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Por si acaso
Por
"Drill, baby, drill"
La idea de perforar y perforar, como si no hubiera un mañana, en busca de petróleo y gas, ha sido una de las frases sagradas de los republicanos
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Este ha sido, durante la victoriosa campaña electoral de Donald Trump, uno de los eslóganes más repetidos, además del "Make America Great Again". La idea de perforar y perforar, como si no hubiera un mañana, en busca de petróleo y gas, ha sido una de las frases sagradas de los republicanos. El nombramiento de Chris Wright, fundador y CEO de Liberty Energy, una empresa de servicios petroleros, como secretario de Energía del próximo Gobierno estadounidense, es perfectamente congruente con esta obsesión. Las empresas de servicios son subcontratadas en la producción de petróleo y gas por las empresas que poseen los derechos de exploración y, en su caso, de producción. Son las que aportan material, personal y todo tipo de servicios especializados para la perforación y producción de pozos de petróleo y gas.
Wright es un negacionista del cambio climático. Es un firme creyente de que sus potenciales impactos están sobrevalorados – y, en algunos casos, no le falta razón-, pero sobre todo considera que, mucho más importante que sus hipotéticos efectos negativos, son las consecuencias positivas que se derivan del crecimiento económico que los combustibles fósiles proporcionan. El nuevo miembro del Gobierno de Trump sostiene que, de los más de 8.000 millones de personas que habitamos el Planeta, los 1.000 millones que habitamos en las economías desarrolladas tenemos un consumo de energía equivalente a trece barriles de petróleo por persona y año, mientras que el consumo de energía de los más de 7.000 millones restantes se sitúa en tres barriles por persona y año. Argumenta Wright que no es justo limitar a más del 85% de la población mundial el acceso futuro a la fuente de energía en la que se asienta el bienestar del 15% restante. Un punto fundamental de su ideario es que, para Estados Unidos, el fracking ha supuesto una absoluta revolución que es necesario extender. Ha convertido el país en un exportador neto de petróleo y gas: el incremento de oferta supone precios más bajos, de los que se beneficia el conjunto de la economía mundial. Carece de todo sentido limitar la producción. El resto del mundo necesita el petróleo y el gas norteamericano.
La realidad es que, bajo la presidencia de Biden, Estados Unidos ha batido todos los récords de producción de petróleo. Se espera que en 2024 alcance una producción media diaria de 13,2 millones de barriles diarios, la más alta que ningún país ha alcanzado en la historia. Los siguientes en el escalafón son Arabia Saudita y Rusia, con unos 9,5 millones de b/d, cerca de un 30% menos. Entre 2019 y 2024 la producción de gas se ha incrementado cerca de un 15% y, lo que más nos importa a los europeos, en menos de diez años Estados Unidos ha pasado de ser importador a convertirse en el primer exportador mundial de Gas Natural Licuado (GNL). Gracias al suministro norteamericano hemos cubierto la mitad del agujero que supuso la reducción casi total del suministro de gas ruso por tubería.
Pese a los deseos de Trump y su nuevo secretario de Energía, un escenario no descartable es que la producción norteamericana descienda. Debido sobre todo al escaso tirón de la demanda china, el crecimiento del consumo mundial de petróleo se ha atemperado. Frente a un incremento medio anual en los años 2021-23 de 1,5 millones de b/d, se espera que el crecimiento de este año se sitúe en 1 millón y el de 2025 en 1,2 millones de b/d. Con los crecimientos de producción en Estados Unidos, Guyana y Brasil, los socios de OPEC+ han tenido que reducir producción. Tenían previsto subirla a partir de diciembre, pero han tenido que postergar la idea. Al final, si Arabia Saudita, Rusia y demás socios quieren subir su producción, deberán asumir una reducción de precios que sitúe a la producción norteamericana fuera de rentabilidad. Su otra opción es esperar a que la demanda china crezca, pero las crisis inmobiliarias son de difícil digestión. En España ya lo hemos vivido. Si finalmente la producción creciera por encima de la demanda, los precios caerían y la producción estadounidense disminuiría, pero Trump siempre podría decir que gracias a él se ha reducido la inflación.
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Con independencia de las creencias de cada uno en el cambio climático y sus consecuencias, es relevante que la demanda mundial de petróleo y de gas esté suficientemente atendida y que, en consecuencia, las inversiones en exploración y producción de hidrocarburos se mantengan en un nivel adecuado hasta que la progresiva reducción de la demanda se produzca, si se produce y cuándo se produzca. Hasta entonces, reducir la oferta por decisiones gubernamentales supondrá, inevitablemente, precios más altos. Precios de petróleo y gas más altos suponen menor renta disponible, mayor inflación y mayores tipos de interés. Pero, además, la inversión en renovables es intensiva en capital, por lo que se trata de una industria cuyo desarrollo es especialmente sensible a las subidas de tipos. Precios del petróleo bajos son buenos para todos y para todo. Se puede y se debe estar de acuerdo en la necesidad de que Estados Unidos incremente su producción.
Europa tiene que entender que la clave de la Transición energética no está en la regulación, que al final se traduce en prohibición, sino en el desarrollo de tecnologías rentables que permitan reducir la demanda de combustibles fósiles. Reducir la demanda deslocalizando nuestra industria para después importar productos chinos o de otro país fabricados con emisiones que duplican o triplican las nuestras, no tiene sentido. Reducir la demanda incrementando artificialmente los precios por vía impositiva es un camino arriesgado: afecta a la competitividad de la industria y a la renta disponible de los ciudadanos. Requiere medidas compensatorias, nunca fáciles de implementar. Europa tiene también que entender y aceptar que la realidad es más compleja de lo que nos gustaría: no se puede prohibir el fracking y vivir del fracking americano. No se puede querer desarrollar una industria de baterías y renunciar a la producción y el refino de los metales necesarios para su fabricación. No se puede pretender tener un sistema eléctrico descarbonizado en 2035 y cerrar las centrales nucleares. Mientras nos aclaramos, que Estados Unidos perfore, que nos irá mejor.
Este ha sido, durante la victoriosa campaña electoral de Donald Trump, uno de los eslóganes más repetidos, además del "Make America Great Again". La idea de perforar y perforar, como si no hubiera un mañana, en busca de petróleo y gas, ha sido una de las frases sagradas de los republicanos. El nombramiento de Chris Wright, fundador y CEO de Liberty Energy, una empresa de servicios petroleros, como secretario de Energía del próximo Gobierno estadounidense, es perfectamente congruente con esta obsesión. Las empresas de servicios son subcontratadas en la producción de petróleo y gas por las empresas que poseen los derechos de exploración y, en su caso, de producción. Son las que aportan material, personal y todo tipo de servicios especializados para la perforación y producción de pozos de petróleo y gas.