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Energía en 2025

La gran cuestión para Europa es la reorientación -si la hay- de la política energética y climática por parte de la nueva Comisión Europea

Foto: El metanero Nikolay Urvantsev, cargado con gas ruso. (EFE/Luis Tejido)
El metanero Nikolay Urvantsev, cargado con gas ruso. (EFE/Luis Tejido)
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Termina 2024 y, con él, el contrato que regula el tránsito de gas ruso por Ucrania, que ha mantenido su vigencia a pesar de la guerra, y que ha servido para suministrar, este último año, un 5% de las necesidades europeas de gas. Austria, Hungría y Eslovaquia han sido los países adquirentes, aunque en el caso austríaco el suministro ya se ha interrumpido. Ucrania ya ha indicado que no está dispuesta a renovar el contrato. Las alternativas apuntadas son el traspaso de propiedad del gas antes de la frontera entre Rusia y Ucrania, con lo que el gas que pasaría por Ucrania no sería ruso, sino eslovaco o húngaro. Otra posibilidad sería que el suministro ruso se produjera a través de Turquía o, incluso, a través de un intercambio con Azerbaiyán. Las próximas semanas, con la toma de posesión de Trump prevista para el 20 de enero, podrían servir para buscar una solución alternativa, pero, de momento, este suministro ruso queda interrumpido.

Con este recorte adicional, el suministro de gas ruso a Europa, que antes de la guerra suponía un 40% de nuestras necesidades, ahora no pasa del 10%, limitándose al gas que llega a través de Turquía y al suministro en barcos en forma de gas natural licuado. Este proceso de sustitución ha supuesto un encarecimiento del gas, que se agrava con el fin del tránsito por Ucrania. Cerramos el año con el precio del gas en unos 50 euros por megavatio hora, precio que más que cuadruplica el precio del gas vigente hoy en Estados Unidos. Una merma de competitividad que Europa tiene que considerar, con algunos altibajos, como permanente.

La otra noticia de cierre del año ha sido el anuncio de Trump de que subirá los aranceles a las importaciones de productos europeos, salvo que la balanza comercial con Europa se equilibre gracias a que los europeos compremos más gas y petróleo estadounidense. El simplismo de Trump choca con la realidad. Si las cuatro economías más importantes de la UE -Alemania, Francia, Italia y España- importaran todo su petróleo y gas de Estados Unidos, el déficit comercial, unos 130.000 millones de dólares, seguiría sin enjugarse. No obstante, las importaciones europeas de petróleo y gas estadounidense crecen a buen ritmo desde hace años. Desde el comienzo del primer mandato de Trump hasta ahora las importaciones europeas de gas y petróleo procedente de Estados Unidos se han multiplicado por cinco. En estos momentos suponen cerca de un 20% de nuestras necesidades de gas y petróleo. Desde la perspectiva de Estados Unidos, la Unión Europea absorbe el 43% de sus exportaciones de petróleo, el 15% de las de productos petrolíferos y el 53% de las exportaciones de gas natural licuado. (*) El margen de mejora es reducido. Respecto a la gasolina y otros productos petrolíferos, capítulo en el que las exportaciones a Europa son menores, hay que tener en cuenta que México absorbe el 20% de la exportación norteamericana y el resto de América Central y del Sur un 30% adicional. Son países que cuentan, gracias a políticas basadas en el predominio o monopolio de empresas estatales y subsidios a los productos petrolíferos, con un déficit de refino estructural. Las empresas americanas obtienen mejores márgenes exportando a estos países.

