual al extremismo político en la que también se enmarca su alineamiento con Orbán y, por tanto, su aproximación a Putin.

Foto: Una joven repasa sus apuntes en Sevilla. (EFE/José Manuel Vidal)

Considerar necesaria la inmigración y rechazar el racismo subyacente no significa apoyar una inexistente política migratoria, que va mucho más allá del control de fronteras. A 1 de abril de 2024, España tenía 48.692.804 habitantes. En el primer trimestre de este año la población ha crecido en 82.346 habitantes, cifra que se obtiene del incremento de los no nacidos en España (+119.649) y de la reducción de los nacidos en nuestro territorio (-37.303). La población española crece a un ritmo cercano al medio millón de personas al año, aunque los nacidos en España somos, en números redondos, cerca de 100.000 menos cada año. El resultado es más de medio millón de personas más no nacidas en España cuyo bienestar va a depender de unos servicios sociales cada vez más presionados. Ese es nuestro primer problema: dimensionar adecuadamente unos servicios sociales para una población que crece de forma acelerada.

El siguiente problema es la necesidad de vivienda asequible. Según el Banco de España, tenemos un déficit de 600.000 viviendas, que lógicamente se incrementa con el número de habitantes. Las soluciones basadas en la intervención del mercado no son ni serán una solución. Hay que incrementar la oferta de vivienda a precio tasado. La otra consecuencia de la demanda de trabajo por parte de la población inmigrante es la presión a la baja sobre los salarios, sobre todo en sectores de escasa cualificación, como la hostelería. Es la principal explicación a una evolución económica caracterizada por el crecimiento del empleo, una productividad que crece por debajo de la media europea y una caída de la renta per cápita. La solución pasa por la transformación y crecimiento de un sector industrial cuyos salarios y productividad son superiores a la media porque requiere una mayor cualificación.

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Al final, nada distinto de lo que hay que hacer para generar bienestar y riqueza para todos. Los que vienen a trabajar entre nosotros tienen las mismas necesidades, los mismos anhelos y la misma determinación que podemos tener nosotros. Ya sabemos que, si las cosas van mal, hay candidatos a culpabilizarlos, lo que además de un error, suele responder a un cálculo político que conduce a una fractura social que nada bueno puede producir. Ahora que celebramos el triunfo de nuestro fútbol en la Eurocopa, hay que recordar a los padres de Nico Williams y a la abuela de Lamine Yamal. Ellos fueron los que decidieron buscar un futuro mejor para sí y para sus familias. Ellos estaban entre los mejores de su país de origen, y hoy disfrutamos de su hijo y su nieto, nacidos en Pamplona y en Esplugues de Llobregat.

Hace años -demasiados-, el profesor de Sociología en primero de carrera nos explicaba la correlación existente entre el desarrollo de la televisión en España y el crecimiento de la emigración. El conocimiento de otra realidad social y económica, más abierta, más rica y con más posibilidades de desarrollo personal y familiar, hacía que los mejores de entre nosotros, los más animosos y decididos, los más capaces, buscaran fuera de nuestras fronteras el futuro que la realidad económica de la España de finales de los años cincuenta y los sesenta del siglo pasado no les brindaba. Esa idea de que solo los mejores emigran me acompaña desde entonces. Son imprescindibles una situación de necesidad y el conocimiento o la presunción de que existen mejores realidades que la que uno vive, pero la iniciativa personal, el punto de rebeldía y la confianza en las posibilidades de uno mismo son irremplazables.

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