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El petróleo con Trump

Sanciones efectivas a cualquier exportador de crudo supone una reducción de la oferta mundial y el consiguiente incremento de precios

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Air Force One. (Reuters/Leah Millis)
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Air Force One. (Reuters/Leah Millis)
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En su alocución telemática en el Foro de Davos, Trump hizo público que echaba de menos que Arabia Saudita no hubiera saludado su toma de posesión con un incremento de la producción de petróleo, cuya consecuencia inmediata hubiera sido la bajada de precios en los mercados internacionales. Según el presidente norteamericano, la bajada de precios supondría una reducción de la inflación que permitiría a la Reserva Federal bajar los tipos de interés. Menor inflación y menor coste del dinero que relanzarían la economía norteamericana y, al tiempo, la economía mundial. De paso, la reducción de precios deprimiría los ingresos de Rusia y acercaría a Putin a la mesa de negociación sobre la guerra de Ucrania.

Nada que oponer al razonamiento de Trump, salvo que el incentivo de Arabia Saudita a reducir precios es, sobre el papel, inexistente. Con el país inmerso en un ambicioso, y a veces demasiado pretencioso, plan de diversificación de su economía, el Gobierno saudita necesita maximizar sus ingresos. Una bajada de precios tampoco tendría la ventaja de incrementar las ventas a Estados Unidos. Uno de los grandes cambios del mercado mundial de los últimos años ha sido el fin de la dependencia estadounidense del petróleo de Oriente Medio. El incremento de su producción y de las importaciones de Canadá han reducido a su mínima expresión las importaciones norteamericanas de petróleo saudita y de otros países de la zona.

Lo que sí puede mover la voluntad saudita es la posibilidad, con el acuerdo de Estados Unidos, de convertirse en la potencia líder de la zona. Irán, su gran rival, ha perdido, como consecuencia de la guerra de Gaza, su pretendida hegemonía, asentada en Hamás, Hezbolá, el gobierno sirio y los Hutíes en Yemen. La posibilidad de asentar el liderazgo saudita y de alcanzar cualquier acuerdo de paz entre Israel y sus vecinos, si es que esta última existe, pasa por garantizar que Irán no pueda reconstruir el entramado de organizaciones militares que desencadenaron el ataque contra Israel con el que empezó la guerra. Eso significa sanciones económicas a Irán encaminadas a impedir la exportación de su petróleo. Arabia Saudita, Irak, Kuwait y Emiratos pueden suplir, con la producción que hoy tienen cerrada, la posible reducción de las exportaciones iraníes. El problema tiene derivaciones complejas. No está claro que los iraníes se resignen a ver pasar por delante de sus costas los petroleros que transportan el crudo que sustituye al suyo; hablar de bajadas de precios -como quiere Trump- no es fácil con el petróleo iraní fuera de juego; de rebote, el gran beneficiado puede ser Maduro y su dictadura bolivariana: aunque el volumen de la producción venezolana nada tiene que ver con el de principios de este siglo, no es aconsejable tratar al mismo tiempo de reducir las exportaciones venezolanas y las iraníes si se quiere que los precios del petróleo bajen.

No son sólo Irán y Venezuela. Acabar con la guerra de Ucrania es una de las prioridades que Trump se ha marcado. Rusia ya ha fijado sus exigencias: consolidar las ganancias territoriales ya obtenidas e imponer el aislamiento político de Ucrania. Una opción es aceptar sus condiciones, lo que supone, de una manera u otra, legitimar su agresión a Ucrania. La otra posibilidad, ya apuntada por Trump, es incrementar las sanciones a Rusia con el fin de flexibilizar su posición de partida. Hasta el momento, las sanciones petroleras a Rusia han consistido en la prohibición de importación de crudo y productos petrolíferos por parte de Estados Unidos y Europa y, por otra parte, obligar a que el crudo ruso se venda en el mercado mundial por debajo de 60 dólares por barril. Ninguna de estas dos iniciativas ha sido demasiado exitosa: para empezar, la UE prohibió las importaciones por barco, pero permitió que países miembros del este europeo continuaran importando por oleoducto. Rusia tampoco tuvo demasiadas dificultades -descuentos mediante- en redireccionar el crudo que iba a Europa y Estados Unidos hacia otros destinos, entre los que destacan India y China. La pretensión de que Rusia vendiera todo su crudo por debajo de un determinado precio se basaba en el control de la industria del seguro y del reaseguro mundial por las economías occidentales. La idea era prohibir asegurar cualquier cargamento de petróleo ruso cuyo precio fuera superior a 60 dólares por barril, de forma que Rusia se viera forzada a vender por debajo. La realidad siempre difiere de las ideas preconcebidas. Una flota de petroleros obsoletos ha visto su oportunidad de volver a un mercado en el que ya no participaba. Con o sin seguro han transportado a su destino un petróleo sin reparar en su precio de venta, dejando sin efecto las pretendidas sanciones occidentales. Con estos antecedentes, no parece fácil incrementar la presión sobre Rusia sin el acuerdo de China e India, sus grandes clientes actuales. Forzar la mano a Rusia, si es lo que se quiere, requerirá avanzar en la reducción de sus ingresos por exportación de petróleo y productos petrolíferos.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, interviene en Davos de forma virtual. (EFE/Michael Buholzer)

Sanciones efectivas a cualquier exportador de crudo supone una reducción de la oferta mundial y el consiguiente incremento de precios. Si lo que Trump desea, como ha dicho en Davos, es que el petróleo baje, debe abandonar la política de sanciones o, en todo caso, diseñarla de forma muy selectiva, y siempre con la colaboración activa de Arabia Saudita, que necesitará contrapartidas importantes para aceptar la reducción de sus ingresos. La otra parte de la ecuación es que subidas o bajadas de precios incidirán en la producción estadounidense. Durante la campaña electoral, Trump ha insistido en incrementar la producción estadounidense de petróleo. La mejor forma de hacerlo es mediante una subida de precios, que incentive la inversión en la industria. Si lo que pretende es una reducción de precios que reduzca la inflación, es más que probable que la producción se resienta. Es la ventaja que tiene proponer objetivos contradictorios entre sí: si sube la producción de petróleo gana; si baja su precio y, con él, la inflación, gana también.

Durante el primer mandato de Trump, también Estados Unidos abandonó el Acuerdo de París de reducción de emisiones. Las emisiones, pese a lo que pudiera creerse, se redujeron gracias a que la mayor producción de gas propició la reducción de su precio y la sustitución del carbón por el gas en la generación de energía eléctrica. Valga este recordatorio para subrayar que en Europa nos debe importar mucho más qué ocurre con la oferta y demanda de petróleo en el mercado mundial que la ausencia de compromiso de Estados Unidos con la reducción de emisiones.

En su alocución telemática en el Foro de Davos, Trump hizo público que echaba de menos que Arabia Saudita no hubiera saludado su toma de posesión con un incremento de la producción de petróleo, cuya consecuencia inmediata hubiera sido la bajada de precios en los mercados internacionales. Según el presidente norteamericano, la bajada de precios supondría una reducción de la inflación que permitiría a la Reserva Federal bajar los tipos de interés. Menor inflación y menor coste del dinero que relanzarían la economía norteamericana y, al tiempo, la economía mundial. De paso, la reducción de precios deprimiría los ingresos de Rusia y acercaría a Putin a la mesa de negociación sobre la guerra de Ucrania.

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