Los Estados Unidos de Biden han batido todos los récords de producción de petróleo y de gas. En 2025 se esperan incrementos adicionales de producción, aunque no serán especialmente importantes. Estos incrementos, más los procedentes de otros países fuera de la órbita de OPEC+, junto a la relativa atonía del consumo en China, hacen que las previsiones sobre el precio del petróleo indiquen un descenso desde los 80 dólares por barril de 2024 a unos 75 dólares en 2025. De hecho, Arabia Saudita y sus socios de OPEP+ han retrasado una vez más el incremento de producción que tenían previsto hasta el próximo 1 de abril. El consumo mundial de petróleo sigue creciendo a buen ritmo, por encima del 1% anual -cada año se bate el récord de consumo del año anterior- pero el mercado sigue estando bien abastecido. De hecho, si la OPEP+ pusiera a funcionar la capacidad de producción que hoy tiene cerrada, la caída de precios sería inevitable.

Foto: Paneles solares en un parque eólico. (EFE/Archivo/Bienvenido Velasco) Opinión
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Pese a que cada año termina con los ecos de la correspondiente conferencia climática de Naciones Unidas – este año ha sido la COP 29 celebrada en Bakú- las emisiones de CO2 han crecido en 2024 y lo seguirán haciendo en 2025. El consumo de combustibles fósiles ha supuesto más del 80% del consumo de energía primaria en el mundo y en 2025 seguiremos previsiblemente por encima de ese umbral. Con Estados Unidos fuera del Acuerdo de París y China, que produce más del 30% de las emisiones mundiales y consume más de la mitad del carbón que se consume en el mundo, sin apartarse un ápice de su objetivo de disputar el liderazgo mundial a Estados Unidos, la gran cuestión para Europa es la reorientación -si la hay- de la política energética y climática por parte de la nueva Comisión Europea. Con la misma presidencia y la misma coalición en el Parlamento Europeo, no parece que el margen de maniobra sea muy amplio. Con los parlamentos de Francia y España con dificultades para contar con mayorías estables, con Alemania a la espera de elecciones y el partido que gobierna en Italia fuera de la coalición mayoritaria en el Parlamento Europeo, además de las dificultades tradicionales con algunos socios más cercanos a Moscú, tampoco parece que el Consejo Europeo tenga fácil establecer una línea política clara y decidida. Sin embargo, la necesidad de conjugar la competitividad industrial y la transición energética es imperiosa.

Hay quien concede a la Inteligencia Artificial (IA) un impacto similar al de la aparición de internet o al de la máquina de vapor. Como toda nueva tecnología, tardará años en asentarse y en proporcionarnos las ventajas que hoy se vislumbran. Lo que sí está claro es que requiere un enorme consumo de electricidad. Hay quien considera la IA como un cisne negro- suceso altamente improbable, impredecible y con un impacto significativo- para la transición energética. Un impacto significativo, como un notable incremento del consumo eléctrico, no tiene por qué ser negativo si somos capaces de suministrar electricidad sin emisiones. Es más, su impacto podría ser positivo si nos permitiera disfrutar de la inmensa ventaja de separar dos conceptos: transición energética y reducción del consumo de energía. En haberlos convertido en sinónimos está, al menos en parte, el origen de la pérdida de competitividad de la industria europea.

(*) Estos datos corresponden a 2023.

Termina 2024 y, con él, el contrato que regula el tránsito de gas ruso por Ucrania, que ha mantenido su vigencia a pesar de la guerra, y que ha servido para suministrar, este último año, un 5% de las necesidades europeas de gas. Austria, Hungría y Eslovaquia han sido los países adquirentes, aunque en el caso austríaco el suministro ya se ha interrumpido. Ucrania ya ha indicado que no está dispuesta a renovar el contrato. Las alternativas apuntadas son el traspaso de propiedad del gas antes de la frontera entre Rusia y Ucrania, con lo que el gas que pasaría por Ucrania no sería ruso, sino eslovaco o húngaro. Otra posibilidad sería que el suministro ruso se produjera a través de Turquía o, incluso, a través de un intercambio con Azerbaiyán. Las próximas semanas, con la toma de posesión de Trump prevista para el 20 de enero, podrían servir para buscar una solución alternativa, pero, de momento, este suministro ruso queda interrumpido.

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