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Por si acaso
Por
El peligroso atractivo de lo simple
La última vez que se optó por subir de forma indiscriminada las barreras arancelarias fue a principios de los años treinta del siglo pasado, preludio de una de las mayores tragedias que ha vivido la humanidad
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Si tú ganas, yo pierdo. Es la aproximación más simple al análisis de un enfrentamiento o una competición entre dos partes. En teoría económica es el llamado juego de suma nula, donde pérdidas de una parte se equilibran con las ganancias de la otra.
Los aranceles de Trump responden a ese análisis simplista y son, en sí mismos, el paradigma de la simplicidad: 10% para todos los países y todos los productos. Para aquellos países con los que Estados Unidos tiene déficit comercial, una tarifa suplementaria calculada únicamente en función del tamaño de dicho déficit. Cualquier otra consideración ha sido barrida del análisis. Lo que interesa es el mensaje: fácil de explicar y fácil de entender, con la verdad de víctima muchas veces necesaria.
Estados Unidos tiene el déficit comercial más grande del mundo. Aun así, según Trump, si algún país le vende más de lo que le compra es debido a que hace trampa, porque Estados Unidos es el país más fuerte y, por tanto, el más capaz y, si alguien le gana, es porque recurre a subterfugios diversos. La solución es poner un impuesto a todos los bienes procedentes de cualquier país, incrementarlo en función del déficit bilateral y presumir de generosidad, porque, por el tamaño de algunos déficits bilaterales, a determinados países podría duplicarles la factura.
En pos de la simpleza, Trump obvia que Estados Unidos, pese a ser la primera potencia mundial, no es necesariamente el productor más competitivo de todos los bienes con los que se comercia en el mundo. Evita explicar en qué consisten las trampas y subterfugios de los países competidores, ni hace la más mínima alusión a que los pagadores del impuesto serán los consumidores americanos, ni explica lo absurdo de defender producciones nacionales inexistentes con un arancel universal, o el perjuicio que se genera a todas las empresas americanas que importan componentes para ensamblar el producto final en Estados Unidos, cuyos costes pueden dispararse. Realidades de las que no habla, y que trata de ocultar con la venta de la imaginaria e idílica visión de unos Estados Unidos en los que sus trabajadores se dedican de nuevo a fabricar productos estadounidenses que son comprados por consumidores estadounidenses. Una propuesta sencilla en busca de una economía encerrada en sí misma, -solución que se sabe desde hace décadas que no funciona-, que va a poner la economía mundial patas arriba.
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Ante la decisión norteamericana, son posibles las represalias directas, que generen una subida recíproca de aranceles hasta paralizar el comercio bilateral. Las empresas que dejen de vender tendrán la doble opción de reducir su producción o buscar mercados alternativos. Si los coches coreanos o japoneses dejan de venderse en Estados Unidos, sus fabricantes pueden intentar colocarlos en Europa. Si Europa, para defender una producción ya amenazada por la pérdida del mercado americano, sube aranceles frente a terceros países, se generaliza el proceso de fragmentación de la economía mundial. El sencillo juego de suma nula de Trump se transformará progresivamente en un juego de suma negativa, en el que todos perdemos.
Esa pérdida global es la que ya están reflejando las bolsas mundiales. La idea de que el movimiento de Trump es sólo la adopción de una medida de fuerza desde la que iniciar una negociación es poco creíble, por la profundidad y ausencia de discriminación de sus aranceles, pero sobre todo porque la simpleza del mensaje oculta que con ellos se pretende compensar la pérdida de ingresos fiscales derivada de las rebajas de impuestos en las que los congresistas republicanos trabajan de forma acelerada. Sin estas rebajas, el actual déficit fiscal norteamericano se sitúa en unos dos billones (de los nuestros) de dólares, equivalentes a un 6% del PIB. La subida de los aranceles podría incrementar la recaudación fiscal en unos 600.000 millones, siempre que no se produzcan alteraciones de los flujos comerciales, lo que parece imposible con una subida media del 19% de los precios de los productos importados. Sea cual sea el resultado final de la recaudación fiscal de los nuevos aranceles, lo previsible es que el déficit se incremente como consecuencia de las nuevas rebajas de impuestos. Incluso sin ese incremento, la deuda pública supondrá el 100% del PIB en 2025 y el 118% en 2035. Si hay más déficit, estos porcentajes subirán. Como señalaba M. Bloomberg, exalcalde demócrata de Nueva York y propietario de Bloomberg News, en un reciente artículo, la situación actual no es sostenible en el largo plazo. En algún momento, antes de que la deuda alcance niveles estratosféricos, el mercado -si no lo hacen antes los votantes- dirá basta. El precio de los bonos colapsará, los tipos de interés a largo plazo se dispararán y el Gobierno suspenderá pagos, bien de forma explícita, bien de forma encubierta a través de una inflación creciente.
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Si alguien cree que Elon Musk va a arreglar el déficit gracias a sus recortes, puede irse olvidando. Según sus propias cuentas, que todo el mundo discute, los ahorros alcanzados suponen 105.000 millones, muy lejos de los dos billones necesarios. Sea cual sea la cantidad finalmente conseguida, ya se ha lanzado la idea del dividendo DOGE, consistente en hacer llegar a los estadounidenses que pagan impuestos un 20% de los ahorros conseguidos. Es la única forma de hacer tragar a los ciudadanos norteamericanos el destrozo que los métodos de Musk están produciendo en su Administración.
Veremos qué ocurre con la economía norteamericana y con la economía mundial. La última vez que se optó por subir de forma indiscriminada las barreras arancelarias fue a principios de los años treinta del siglo pasado, preludio de una de las mayores tragedias que ha vivido la humanidad. El pasado 2 de abril, Estados Unidos subió sus aranceles por encima de lo que lo hizo entonces. Nos han vendido que menos emigrantes, menos impuestos, menos funcionarios, menos gobierno y más aranceles conforman la simple receta que arreglará la economía norteamericana y de paso la economía mundial. Empezamos a ver que más inflación y menos crecimiento son las consecuencias inmediatas de su aplicación. Eso sí, los partidarios de Trump de este lado del Atlántico sostienen que el peor arancel que sufre Europa es la corrupción de Bruselas. Las idas y venidas de los aranceles, y las que nos quedan por ver, no nos pueden hacer olvidar que en lo que primero se ponen de acuerdo Trump y Putin es en lo mucho que les molesta a los dos la mera existencia de la Unión Europea.
Si tú ganas, yo pierdo. Es la aproximación más simple al análisis de un enfrentamiento o una competición entre dos partes. En teoría económica es el llamado juego de suma nula, donde pérdidas de una parte se equilibran con las ganancias de la otra.